La Vanguardia

El sargento Bergdahl se declara culpable de deserción en Afganistán

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

La moneda del sargento Bowe Bergdahl sólo dispone del lado de la cruz. Torturado por los talibanes, que lo tuvieron encerrado en “una jaula” cinco años, y perseguido legalmente por los suyos. “Dejé el puesto por mi propia voluntad y entiendo que al abandonarl­o actué contra la ley”, afirmó ayer Bergdahl, de 31 años, ante el juez militar, al aceptar su culpa por deserción y mala conducta frente al enemigo.

Todo apunta a que su defensa y la fiscalía no han alcanzado un pacto respecto a la condena. La vista para decidir el castigo se abre el día 23. El primer delito puede acarrearle cinco años de cárcel, mientras que el segundo, al poner en peligro a los compañeros enviados en su búsqueda, le coloca ante la cadena perpetua. El juez insistió en si era consciente de la gravedad de la pena a la que se enfrenta. “Lo soy”, indicó.

“Me capturó el enemigo contra mi voluntad. Nunca quise poner a nadie en riesgo. No tenía intención de que se ordenara una operación de rescate. Es inexcusabl­e”, insistió en el tribunal de Fort Bragg (Carolina del Norte).

El 30 de junio del 2009, Bergdahl pegó un portazo a su unidad, destinada al este de Afganistán. A las dos horas lo cazaron los otros.

Era un soldado de 23 años y, dicen, con la cabeza llena de pájaros. Al estilo de los aventurero­s románticos, se hizo el propósito de ayudar a los afganos, a los ciudadanos, y no se le ocurrió otra cosa que vestir el uniforme del enemigo. Se equivocó de siglo, tratan de explicar los que lo ven como un héroe, como una secuela de Lawrence de Arabia.

Demasiada sutileza. El mismo 31 de mayo del 2014, con los padres de Bowe emocionado­s en la Casa Blanca junto a Barack Obama, los republican­os no dieron tiempo a que se secaran las lágrimas. Si Obama reiteró que “EE.UU. no deja a ningún hombre atrás”, sus rivales le criticaron el intercambi­o del soldado por cinco presos de Guantánamo.

De forma directa o indirecta llegaron a atribuirle la responsabi­lidad en la muerte de seis compañeros. Sin embargo, el fiscal concluyó en su investigac­ión que, como máximo, se le pueden achacar tres heridos, número que la defensa discute. Sostuvo que se hubiesen producido igual, con o sin su búsqueda.

El asunto entró en campaña. El candidato Donald Trump lo calificó de “basura” y “asqueroso traidor”, y sugirió ejecutarlo. “Como en los viejos tiempos, bing bong”, voceó.

Su abogado protestó. No podía haber un juicio imparcial si el presidente del país proclamaba esa opinión.

El militar, a quien Trump pidió ejecutar, se arriesga a la cadena perpetua tras un lustro preso por los talibanes

Un juez replicó que, si bien la declaració­n de Trump fue “perturbado­ra y decepciona­nte”, no tenía por qué influir en la imparciali­dad.

Bergdahl ha lanzado otra moneda, a ver si cae por la cara. A ver si el juez que ha de dictar sentencia se muestra benigno.

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ANDREW CRAFT / AP Bergdahl llegando al tribunal

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