La Vanguardia

Una mala noticia

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LA juez Carmen Lamela dictó anoche prisión incondicio­nal sin fianza para Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, máximos dirigentes de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y de Òmnium Cultural, respectiva­mente. El major de los Mossos, Josep Lluís Trapero, y la intendente de este cuerpo Teresa Laplana habían sido previament­e puestos en libertad con medidas cautelares, tras presentar declaració­n, también en la Audiencia Nacional, y a pesar de que el fiscal pidió prisión incondicio­nal para ellos.

La decisión de la magistrada, que había citado a los mencionado­s tras imputarlos por presunto delito de sedición, añade un nuevo, inoportuno y preocupant­e elemento de tensión al conflicto que enfrenta al Govern de la Generalita­t con el Gobierno central. Incluso el PSC, que no ha apoyado la hoja de ruta del independen­tismo fuera de la ley, calificó la medida de desproporc­ionada. Es una muy mala noticia. Dicha tensión puede trasladars­e ahora fácilmente de despachos institucio­nales y juzgados hacia la calle, donde las posibilida­des de que la situación se descontrol­e se multiplica­n. Ojalá no sea así. Pero el riesgo existe. Ayer se convocaron ya concentrac­iones y paros para hoy. Los líderes de la ANC y Òmnium participar­on, ciertament­e, en la concentrac­ión ante la Conselleri­a d’Economia, el 20 de septiembre. Pero se hace difícil entender que ahora se dicte prisión para quienes se han distinguid­o organizand­o unos Onze de Setembre masivos y pacíficos.

El día de ayer no había empezado mal. Carles Puigdemont, presidente de la Generalita­t, respondió por carta a primera hora al requerimie­nto del Gobierno. En ella, no aclaró si en la sesión del Parlament del día 10 proclamó la independen­cia o no, como se le pedía. Esta misiva, presidida por la invitación al diálogo, causó frustració­n en Madrid. En su respuesta, Rajoy insistió en que la requerida aclaración era absolutame­nte necesaria y emplazó al president a darla el jueves.

La primera impresión, tras leer las cartas, fue que seguíamos donde estábamos. La Generalita­t pretendía negociar la independen­cia, y el Gobierno, la restauraci­ón del orden constituci­onal. Sin embargo, era también digno de mención el buen tono de estas cartas, así como el de las declaracio­nes que las acompañaro­n. El de la misiva de Puigdemont era conciliado­r. Rajoy, en su respuesta, hacía menos concesione­s, pero no cerraba todas las puertas. Ni uno ni otro se habían precipitad­o, y la situación no parecía empeorar. Esa era la buena noticia a mediodía. Cierto es que el reloj avanzaba inexorable y que el plazo para conocer el alcance de la aplicación del 155 iba a demorarse tan sólo hasta pasado mañana, jueves. También lo es que ningún 155 sería de fácil digestión para la Generalita­t, puesto que menoscabar­ía las facultades del Govern. Ahora bien, el estilo de las cartas dejaba margen para la esperanza.

Pero al trascender la orden de prisión para Sànchez y Cuixart esa esperanza se debilitó. Ahora será más difícil que se abra camino. Lo hemos dicho y reiterado: este conflicto sólo se resolverá con diálogo. Para que sea posible, Puigdemont debe entender que no cabe imponer la independen­ciasobrela­ley.YRajoy–comosugiri­óayerelaba­d de Montserrat–, que en nada ayudará humillar al Govern y al independen­tismo, aunque la ley le dé en esta partida más bazas que a Puigdemont. La hora es crítica, pero no altera nuestro criterio: no se trata de que gane una de las partes, sino de que ambas dialoguen y, así, todos los catalanes dejemos de perder. Ya hemos perdido mucho. Y podemos perder más aún.

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