Nuevo epistolario desde la plaza de la Villa de París
Hubo nervios con la petición de la Fiscalía, y alguno salivó imaginando a Trapero entrar en Soto del Real
Diputados de los tres partidos catalanes del Congreso (En Comú, ERC y PDECat) encarnaron ayer la solidaridad con Josep Lluís Trapero, Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, en tanto sospechosos sedicentes, frente a los jardines de la muy
parisienne plaza de la Villa de París, junto a la Audiencia Nacional. Gritaban, con el concurso de un coro de voluntarios, “no estáis solos”. La escenografía importa, porque los que entraban a declarar podían acabar convertidos en primeros mártires de la causa del 1-O. Acabaron. Dos de ellos, Cuixart y Sànchez, precisamente, la sociedad civil, la que no recibe órdenes y no puede desobedecerlas. Algunos catalanes estaban allí con una papeleta de voto, casi como quien, desafiante, se golpea el pecho ante una contingencia funesta: “Llévame a mí, llévame a mí”.
Cuixart y Sànchez, los Jordis de Òmnium y ANC, habían entrado sonrientes, se diría que de algún modo complacidos por un trago judicial que es también, a ojos independentistas, afrenta postrera de un rival desatado. Quizá no sospechaban cuánto. La causa independentista sabe que la batalla es por el relato, toda vez las elocuentes dificultades que presenta doblegar un Estado mediante la desobediencia institucional, y en ese panteón hay ahora dos nuevas peanas.
En los sofisticados estados contemporáneos, cada partida se juega a la vez en varios tableros, y lo de ayer en la Audiencia Nacional era una trama lateral del novísimo vodevil epistolar que se traen Carles Puigdemont y Mariano Rajoy; con Soraya Sáenz de Santamaría como un hacendoso Cyrano de Bergerac de rima esquiva. Y esa subtrama pesará en lo que ocurra en las horas venideras.
Trapero, el héroe del 17-A, pieza de caza mayor para los más enfebrecidos antiindependentistas, se presentó de traje, sin uniforme, dando pábulo a los que, desde la misma gestión informativa de los atentados –“pues molt bé, pues adiós”– han visto en él un ídolo de la deseada república tanto como un valor pluscuamperfecto de la futura política catalana. En la plaza, la espera se alargó y no muchos seguían allí cuando, avanzado el día, salía el major Trapero. La Fiscalía también pidió cárcel para él, pero la juez Carmen Lamela no concedió la pieza. Alguno salivaba soñando a Trapero, el hombre que consoló a la Barcelona herida por el yihadismo, entrar en Soto del Real, paradójico varadero de la corrupción de la turbo-España. Pero en este extraño stand
by postal en que anda el proceso, no era esa la foto que ayer tocaba.