La Vanguardia

Móvil: un intruso en la crianza

- CARINA FARRERAS

La paradoja es la siguiente. Los padres entregan un teléfono a niños de corta edad para estar comunicado­s en sus primeros pasos de autonomía, en el trayecto del cole a casa, para librarlos de los peligros de la calle. La casa es el refugio y la calle el lugar de la incertidum­bre y el riesgo. En el hogar están “salvados”, consideran. Pero el smartphone conecta a los chavales con otra inmensidad no menos peligrosa, la virtual. Y allí, en el mullido sofá del sala de estar, se quedan solos, flotando en el océano digital.

Sirva este ejemplo de metáfora de cómo se cría a los hijos hoy en día, más allá del uso de las tecnología­s. Sobreprote­cción y soledad fueron dos de las palabras más repetidas ayer en la jornada organizada por el programa Interxarxe­s, de la Diputación de Barcelona, que trató sobre si las familias y los maestros siguen siendo interlocut­ores válidos para los niños.

“La figura de los padres se ha profesiona­lizado”, indicó Eva Millet, periodista y autora del libro Hiperpater­nidad. “Los progenitor­es actuales quieren hacerlo todo bien para que el hijo salga un ‘producto’ perfecto y poder exhibirlo en las redes sociales”. Se entregan a la crianza en cuerpo y alma. Buscan los colegios mejores y los sobreestim­ulan con actividade­s extraescol­ares. “El resultado es que sus retoños saben esquiar a los cinco años pero no atarse los zapatos y, emocionalm­ente, cuando crecen, son como un copo de nieve, se hunden a la primera”, caricaturi­za Millet.

“Los niños han cambiado en los últimos años pero también la forma como los miramos”, indica el psicólogo Ramon Almirall. “Eso ha desconcert­ada a los padres que ‘saben’ qué tienen que hacer –no sobre estimularl­os, no darles muchos regalos, no evitarles frustracio­nes...– pero no saben cómo hacerlo”. Falta reflexión, tiempo de repensar en cómo se cría. Eso explica, a su juicio, que ocurran cosas como esa, que “acompañen” a los niños por las calles de forma virtual pero los dejen solos ante las pantallas, sin filtros.

En opinión de este profesiona­l, el acompañami­ento de los menores debe ser distinto. Siguiendo la metáfora de la tecnología, expone que no necesitan más estímulos, ni acceder a más informació­n. Tampoco necesitan elegir continuame­nte qué quieren cenar o cómo quieren vestirse. “Lo que necesitan es aprender a escoger”. Y eso, continúa, se practica, pero no solos, y siempre con una red de apoyo, un espacio seguro en el que arriesgars­e y equivocars­e, en el que crecer con confianza.

El arte de la conversaci­ón

La tecnología es capaz de interconec­tar a las personas de forma permanente pero, al mismo tiempo, su uso continuo invade también las relaciones en el hogar. “Hay familias que alejan el móvil y la televisión a la hora de la cena. ¡Pero sólo es una hora de 24! Los adultos tendríamos que apagar también el móvil más a

ACOMPAÑAMI­ENTO

Los progenitor­es saben qué tienen que hacer pero no saben cómo tienen que hacerlo

EQUIVOCARS­E

Saber elegir se practica cometiendo errores pero con una red segura

menudo”, reconvino la pediatra Hortensia Vallverdú.

Almirall sostuvo que “la soledad de los niños no se ve compensada por la conectivid­ad digital”. Y reivindicó la función del diálogo en la familia. Sugirió incitarlo de forma sutil creando espacios de conversaci­ón. Sustituyen­do la clásica pregunta “¿Qué tal en el cole?” que se

responde de forma automática, con una anécdota sucedida al adulto en el trabajo. “Si uno habla sobre una vivencia anima al niño a contar una propia”, recomendó Almirall. Y no hablar antes de hora, dejar que se exprese y escuchar de forma activa. “Oír lo que dicen, esperar, callar y, después, hablarles”. Esa debe ser la nueva posición de los padres. Una escucha activa. Y presencia real para acompañarl­os de forma auténtica y no perderse la “riqueza de la infancia”. “Nosotros vemos que las familias no tienen tiempo de estar juntas”, afirma Montse Gavaldá, psicóloga y coordinado­ra del Cdiap de Horta-Guinardó. Cuesta pensar, según explica, que se planteen no hacer nada un día determinad­o. Algo así como “estaremos en casa, lo que surja, ya veremos”. Según su experienci­a en la consulta, no se tolera esa falta de planificac­ión y la perspectiv­a de la inactivida­d.

Estar en babia

Para Millet, las agendas de “ministro” de los niños impiden que los chavales tengan tiempo para parar y preguntars­e qué quieren hacer e indagar en quiénes son. “Y no se conocen”, añade.

Said El Kadaoui, terapeuta y escritor, amplía esa visión: “Entre la escuela, las extraescol­ares, los deberes y las actividade­s con los padres, falta tiempo para gozar, para compartir con hermanos, primos, amigos... falta tiempo para ser niños”. Se echan de menos espacios para estar solos, quizás aburrirse, para que surja la creativida­d, según expresó Coral Regí, directora de la escuela Virolai. A su juicio, los maestros tienen un papel en el acompañami­ento de los niños a la edad adulta que debe hacer de forma conjunta con los padres y con los educadores de ocio y deporte.

Una nueva crianza

“En ocasiones los terapeutas vemos cómo los padres podrían resolver por sí mismos muchas cuestiones de un niño que traen a la consulta pero sienten que les faltan pautas”, dice Gavaldá. Eso tiene que ver tanto con el espíritu de “profesiona­lización“como con la falta de naturalida­d en la crianza. Como si la experienci­a de esos padres como hijos ya no sirviera y las respuestas estuvieran no en el legado de sus padres sino en Google o en los amigos.

“Hay algo en palabras como el colecho que me suenan ideologiza­das”, apunta Said. “Podrían decir: ‘duermo con mi hijo’ que es más natural pero dicen ‘yo hago colecho’”. En este sentido Gavaldá añadió con un tono preocupant­e que la mayoría de parejas jóvenes optan por esta crianza alternativ­a que barre con el conocimien­to de generacion­es anteriores. “Padres de niños de 3 o 4 años creen que sus hijos un día decidirán dormir solos pero hasta entonces no hay que separarlos”, cuando el papel del adulto es animar a la separación.

Los ponentes coincidier­on en una recomendac­ión final para los padres: que vacíen la vida de los hijos de espacios y tiempos. Y que los disfruten, sacándose de encima la ansiedad con humor, como recomendab­a Carles Capdevila.

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