Hora de la responsabilidad
Es el momento de las grandes decisiones. Cuando estas líneas puedan ser leídas, el Parlament catalán estará constituyéndose para escuchar al presidente de la Generalitat en la información que le corresponde dar sobre los últimos acontecimientos. Información densa y trascendente. Habrá que hablar sobre lo que fue y lo que pasó el 1 de octubre, sobre las diversas manifestaciones de la última semana, reacciones, decisiones, y tomas en consideración de signo muy contradictorio. Una información trascendente que reflejará, seguro, la pluralidad de la sociedad catalana y su división alrededor del proceso emprendido por los partidos soberanistas.
Es un momento trascendente y de enorme responsabilidad. La decisión ya no está en la calle ni en los manifestantes. Estos ya han evidenciado su criterio y también es fácil de intuir lo que defienden los que se mantienen en silencio. Ahora es a los parlamentarios a los que corresponde pronunciarse, teniendo presente todo lo que han visto y escuchado, desde su exclusiva responsabilidad personal.
Hay que recordar que una gran victoria del Estado de derecho fue la de consagrar que los parlamentarios no están sometidos a ningún mandato imperativo. Los partidos definen un programa colectivo, pero cada uno de sus parlamentarios tiene el derecho irrenunciable de pronunciarse de acuerdo con su convicción personal. El diputado es libre y, por tanto, no puede rehuir su responsabilidad. Cada diputado vota –o debería votar– en libertad, porque la responsabilidad de su voto es a él y sólo a él a quien corresponde asumir.
Esto es específicamente significativo en los momentos trascendentes. Cuando una sociedad vive en directo y muy de cerca una situación de tensión y el clima social pone de manifiesto una gran preocupación, no
El diálogo hubiera sido la vía deseable;
pero no se ha producido y todo indica que sólo será
posible si no se toman decisiones que lo hagan
imposible
vale refugiarse en ninguna disciplina de voto. La libertad que se predica para todos ha de ser ejemplarizada por el comportamiento individual y libre de cada uno de los representantes de los ciudadanos. Cuando se dice y se proclama que es clave mantener las instituciones del autogobierno y que son decisivas las competencias que están en riesgo, la responsabilidad no se puede refugiar en ninguna presión externa al ámbito parlamentario. Hay que aceptar y actuar de acuerdo con la responsabilidad individual que el cargo representativo comporta.
El diálogo hubiera sido la vía deseable. Pero no se ha producido y todo indica que sólo será posible si no se toman decisiones que lo hagan imposible. Y todo el mundo sabe que el proceso que un día se inició al margen del ordenamiento constitucional vigente no podía conducir a nada más que a la confrontación. El diálogo, como vía política, está abierto, pero no como consecuencia de decisiones pretendidamente rupturistas, sino como vía para evitarlas. Esto es lo que está en juego en este momento; facilitar o rechazar el diálogo. Gran decisión a la que todos los llamados a tomarla han de acercarse desde su única y exclusiva responsabilidad individual.
Tomar decisiones sin valorar sus consecuencias no es un ejercicio responsable. La política a menudo se olvida de ello al tiempo de hacer programas. La ilusión, la ambición, la emoción ayuda. Pero es la responsabilidad la que sabe traducir la ambición en serena y responsable aceptación de la realidad. El cambio es posible; pero esto a veces quiere decir buscar nuevos caminos, más viables, más seguros, más estables, más compartidos. Hacerlo así no es cómodo, pero evita consecuencias graves, asociadas a las metas que se pretendían. Este es el fundamento del ejercicio responsable del que puede y ha de decidir.