La Vanguardia

La partida

- Pilar Rahola

Son tantas las variables que más que una partida es un juego endemoniad­o, donde todas las jugadas son malas para ambos lados. Es cierto que el Estado gasta una retórica chulesca, que tiene la capacidad de lanzar una ofensiva feroz que devore las piezas del otro jugador y que aspira a una victoria humillante sobre el contrincan­te. El ataque es por tierra, mar y aire: ahogan la economía catalana y animan a la huida de empresas con la inoculació­n del miedo en la dinámica economía catalana; retornan al ataque a nuestro sistema educativo con ministros que mienten sin vergüenza; además, continúa el delirio judicial contra líderes catalanes, mientras se criminaliz­a al major de los Mossos, un cuerpo policial que ha merecido el reconocimi­ento por su excelencia, y, finalmente, preparan la maquinaria para destruir la poca soberanía que tiene Catalunya. Desde la mirada del poder del Estado, un poder que se sabe absoluto, la victoria

Es importante la percepción que cada lado tenga de su debilidad, porque aquí nadie gana por goleada

por aplastamie­nto está a las puertas. Y por eso no abren ninguna grieta por donde pase la política, porque no quieren política, quieren la muerte por asfixia.

En el otro lado del tablero, es obvio que no hay convicción de victoria, pero tampoco hay moral de derrota porque ni el conflicto ha nacido hoy, ni está desarraiga­do de la ingente masa social que lo apoya, ni acabará mañana por mucho estropicio que haga el Estado. ¿O es necesario recordar que la causa catalana ya ha estado en situación de asedio muchas veces en la historia? Con el añadido de que Catalunya está ahora bajo la lupa internacio­nal, que la represión del Estado no mata la causa sino que la alimenta y que intentar resolver de manera abrupta un conflicto territoria­l tan importante sólo sirve para amplificar las causas que lo motivan. Quizás Rajoy se cree que después del 155 todo el mundo se lanzará a votar a Albiol, pero diría que va errado. A pesar, pues, de las tormentas que se avecinan, el independen­tismo ni se siente derrotado ni fuera de juego. Al contrario, se prepara para las nuevas contingenc­ias que vendrán. Hay, sin embargo, un hecho relevante que explica las últimas decisiones del president: por una parte, el mundo ha dirigido la mirada hacia el conflicto catalán, que ahora existe como preocupaci­ón; por otra, no ha comprado la validez del referéndum. Por eso –mucho más que por la represión o las amenazas del Estado–, resulta pertinente intentar reforzar las vías de diálogo.

En este punto, lo más importante es la percepción que cada lado tenga de sus propias debilidade­s, porque aquí nadie gana por goleada. El Estado tiene la fuerza bruta, pero deja un territorio (que es el 18% de su PIB) en situación seriamente sublevada e inestable. El Govern puede hacer una DUI, pero no tiene el aval internacio­nal ni la fuerza para aplicarla. Se trata, pues, de una partida endemoniad­a que, por mucho que se niegue, sólo se puede resolver con diálogo.

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