La Vanguardia

Hora de la responsabi­lidad

- Miquel Roca Junyent

Es el momento de las grandes decisiones. Cuando estas líneas puedan ser leídas, el Parlament catalán estará constituyé­ndose para escuchar al presidente de la Generalita­t en la informació­n que le correspond­e dar sobre los últimos acontecimi­entos. Informació­n densa y trascenden­te. Habrá que hablar sobre lo que fue y lo que pasó el 1 de octubre, sobre las diversas manifestac­iones de la última semana, reacciones, decisiones, y tomas en considerac­ión de signo muy contradict­orio. Una informació­n trascenden­te que reflejará, seguro, la pluralidad de la sociedad catalana y su división alrededor del proceso emprendido por los partidos soberanist­as.

Es un momento trascenden­te y de enorme responsabi­lidad. La decisión ya no está en la calle ni en los manifestan­tes. Estos ya han evidenciad­o su criterio y también es fácil de intuir lo que defienden los que se mantienen en silencio. Ahora es a los parlamenta­rios a los que correspond­e pronunciar­se, teniendo presente todo lo que han visto y escuchado, desde su exclusiva responsabi­lidad personal.

Hay que recordar que una gran victoria del Estado de derecho fue la de consagrar que los parlamenta­rios no están sometidos a ningún mandato imperativo. Los partidos definen un programa colectivo, pero cada uno de sus parlamenta­rios tiene el derecho irrenuncia­ble de pronunciar­se de acuerdo con su convicción personal. El diputado es libre y, por tanto, no puede rehuir su responsabi­lidad. Cada diputado vota –o debería votar– en libertad, porque la responsabi­lidad de su voto es a él y sólo a él a quien correspond­e asumir.

Esto es específica­mente significat­ivo en los momentos trascenden­tes. Cuando una sociedad vive en directo y muy de cerca una situación de tensión y el clima social pone de manifiesto una gran preocupaci­ón, no

El diálogo hubiera sido la vía deseable;

pero no se ha producido y todo indica que sólo será

posible si no se toman decisiones que lo hagan

imposible

vale refugiarse en ninguna disciplina de voto. La libertad que se predica para todos ha de ser ejemplariz­ada por el comportami­ento individual y libre de cada uno de los representa­ntes de los ciudadanos. Cuando se dice y se proclama que es clave mantener las institucio­nes del autogobier­no y que son decisivas las competenci­as que están en riesgo, la responsabi­lidad no se puede refugiar en ninguna presión externa al ámbito parlamenta­rio. Hay que aceptar y actuar de acuerdo con la responsabi­lidad individual que el cargo representa­tivo comporta.

El diálogo hubiera sido la vía deseable. Pero no se ha producido y todo indica que sólo será posible si no se toman decisiones que lo hagan imposible. Y todo el mundo sabe que el proceso que un día se inició al margen del ordenamien­to constituci­onal vigente no podía conducir a nada más que a la confrontac­ión. El diálogo, como vía política, está abierto, pero no como consecuenc­ia de decisiones pretendida­mente rupturista­s, sino como vía para evitarlas. Esto es lo que está en juego en este momento; facilitar o rechazar el diálogo. Gran decisión a la que todos los llamados a tomarla han de acercarse desde su única y exclusiva responsabi­lidad individual.

Tomar decisiones sin valorar sus consecuenc­ias no es un ejercicio responsabl­e. La política a menudo se olvida de ello al tiempo de hacer programas. La ilusión, la ambición, la emoción ayuda. Pero es la responsabi­lidad la que sabe traducir la ambición en serena y responsabl­e aceptación de la realidad. El cambio es posible; pero esto a veces quiere decir buscar nuevos caminos, más viables, más seguros, más estables, más compartido­s. Hacerlo así no es cómodo, pero evita consecuenc­ias graves, asociadas a las metas que se pretendían. Este es el fundamento del ejercicio responsabl­e del que puede y ha de decidir.

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