La Vanguardia

“Los corazones remendados son los más hermosos”

Tengo 40 años. Nací en Barcelona y vivo en Sudán del Sur, con el Servicio Jesuita a los Refugiados. Al experiment­ar la guerra, mi deseo es que todos podamos vivir en paz y en un mundo más justo. La vida de Jesús es una opción por el pobre y por la vida,

- IMA SANCHÍS

Por qué va descalzo? Empezó hace cinco años, cuando estudiaba el máster de Teología en Berkeley. Es un recordator­io personal que me ayuda a vivir más a la intemperie, menos protegido; vivir enraizado, y no olvidar que cualquier lugar es tierra sagrada.

En la mayoría de las tradicione­s religiosas cuando entras en el santuario te descalzas, y yo tengo un deseo profundo de poder vivir cualquier lugar como un lugar de encuentro con lo trascenden­te y con el otro.

¿Lo consigue?

A veces no, por eso necesito este recordator­io. En todos los lugares del mundo los niños se descalzan para jugar. Yo a veces puedo ser excesivame­nte responsabl­e y no quiero olvidar que la vida se debe vivir también jugando.

Vivimos momentos en los que la necesidad de protegerse parece más presente.

Esa necesidad surge del miedo y no de lo profundo del corazón. Cualquier encuentro de corazón a corazón se da desde la vulnerabil­idad.

¿Hay algo de penitencia en su descalcez?

Todo lo contrario: es una experienci­a gozosa. Una frase de los primeros jesuitas dice: “Nuestra

casa es el mundo” y eso es lo que yo quisiera, en cualquier lugar, en cualquier circunstan­cia.

En EE.UU. trabajó con inmigrante­s.

Era el tema de mi máster: la teología de la migración desde los ojos de los que intentan cruzar hacia el sueño americano.

¿Qué entendió?

Estamos acostumbra­dos a un Dios que baja de los cielos y se encarna, una imagen vertical, pero hay otra: la del Dios desplazado que cruza una frontera y que horizontal­mente se acerca a nosotros y nos pide que le reconozcam­os y acojamos. Un reto interesant­e para Europa, que hoy se fortifica para evitar al indocument­ado.

Hay mucho miedo…

Sí, el que genera esta estructura occidental que básicament­e está asfixiando la vida, imposibili­tando la capacidad de desplegar una vida con sentido.

Parece que vamos a más miedo, más policía, más control, pero votamos por ello.

Las transforma­ciones sociales nunca se han dado por las mayorías, sino por minorías capaces de ofrecer una alternativ­a viable, ilusionant­e, que propicie dinámicas nuevas... Yo las veo aquí y en África, pequeñas luces de esperanza en medio de una situación de oscuridad.

El ser humano es agresivo; si no ejerciera

su rabia, todo sería distinto. En el ser humano hay una dinámica de destrucció­n y de abuso, y otra de crear vida y espacios de comunicaci­ón. La pregunta que podemos hacernos como individuos, como comunidade­s y como institucio­nes es qué dinámicas estamos favorecien­do a todos los niveles.

¿Qué ha visto, qué le ha impactado?

He visto con claridad que la vida es más fuerte que la muerte. La vida quiere vivir con sentido y con plenitud, al fondo y hasta el final. No basta con sobrevivir. No basta con darle comida y ropa a un cuerpo, ese prejuicio tan de oenegé occidental. Ser refugiado no es una identidad.

¿Qué merece la pena?

Descubrir que el otro no es una amenaza, sino una oportunida­d para crecer.

La violencia deja heridas muy profundas.

El grito de Job se repite: ¡¿Por qué tanta injusticia?, ¿hasta cuándo?!

Es una pregunta que se lanza al cielo y se queda sin respuesta.

Bienvenida a nuestro mundo, profundame­nte oscuro, profundame­nte injusto. Pero incluso en el silencio y en la oscuridad hay una presencia que acaba permeándol­o todo. Si creemos que el sentido está sólo en la luz, nos quedamos con una parte de nuestra historia.

¿Cuál ha sido su apuesta?

Creer que la vida sólo se vive con gozo cuando se entrega, y no me refiero a hacer voluntaria­do, sino a ese vivir a la intemperie, desprotegi­do de los propios pensamient­os y certezas, del propio vestido cultural, para acercarse al otro.

Esa vulnerabil­idad ¿le ha herido?

¡Claro!, uno lleva el corazón a pedazos. Pero los corazones remendados son los más hermosos, te llevan a un nivel de conexión mucho más profundo con el otro, algo que traspasa la palabra, el discurso e incluso las creencias.

¡Es tan fácil inflamar la ira humana!

Hay una tranquilid­ad aparente, la gente trabaja, funciona, convive…, pero hay un profundo desconcier­to existencia­l y eso se paga con existencia­s muy superficia­les y una afectivida­d que puede ser muy fácilmente manipulabl­e.

Nadie está a salvo...

En Sudán del Sur los hombres están en casa sentados con su kaláshniko­v esperando a que aparezca el enemigo. Aquí estamos parapetado­s en nuestra tecnología, ideología y certezas.

...Y con ruido, mucho ruido; y polución.

Yo por la noche debo restregar mucho mis pies para librarme de ese ruido y de esa polución. La ciudad occidental es la máquina en la que nos hemos creído que se vive mejor, quizá para proteger esa vulnerabil­idad.

No conozco paraísos...

Allí donde vivo hay doce horas de oscuridad total y aquí hay 24 horas de luz, internet, televisión… y eso no deja de ser una ficción para que nos creamos que podemos controlarl­o todo, pero no controlamo­s ni nuestro corazón, que tiene una profundida­d y unos abismos que desconocem­os y tememos.

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KIM MANRESA

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