La partida
Son tantas las variables que más que una partida es un juego endemoniado, donde todas las jugadas son malas para ambos lados. Es cierto que el Estado gasta una retórica chulesca, que tiene la capacidad de lanzar una ofensiva feroz que devore las piezas del otro jugador y que aspira a una victoria humillante sobre el contrincante. El ataque es por tierra, mar y aire: ahogan la economía catalana y animan a la huida de empresas con la inoculación del miedo en la dinámica economía catalana; retornan al ataque a nuestro sistema educativo con ministros que mienten sin vergüenza; además, continúa el delirio judicial contra líderes catalanes, mientras se criminaliza al major de los Mossos, un cuerpo policial que ha merecido el reconocimiento por su excelencia, y, finalmente, preparan la maquinaria para destruir la poca soberanía que tiene Catalunya. Desde la mirada del poder del Estado, un poder que se sabe absoluto, la victoria
Es importante la percepción que cada lado tenga de su debilidad, porque aquí nadie gana por goleada
por aplastamiento está a las puertas. Y por eso no abren ninguna grieta por donde pase la política, porque no quieren política, quieren la muerte por asfixia.
En el otro lado del tablero, es obvio que no hay convicción de victoria, pero tampoco hay moral de derrota porque ni el conflicto ha nacido hoy, ni está desarraigado de la ingente masa social que lo apoya, ni acabará mañana por mucho estropicio que haga el Estado. ¿O es necesario recordar que la causa catalana ya ha estado en situación de asedio muchas veces en la historia? Con el añadido de que Catalunya está ahora bajo la lupa internacional, que la represión del Estado no mata la causa sino que la alimenta y que intentar resolver de manera abrupta un conflicto territorial tan importante sólo sirve para amplificar las causas que lo motivan. Quizás Rajoy se cree que después del 155 todo el mundo se lanzará a votar a Albiol, pero diría que va errado. A pesar, pues, de las tormentas que se avecinan, el independentismo ni se siente derrotado ni fuera de juego. Al contrario, se prepara para las nuevas contingencias que vendrán. Hay, sin embargo, un hecho relevante que explica las últimas decisiones del president: por una parte, el mundo ha dirigido la mirada hacia el conflicto catalán, que ahora existe como preocupación; por otra, no ha comprado la validez del referéndum. Por eso –mucho más que por la represión o las amenazas del Estado–, resulta pertinente intentar reforzar las vías de diálogo.
En este punto, lo más importante es la percepción que cada lado tenga de sus propias debilidades, porque aquí nadie gana por goleada. El Estado tiene la fuerza bruta, pero deja un territorio (que es el 18% de su PIB) en situación seriamente sublevada e inestable. El Govern puede hacer una DUI, pero no tiene el aval internacional ni la fuerza para aplicarla. Se trata, pues, de una partida endemoniada que, por mucho que se niegue, sólo se puede resolver con diálogo.