Richard H. Thaler
El académico de Chicago defiende el concepto de “paternalismo libertario”
PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA
El profesor de la Universidad de Chicago, estudioso de la economía del comportamiento, se hizo con el prestigioso galardón. Su tesis es que para ayudar al consumidor irracional es preciso “empujarle” hacia la buena dirección.
Para entender las teorías del académico Richard H. Thaler hay que ir al lavabo. En el aeropuerto de Amsterdam las autoridades hicieron grabar la imagen de un moscardón en cada urinario.
Se demostró que los hombres, si ven un blanco identificable, aumentan su atención y su precisión a la hora de miccionar. Resultado: reducción de las salpicaduras en un 80% y recorte drástico de los costes de limpieza.
Este ejemplo se encuentra en el libro más representativo de este profesor de la Universidad de Chicago, titulado Un pequeño empujón: el impulso que necesitas para tomar las decisiones en salud, dinero y felicidad (Taurus).
En resumen, Thaler defiende que el Estado debe intervenir para ayudar a los ciudadanos a tomar las mejores opciones, ya que por definición sus decisiones son irracionales. Es lo que él llama paternalismo libertario. Un concepto que le ha valido la concesión del premio Nobel de Economía 2017.
“No se trata de usar métodos coercitivos, sino de dirigir los comportamientos de los individuos para que promueven ellos mismos el Estado de bienestar teniendo en cuenta estas anomalías”, dijo Thaler. Por ejemplo, colocar la fruta de forma bien visible es diferente de prohibir una comida basura, aunque el objetivo final, apostar por una alimentación saludable, sea el mismo. El Estado (o las empresas) deberían dar “un empujoncito” para promover un consumo más responsable y eficiente.
Este profesor de Chicago asesoró a la primera campaña de Barack Obama. El expresidente estadounidense, en su primer mandato, en el presupuesto incluyó una medida inspirada en su discurso: una cuenta de ahorro nacional de participación automática. Si el ciudadano no tenía una pensión, el Estado le creaba un plan de ahorro al que uno se sumaba por defecto a no ser que decidiera salir. Una manera de estimular la gestión activa de la riqueza de las personas.
Pero la idea paternalismo libertario también tiene aplicaciones en la vida diaria y en los comercios: desde las bombillas que brillan con más intensidad conforme crece el consumo de energía para ser conscientes del uso excesivo, pasando por los seguros médicos que regalan premios a quienes hacen ejercicio hasta el despertador-robot que se esconde para que el usuario no pueda apagarlo y volver a dormirse.
Junto a Gary Becker y Daniel Daniel Kahneman, también galardonados con el Nobel de Economía (el segundo declaró entonces: “Sólo soy un psicólogo”), Thaler forma parte de la corriente de los estudiosos de la llamada economía del comportamiento.
Algunos académicos le reprocharon inicialmente que sus teorías no tenían fundamentos sólidos capaces de ser traducidos en modelos matemáticos y, por lo tanto que carecían de rigor. La academia de Suecia y el Banco de Suecia, que participa en el nombramiento, ayer le hicieron justicia y acabaron con el antiguo escepticismo. “Los expertos universitarios tienen una opinión muy favorable de él. Es más, yo diría que sus conceptos se han puesto de moda. Hoy está asumido que el homo economicus no es racional, sino que obedece a múltiples factores. Y esto complica el debate, pero al mismo tiempo lo enriquece”, explicaba ayer el catedrático de Economía de la UB Juan Tugores, tras conocer la noticia.
En una entrevista a este diario en el 2005, Thaler sostenía que a la hora de consumir los ciudadanos están guiados por un exceso de confianza. “Por mucho que lo intentamos, nos cuesta controlarnos. De alguna manera, vamos sobrados. Tenemos la costumbre de sobreestimar lo que sabemos. Por ejemplo, compramos y vendemos acciones en exceso, creyendo tener toda la información necesaria”.
Esto explicaría por qué las decisiones de compra a veces tienen poca lógica. Según él –contaba–, “podemos cruzar la ciudad durante una hora para ahorrarnos diez dólares en un despertador, pero a lo mejor no nos importa pagar diez dólares más para hacernos con la televisión de pantalla plana que tenemos en la tienda de debajo de casa. Queremos placer y minimizar los daños. Aunque, en general, experimentamos más dolor por las pérdidas que satisfacción por las ganancias”. Apuntar a la mosca para creer.
Su tesis es que el individuo es poco previsible en sus decisiones y que hay que orientarle sin forzar