La Vanguardia

OIGA, ¿ES EL ENEMIGO?

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“Que sea la última vez que vienes sin avisar”. Es la frase que Miguel Gila atribuía a su madre en el momento de su nacimiento en 1919. Una de tantas jocosas sentencias con las que este humorista precursor de los monólogos cómicos nos alegró ante el televisor o en el teatro, hasta que su línea telefónica se cortó para siempre en el 2001. Era Gila un hombre a un teléfono pegado y lo utilizaba para llamar no a sus amigos, sino a los rivales “¿Es el enemigo? Que se ponga... ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento?”, decía ataviado de improbable militar, con uniforme demasiado largo y casco excesivo. La retórica de Gila desarmaba al enemigo, precisamen­te a base de llamadas que vadeaban las fronteras físicas y mentales. Quizás debiera ser imitada por nuestros actuales políticos, aunque la tentación del tuit, que es menos diálogo que proclama, parece ser la moda política a ambos lados del océano.

Habría que ver si Gila se hubiera comunicado con sus enemigos por redes sociales, aunque intuimos que no habría tenido tanta gracia.

El parte de guerra que hubiera tenido que cantar Gila por su teléfono ese año 2001 registró otra dolorosa baja en el ejército de los humoristas: fallecía también Eugenio, el

“intérprete de historias” más serio del mundo. No le gustaba la palabra chiste, pero era un maestro en ellos. Aparecía en los escenarios vestido indefectib­lemente de negro, ocultando su faz tras unas gafas de sol, con un cigarrillo en la diestra que conjugaba con un vaso de whisky en la izquierda. Minimalist­a al máximo, tras unos segundos de silencio, una voz nasal con marcado acento catalán invadía la escena diciendo “El saben aquel que diu..”. Su efecto era devastador y sus chistes, secos como un trago fuerte del vaso que empuñaba, arrancaban una risa franca y directa de la audiencia. Sobre su impasibili­dad, la explicaría con una de sus mejores ocurrencia­s: “Sólo me río cuando cobro”. Si Gila murió ya habiéndolo hecho casi todo con 82 años, la despedida de Eugenio resultó demasiado prematura para un país que nunca ha andado sobrado de motivos para reírse. Se marchó con tan sólo 59 años a causa de un ataque al corazón, cinco días después de su última aparición ante el público en la discoteca Up&Down, otro icono barcelonés también desapareci­do. Qué duda cabe que el 2001 fue un mal año para el humor y para todo lo demás. Cuando el verano apuraba sus últimas bocanadas y el mundo se reintegrab­a resignado a la normalidad de septiembre, llegó la noticia de los atentados del 11-S. En España eran las tres de la tarde cuando se produjeron los ataques aéreos sobre las Torres Gemelas de Nueva York. El común de los mortales estaba sentado en aquel momento ante sus televisore­s, viendo los informativ­os a la hora de la comida, que se nos atragantó al ser testigos a través del directo televisivo de cómo los dos gigantes que dominaban el puerto de Manhattan se venían abajo entre una colosal nube de polvo. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que el siglo XXI iba a ser una cosa muy seria.

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El ataque a las Torres Gemelas, mal presagio para el s. XXI
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Gila armado con un teléfono paraba la guerra
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