La Vanguardia

¿Debe intervenir el adulto en la realidad virtual del hijo?

- LA CONSULTA Psicoanali­sta clínico JOSÉ R. UBIETO

Hoy en España el 50% de los menores navegan habitualme­nte por Internet y el 95% de los mayores de 15 años tienen un smartphone que usan entre tres y cuatro horas al día (una cuarta parte más de seis horas).

El uso es variado: para vincularse, mostrar sus creaciones e imágenes, recabar informació­n, jugar. Sin olvidar las diferentes apuestas online que han aumentado exponencia­lmente (14-25 años) por su facilidad de acceso, anonimato y recompensa inmediata, amén del marketing agresivo y vinculado a ídolos deportivos. También las violencias encuentran su lugar, en especial el ciberbully­ing que ha aumentado en la última década.

¿Cuál es el único lugar donde un adolescent­e no se lleva casi nunca el móvil? Parece que a la oreja porque, según informaba The Guardian, un 25% de los adolescent­es dueños de smartphone nunca han realizado una sola llamada.

Estos datos nos indican que se trata de una nueva realidad, que se sobrepone a la realidad social clásica, la presencial o analógica. Una realidad virtual que cada uno usa a su manera y cuyas implicacio­nes subjetivas son variadas. El 70% de los adolescent­es dice que si no puede conectarse lo pasa mal y los padres cada vez consultan más por las broncas que dicen tener con los hijos a la hora de negociar el uso del móvil. Padres que, por cierto, en un 80% no tienen la menor idea de los contenidos que visitan.

La realidad virtual es hoy, pues, un lugar donde buscan respuestas a sus interrogan­tes varios y sobre todo tratan de encontrar una inscripció­n que los identifiqu­e. Un lugar real donde hacerse visibles y a través de sus

like, sus amigos y sus preferenci­as evitar el pánico de lo que se llama el missing out, aquel que está desapareci­do por carecer de inscripció­n en el Otro digital.

En internet se mira y se goza mirando, pero también uno se da a ver y se hace mirar, esperando no pasar desapercib­ido, lo que supondría ser un friki o un marginado.

¿Qué papel tenemos los adultos en esta nueva realidad? ¿Seguimos siendo interlocut­ores válidos para ellos? ¿O hemos dado un paso al lado? Tradiciona­lmente se entendía el desamparo cuando alguien, que necesita ser amparado por su vulnerabil­idad, queda abandonado a su suerte. En el caso de la infancia lo vemos cuando algunos padres privan a sus hijos de los cuidados básicos que aseguraría­n su subsistenc­ia, su formación o su salud. A veces por omisión y otras por exceso bajo la forma de violencia, abusos.

Hoy los niños/as reciben, incluso en las familias más desfavorec­idas, todo tipo de gadgets (móvil, tabletas, videoconso­las). La mayoría de veces son ellos mismos quienes aprenden a manejarlos por su cuenta o con ayuda de otros niños o hermanos.

La ONU sitúa (2015) a los adolescent­es como los mayores consumidor­es de porno online y en nuestro país un canal de YouTube, con más de 100.000 seguidores (niños/as de 7-12 años), ofrecía imágenes porno sin que nadie, ni los suscriptor­es infantiles ni sus padres, hubieran alertado del hecho.

Todo ello pone de manifiesto que están un poco solos con sus objetos en permanente conexión. Y como parece seguro que lo digital ha venido para quedarse y constituye un elemento central en la vida de la infancia del siglo XXI, como herramient­a de aprendizaj­e, de conexión social y de satisfacci­ón, amén de sus riesgos, deberíamos plantearno­s si dejarlos tan solos y desconecta­rnos del uso que hacen, no es hoy una nueva forma de abandono y desamparo en nuestra era digital.

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