La Vanguardia

Diosa del fuego trágico

- JAUME COLLELL

La actriz, célebre por sus recreacion­es de los clásicos griegos, vive a sus 91 años en Atenas, frágil de salud

Irene Papas ha encarnado a todas las heroínas de la Grecia clásica: Medea, Electra, Clitemnest­ra, Helena, Penélope, Antígona, Anticlea… Mujer morena de anchas cejas, alta prestancia, voz grave, desde el interior de sus solemnes túnicas ha encendido el fuego de las tragedias de Sófocles y Eurípides. Después de trabajar en medio mundo, de Europa a Hollywood, de vivir en Francia durante la dictadura de los coroneles, en Portugal, España e Italia, hace ya tiempo que regresó a Atenas. Allí reside a sus 91 años, completame­nte retirada, bajo un estado de salud frágil, que cada día le acompaña menos.

Nacida en Chiliomodi, cerca de Corinto, el 3 de enero de 1926, Irene Lelekou obtuvo un aprendizaj­e directo. Su padre, de origen albanés, era profesor de teatro clásico, y su madre, maestra de escuela, le contaba fábulas. Ella daba vida a aquellos relatos frente al espejo en su casa. Desde entonces, como buena intérprete, nunca ha matado a la niña que lleva dentro.

Así empezó su idilio con el placer de la palabra. Con doce años vio el ensayo de una actriz y pensó que no hacía bien porque no era creíble. Pronto acudió a la escuela de arte dramático en Atenas. Se casó con 17 años con Alkis Papas, de quien tomó el apellido. Tras la muerte de Marlon Brando la actriz desveló que tuvieron una relación íntima que siempre fue mantenida en secreto.

La guerra de los alemanes en Grecia aún pervive en su retina: las bombas caídas, los carros de cadáveres… Y luego la guerra civil, la división impuesta por Rossevelt, Churchill y Stalin que duró hasta 1953 y en 1967, la dictadura militar. Estos episodios que la historia repite, destilados por los lúcidos dramaturgo­s clásicos, forjaron su trayectori­a actoral. Como persona no podía hallar cauce a tales sentimient­os, pero sí en la catarsis purificado­ra de la ficción.

Irene Papas inició la carrera profesiona­l muy pronto. A los quince años ya trabajaba como actriz en la radio, además de actuar como cantante y bailarina. Participó en produccion­es del Teatro Nacional de Grecia.

En el cine debutó en su país y en produccion­es italianas. Obtuvo reconocimi­ento con las adaptacion­es de Antígona, Electra e figenia. Fue descubiert­a por Elia Kazan y dio el salto a la gran industria norteameri­cana con Los cañones de Navarone (1961) y Zorba el griego (1964) junto a Anthony Quinn. Entre la vasta filmografí­a destacan títulos de culto como el filme televisivo La Odisea producida por Francis Ford Coppola (1968), Zeta de Costa Gavras (1969), Ana de los mil días, junto a Richard Burton (1969) y Cristo se paró en Éboli (1979) de Francesco Rosi.

En España protagoniz­ó una Medea bajo la dirección de Núria Espert durante la olimpiada cultural de los Juegos de 1992. La actriz española le admira profundame­nte y ha mantenido con ella una relación continuada desde entonces, sea por teléfono o en sus sucesivos domicilios en Atenas. Primero en la enorme casa que tenía en una de las colinas de la ciudad y después en el pequeño apartament­o desde el que contemplab­a el Partenón. La artista griega vive desde hace un tiempo en un hotel de la capital helena.

En el 2001, estrenó una versión de Las troyanas con La Fura dels Baus en Sagunt, donde fundó una escuela de teatro que compaginó junto a las que regentaba en Roma y Atenas. Entre el 2004 y el 2007, estuvo al frente de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de València. El aspecto trágico, a veces casi flamenco, de Irene Papas no esconde que gracias a su inteligenc­ia mediterrán­ea suene el timbre de la ironía.

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EFE
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EUROKINISS­I / EFE Arriba, Irene Papas en una escena de la película Zorba elgriego de 1964. En color, en una foto del pasado mes de mayo
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