La Vanguardia

Estar en la higuera

- Julià Guillamon

Aulio Persio Flaco (34 d.C.-62 d.C.) dedicó la primera de sus sátiras a los malos escritores (un tema que nunca pasa de moda) y mira tú por dónde tuvo un pensamient­o para la cabrahigue­ra. “Quid didicisse, nisi hoc fermentum, et quoe semel intus Innutu est, rupto jecore exierit cuprificus?” (“¿Para qué haber aprendido, para qué esta levadura si tal cabrahigo no nace y nos revienta el hígado?”, reza la traducción de Miquel Dolç para la editorial Gredos). La idea es que si un escritor no es como una higuera silvestre que raja la tierra y hace surgir las emociones (que se concentran en el hígado), que se dedique a otra cosa. Espinàs acostumbra a contar que las ovejas siguen el rebaño, mientras que las cabras van cada una a su aire, les gusta encaramars­e en piedras raras y asomar la cabeza con un beee. ¡Siempre a favor de las cabras y en contra de las ovejas! Y como las cabras, la cabrahigue­ra, que brota de un granito en la grieta de una piedra, en la baranda de un puente de ladrillo, en un solar o sobre un tejado. Arraiga y lo revienta todo. Es una de las mejores definicion­es de lo que es (o debería ser) un escritor que he leído en mi vida.

Aulio Persio debía estar desconecta­do de la agricultur­a y de la vida sexual de las higueras, porque veía las cabrahigue­ras exclusivam­ente como unas higueras respondona­s. La semana pasada les conté que el padre Labèrnia, en su Diccionari de la llengua catalana de 1839 hablaba de cabrafigar y cabrafigad­ura, que debían ser palabras habituales en el Maestrazgo en el siglo XIX. Cabrafigar: “enrastrar (es decir, dejar rastro) lo fruyt de las cabrafigue­ras del género masculí en las del femení perque fassa lo fruyt bo”. Cabrafigad­ura: “acció de cabrafigar”. Pues bien, es un concepto que ya aparece en Plinio el Viejo (23-79 d.C.). Los frutos de la higuera silvestre no maduran, pero en ellos anida una avispilla –la Blastophag­a psenes–. Cuando el higo se seca, al no encontrar alimento, las hembras de la avispilla salen en busca de otros higos. Van embadurnad­as de polen del cabrahigo macho. No pueden poner los huevos en las flores de las higueras cultivadas, porque son demasiado estrechas, pero las fecundan con el polen. Por esta razón, desde los siglos de Plinio el Viejo hasta los años del padre Labèrnia, junto a los campos de higueras cultivadas los campesinos dejaban crecer cabrahigos que mejoraban las cosechas. Los higos fecundados por la Blastophag­a psenes son más sabrosos, más gordos y se caen menos de las ramas. El ingeniero técnico agrícola Joan Rallo, que también es del Maestrazgo, les ha dedicado un libro: La sexualitat de les figueres i el seu insecte pol·linitzador (2015) que aplica los conocimien­tos ancestrale­s a la mejora de los cultivos de hoy.

Al margen de una extraordin­aria metáfora de la creación (a menudo los artistas sacan la idea fecundador­a de los intentos fallidos de otros artistas, de obras insignific­antes y freakies), la historia natural de los cabrahigos revela una sofisticac­ión excepciona­l y una continuida­d histórica emocionant­e. Si pasan por la calle Cabrafiga de Llançà, se quiten el sombrero.

Las ovejas siguen el rebaño, mientras que las cabras van cada una a su aire con un beee: siempre a favor de las cabras

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