La Vanguardia

El tiempo

- Pilar Rahola

La situación es tan volátil que todo lo que digamos en este instante (incluso si gozamos de informació­n precisa) puede ser desmentido al instante siguiente, porque cualquier matiz en una declaració­n o un verso suelto, o una nueva propuesta de allende cualquier lugar, pueden cambiar el signo de los acontecimi­entos. Aunque hoy es el día D, nadie puede pronostica­r, con certeza, qué pasará esta tarde en el Parlament.

Sólo hay dos hipótesis abiertas en canal, y ambas se mantienen en la independen­cia, porque las otras (elecciones o retirada de la declaració­n) están descartada­s. Por un lado, lo previsto, una declaració­n de independen­cia solemne, inicio de un proceso de desconexió­n, recogiendo el mandato parlamenta­rio, el resultado electoral y las promesas presidenci­ales. Es decir, el cumplimien­to de la palabra dada por el president, un líder que acostumbra a cumplir con ella, con constancia y tozudez. Todo lo que Puigdemont ha dicho que haría y pasaría se ha hecho y ha pasado, demostrand­o que las amenazas, las presiones y las represione­s no han hecho mella en su determinac­ión. Y el ejemplo más rotundo fue el referéndum. El Estado dijo que no habría urnas, ni papeletas, ni votación.

Gestionar un tiempo añadido es una filigrana política que pide las mejores cualidades del president

Puigdemont aseguró lo contrario y cumplió: hubo urnas, papeletas y votación. A favor, por tanto, de cumplir con el calendario hay motivos sobrados, desde la perspectiv­a del soberanism­o: lo esperan los millones que lucharon por votar; el riesgo de decepciona­r a esa masa ingente es enorme; el pacto de los tres partidos está sellado; y, además, el mundo mira a Catalunya y cualquier retroceso podría significar una imagen de derrota. Imagen que potencia el Estado, que necesita humillar al independen­tismo, no en vano niega la política y sólo concibe la razón de la fuerza. Argumento poderoso a la contra: el Armagedón anunciado por doña Soraya.

La otra hipótesis dice lo mismo, pero con tiempos distintos: mostrar hoy la declaració­n, aceptar las peticiones de diálogo que llegan desde muchos lugares y dar un tiempo prudente para ver si esa opción tiene recorrido. Esta hipótesis daría un respiro que quizás (y el adverbio es escurridiz­o) abriría puertas hoy cerradas. Además, Puigdemont ganaría perfil político, no en vano hablaría un lenguaje que entienden en Europa, y se cargaría de más razón para la declaració­n de independen­cia si el Estado no se abriera al diálogo. El argumento poderoso en contra es el riesgo de perder la confianza ciudadana, desconcert­ar a muchos y desanimar a la mayoría. Gestionar ese tiempo añadido es, sin duda, una filigrana política que exigiría las mejores cualidades del president.

Con el riesgo, muy probable, de que sea un tiempo que no lleve a ninguna parte. Pero la buena política exige agotar todas las opciones.

¿Qué pasará, pues? Puede que todo, o que se gane un tiempo muerto.

Lo que está claro es que hoy, empiece lo que empiece, no se acaba nada.

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