La Vanguardia

‘Nunca máis’

- Celeste López

En Galicia ayer no amaneció. Una nube gris oscura impedía ver el sol, las nubes o lo que hubiera más arriba, por lo que era difícil encomendar­se a la lluvia, la última baza para aminorar la devastació­n. De poco servía mirar al cielo. No había nada salvo un humo intenso, denso, asfixiante, que arranca toses secas y lágrimas de ceniza. Una niebla metafórica, fiel reflejo de la angustia que siente este pueblo ante la destrucció­n de su alma. Porque el bosque es suyo, como también lo es el mar y la lluvia. “Esto es un golpe directo al corazón. ¿Tú sabes lo que es ver cómo el fuego se lleva tu vida, tus recuerdos, el colegio donde has estudiado, la iglesia en la que hiciste tu primera comunión, el paseo donde te distes tu primer beso?”, pregunta Aleixo Lobeiro, un vigués grande como un oso, que se frota unos ojos acuosos. “¡No lloro! Me pican del humo y porque no he dormido en toda la noche”, señala entre hipos.

A su lado, sus compañeros del

tajo, porque ayer, a pesar de todo, tuvieron que ir a trabajar a la A-52, donde aún ardían algunos árboles. Pocos, la verdad, la mayoría están muertos.

Los compañeros están tan cansados como Aleixo, tras una noche en pie, luchando contra el fuego. Ellos no estaban en el bosque, como es habitual en estos casos. Estaban en Vigo, sobre el asfalto, cerca de la plaza de España y aledaños, donde decenas de vecinos se organizaro­n para formar una cadena humana armada con cubos y agua. “No me preguntes quién lo organizó ni cómo. Salió de manera espontánea. El fuego estaba a punto de entrar al casco urbano, a las casas. La situación era desesperan­te. Y entonces supimos que esa era nuestra batalla, o el fuego o nosotros. No podíamos esperar ninguna ayuda. Y alguien empezó a sacar cubos y la gente se puso en fila acarreando agua...”, narra Toni, otro compañero, vecino de Moaña, quien no dudó en coger el coche e ir a Vigo para hacer frente al avance de las llamas.

Ellos tienen claro que, en un momento, no saben decir cuándo, la fuerza del pueblo resurgió del miedo, como ocurrió hace ya más de una década, cuando un petrolero vetusto que debía haber pasado a mejor vida muchas años antes se hundió frente a sus costas cubriendo el mar de chapapote. “Entonces fui a limpiar las playas y el domingo hizo lo mismo con el fuego. Y cuando estábamos allí, luchando, brazo con brazo, hombro con hombro me vino a la cabeza aquella imagen del 2002, todos contra el chapapote... Luego llegaron los militares, los de protección civil, los expertos, los políticos... Pero, al principio, estuvo el pueblo. Meu pobo”.

Sí, porque el día después de que Galicia fuera atacada por unas personas para las que no existen calificati­vos, algo, sin embargo, renació en los gallegos, el orgullo de su tierra y de su gente. Ante la magnitud de la desgracia, la respuesta fue la solidarida­d y el apoyo mutuo. Así, vecinos aportaron todo lo que encontraro­n en sus casas, los taxistas se ofrecieron a llevar a los desalojado­s y algunos hoteles abrieron sus habitacion­es para quienes habían tenido que huir. Entre ellos, el hotel Bahía, que ofrecía a través de Facebook sus instalacio­nes, al grito de “tenemos sitio”. “Hay habitacion­es libres y gratis”.

Gracias a esta solidarida­d, Laia pudo pasar la noche con sus niños. Ayer acudió a su aldea, próxima a Vigo, para ver su casa. No quedaba nada. Ni del edificio, ni del ganado. Nada. Su cara, sus lágrimas, sus suspiros lo decían todo. “¿Qué voy a hacer?”, preguntaba sin esperar respuesta. Esta misma pregunta, seguro, fue lanzada ayer al cielo por decenas de gallegos cuyos ojos vieron lo mismo que Laila. Es la misma pregunta, la misma cara, el mismo miedo que esta redactora vio hace cuatro meses no muy lejos de allí, en la localidad de Pedrógão Grande, en Portugal. Dos pueblos unidos por la misma desgracia, la misma desolación, la misma angustia, la misma incomprens­ión.

Al cierre de esta edición, al fin, llegó la lluvia. Ojalá no pare en mucho tiempo. Por el bien de Galicia, por el bien de todos.

Igual que ocurrió en el 2002, los gallegos se unieron para defender su tierra

“¿Sabes lo que es ver cómo el fuego se lleva tu colegio, la iglesia donde hiciste la primera comunión?”

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MIGUEL RIOPA / AFP Los vecinos de Vigo pasaron la madrugada del lunes en pie para ayudar a extinguir los fuegos
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