La Vanguardia

La fábula del géiser y el volcán

Reikiavik tiene nueve equipos de primera y tres de segunda, todos ellos con presupuest­os anuales de menos de un millón de euros

- Rafael Ramos

Las sagas islandesas son una de las expresione­s literarias más antiguas del mundo, y cuentan las luchas y conflictos en la sociedad de ese país durante el periodo de población de la isla en los siglos X y XI. Hoy, en este artículo, nos vamos a permitir añadir una nueva, la del géiser y el volcán.

“Estallo periódicam­ente –explica el géiser de Strokkur al volcán de Eyjafjalla­jökull– a través de rocas porosas y fracturada­s (la sociedad), debido al contacto entre el agua de la superficie (la realidad) y las piedras calentadas por el magma ubicado subterráne­amente (la actividad de los políticos). Es como una olla a presión. Cuando se alcanza el punto de ebullición (ahora), el agua se desborda y salpica hacia fuera. Al cabo de un rato las cosas vuelven a la normalidad, hasta la próxima erupción”.

Reikiavik se ha convertido en uno de los principale­s destinos turísticos de Europa. Pero no por las sagas, sino por la geografía, la vida nocturna, la cocina y el fútbol. Las calles del centro, sobre todo cuando hace buen tiempo, están llenas a rebosar de gente hasta bien entrada la madrugada. Un centenar de cafés y restaurant­es se convierten en bares y discotecas con sus propios disc jockey. Y con un poco de suerte uno puede encontrars­e a cantantes como Björk. La comida es original, con platos como el filete de ballena o el carpaccio de frailecill­o. Géiseres y volcanes están a menos de una hora de la capital, y la corriente del Golfo hace que las temperatur­as sean soportable­s incluso en invierno.

¡Y qué decir del fútbol! La selección islandesa dio el campanazo en la última Eurocopa eliminando a Inglaterra, y se ha clasificad­o para el Mundial del año que viene en Rusia. Nadie lo diría, sin embargo, yendo a ver partidos de liga en los estadios de Hlidarendi, Kaplakriki, Vikingsvol­lur o Alvogenvol­lur, con frecuencia de una sola tribuna pequeña, como si fueran de regional, y con multitudes de entre mil y tres mil personas. Conviene llevar paraguas. Los islandeses son tipos duros que no se dejan apoquinar por el frío o la lluvia.

Reikiavik tiene una docena de equipos que han dominado históricam­ente la liga, nueve de ellos en el centro y tres en los suburbios, todos ellos semiprofes­ionales, con presupuest­os que como máximo llegan a un millón de euros anuales (que en el Barça no da ni para pipas). Clasificar­se para la fase previa de la Europa League o de la Champions –como la temporada pasada el FH Hafnarfjor­dur, eliminado por el Dundalk irlandés por goles en campo contrario– es como que les toque la lotería, porque reporta seis o siete millones de euros, en comparació­n una pequeña fortuna.

Islandia es un país muy caro, pero no así el fútbol. Una entrada cuesta alrededor de 1.500 coronas (unos doce o trece euros), y si actúa con discreción no hay ningún problema en entrar con un par de latas de cerveza o una botella de vino para combatir el frío en un derbi entre el Valur y el Breidablik, el Stjarnan y el Trottur o el Vikingur y el Fylkir, sentado entre oteadores de las grandes ligas europeas que vienen para engatusar y llevarse a Inglaterra o Alemania a los jóvenes más prometedor­es.

El FH ha sido el club dominante durante la última década y media, desde que ganó su primera liga en el 2004. Es el que tiene más dinero y mejores instalacio­nes, habiendo destacado en sus filas un par de británicos, San Hewson (ex Manchester United) y Steven Lennon (ex Glasgow Rangers). El suburbio de Hafnarfjor­dur, cerca del aeropuerto de Keflavik, se halla situado sobre un campo de lava volcánica. En su historial figuran un par de noches europeas memorables, como la victoria 4-3 sobre el Dumfermlin­e escocés o el empate a uno con el Aston Villa. Su hinchada es generalmen­te conocida como “la mafia”.

“Tú tienes muy mal genio y estás constantem­ente a punto de estallar, pero el agua nunca llega al río. Son explosione­s menores –responde el volcán de Eyjafjalla­jökull al géiser de Strokkur–. Yo en cambio parezco inofensivo, como si estuviera dormido. Pero de repente, si me caliento, sube el magma y se produce una erupción que ni yo mismo puedo controlar y puede ser de lo más violento, llevándose todo por delante. La última vez fue en el 2010. Sólo escupí cenizas, pero se tuvo que interrumpi­r el tráfico aéreo de buena parte de Europa, hasta el punto de que el Barça no pudo viajar en avión a Milán para su partido de semifinale­s de la Champions con el Inter de Mourinho. Tuvo que hacerlo en autocar y perdió por 3 a 1. Así que imagínate lo que puede pasar si me tocan tanto las narices me da por vomitar lava. No quiero ser agorero, pero estoy harto de provocacio­nes. El vaso de mi paciencia está a punto de agotarse”.

Los clubs islandeses son semiprofes­ionales y en sus estadios sólo caben unos tres mil espectador­es

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BIRGIR THOR HARDARSON / EFE La selección islandesa de fútbol celebra su clasificac­ión para el Mundial de Rusia del año próximo
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