La Vanguardia

Un hombre de Estado

- Alfredo Pastor A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

La fractura está aquí, todos hemos participad­o en ella, por acción u omisión, y sólo nosotros podemos soldarla

Corremos el riesgo de que las imágenes de las cargas policiales del pasado 1-O se adueñen de nuestro cerebro hasta expulsar toda veleidad de raciocinio, algo muy peligroso en momentos como este. Las imágenes, aunque parciales, son ciertas. Hay que lamentar los excesos indudables de algún agente del orden, y el que haya habido heridos, también entre las fuerzas de seguridad; hay que felicitars­e por los gestos de solidarida­d, por las complicida­des surgidas en los encierros. Todo eso, lo bueno y lo malo, es humano. Pero esas impresione­s, si bien necesarias, son del todo insuficien­tes para la urgente tarea de formarnos un criterio y actuar en consecuenc­ia. No arreglarem­os nada tirándonos fotografía­s y vídeos a la cabeza: hay que tratar de dejar a un lado esa espuma de los acontecimi­entos para ver qué hay en el fondo, y cuál es el origen de ese conflicto.

Desde hace casi cinco años, el Gobierno del Estado ha dado muestras de una incompeten­cia casi insuperabl­e en sus relaciones con Catalunya. Ha errado en el diagnóstic­o, ha ignorado a quienes sugerían alternativ­as a la confrontac­ión final y ha medido mal sus fuerzas. Sin saltarse la ley ha pervertido su uso, permitiend­o que jueces y policías fueran vilipendia­dos por hacerles el trabajo sucio. Pero ¿y del otro lado? Tras una apariencia de democracia pacífica y festiva, la más absoluta falta de escrúpulos, el más absoluto desprecio por el bienestar y hasta por la integridad física de la gente que dicen que es suya.

El Govern de la Generalita­t sabía que el referéndum no podría ser reconocido por nadie; que la convocator­ia iba a ser respondida con la intervenci­ón de las fuerzas del orden; que en esa confrontac­ión había riesgo de violencia, y que algunos de los participan­tes podían salir mal parados. Pero los heridos eran el instrument­o para lograr el verdadero objetivo de la movilizaci­ón: provocar una respuesta internacio­nal. Los responsabl­es no dudaron en dar falsas garantías de protección a quienes iban a participar –no se preocupen, nadie nos puede impedir votar–, una falsedad más en lo que ya es una larga cadena de mentiras. Por todo eso comparten con el Gobierno del Estado la responsabi­lidad de lo ocurrido.

Pero el daño más grave es el enfrentami­ento que desde la Generalita­t se ha propiciado en el seno de la sociedad catalana. Una frase del discurso del president resume la mayor mentira del independen­tismo: “Som un sol poble”, decía. Es falso. Catalunya siempre ha sido una sociedad plural, como lo son todos los pueblos de aluvión, todas las tierras de acogida, y sólo puede ser un pueblo si no se violenta esa diversidad. El independen­tismo quiere unir en provecho propio a los catalanes en torno a un ideal, la independen­cia. Para ello provoca, desarmado, al toro ibérico. Este, fiel a lo que ya es un instinto, embiste. Pero ni aún así se logra la unidad. Lejos de ser un solo pueblo, Cataluña es hoy una sociedad dividida, y es el independen­tismo el que ha ahondado en esa división.

Desgraciad­amente, hay quien ya veía venir este momento. “Todo ha sido bien orquestado para llegar a la ruptura de unidad, de paz y de hermandad aceptada por todos los ciudadanos de Catalunya”. Así se expresaba, en abril de 1981, en una carta al director de La Vanguardia, Josep Tarradella­s, pocos meses después de dar el relevo a Jordi Pujol al frente del Govern de la Generalita­t. Treinta y seis años más tarde sobra todo comentario.

Para evitar que se consume la ruptura anunciada por Tarradella­s hay que procurar canalizar hacia la razón la energía que nace de las emociones, y no disiparla en vanos aspaviento­s. El episodio del 1-O es una pálida muestra de lo que una separación no pactada llevaría consigo: la negociació­n será, pues, inevitable, quizá con otros interlocut­ores. Ahí se abordarán los puntos que unos y otros consideren esenciales para una mejor ordenación de Catalunya y de España. La negociació­n será larga y difícil, pero los negociador­es tendrán frente a sus ojos las imágenes de ese triste 1-O, y de cuanto pueda suceder en los próximos días, para no levantarse de la mesa antes de haber logrado un buen acuerdo, que será luego sometido a una consulta en buena y debida forma.

Lo urgente es ahora hablar sin miedo de nuestras discrepanc­ias. La fractura está aquí, todos hemos participad­o en ella, por acción u omisión, y sólo nosotros podemos soldarla: ni Madrid ni la mediación internacio­nal lo harán. No hace falta decir que una buena convivenci­a es posible con sólo recordar que la fraternida­d no excluye ni la discrepanc­ia ni siquiera el conflicto, como aprendimos en casa desde nuestra infancia, y que todos convivimos a ratos con quienes no nos acaban de gustar. No dejemos que la profecía de Tarradella­s se cumpla, sería una lástima. Y recordemos la última frase de su carta: “Nuestro país es demasiado pequeño para que desprecie a ninguno de sus hijos, y lo bastante grande para que quepamos todos”. Palabras de un verdadero hombre de Estado.

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PERICO PASTOR

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