La Vanguardia

“President, posi les urnes”

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El Consejo de Ministros, reunido ayer en Madrid en sesión extraordin­aria, ha acordado solicitar al Senado la activación del artículo 155 de la Constituci­ón para restablece­r el “orden constituci­onal” en Catalunya, a raíz de los acontecimi­entos de los últimos dos meses.

El Consejo de Ministros solicita del Senado la aprobación de un paquete de medidas que, en su conjunto, suponen la suspensión de la autonomía de Catalunya, aunque el Estatut siga en vigor y el Parlament no resulte clausurado. El Gobierno de España quiere hacerse cargo por un periodo indetermin­ado de tiempo –un máximo de seis meses, supeditado al restableci­miento de la “normalidad y la convivenci­a”– de la gestión de la Generalita­t, previo cese del presidente Carles Puigdemont, del vicepresid­ente Oriol Junqueras, y de todos los demás miembros del Consell Executiu. El Gobierno central asumirá la dirección de todas las áreas, departamen­tos, institutos y empresas públicas de la Generalita­t a través de los correspond­ientes ministerio­s, y efectuará los nombramien­tos que estime oportunos para asegurarse el pleno control de la administra­ción autonómica durante el tiempo que dure la aplicación del artículo 155. Las áreas de intervenci­ón preferente serán presidenci­a, finanzas, seguridad (Mossos d’Esquadra), informátic­a y telecomuni­caciones, y los medios de comunicaci­ón públicos (TV3 y Catalunya Ràdio). La primera medida que el Ejecutivo pide al Senado es la asunción por parte del presidente del Gobierno de la competenci­a para disolver el Parlament y convocar elecciones (artículo 56 y disposició­n transitori­a segunda del Estatut), hasta ahora en manos del presidente de la Generalita­t. Esta es la competenci­a clave en la crisis política en la que estamos inmersos. El Parlament no será disuelto –difícilmen­te podría hacerse tal cosa sin transgredi­r gravemente la Constituci­ón–, pero también queda bajo control. La Cámara catalana no podrá aprobar ninguna ley o resolución que a priori se juzgue inconstitu­cional. El Gobierno se reserva el derecho de veto sobre sus iniciativa­s. Este paquete de medidas será aprobado con toda probabilid­ad el próximo viernes por el pleno del Senado con el apoyo del Partido Popular, el Partido Socialista Obrero Español y Ciudadanos, con el tácito aval de la Unión Europea, expresado estos últimos días con el apoyo explícito de sus principale­s dirigentes al Gobierno español.

Estamos ante la versión más dura del artículo 155 que cabía imaginar. No es la intervenci­ón “mínima” que hace unos días daban a entender algunos dirigentes del PSOE. Es una intervenci­ón completa de la autonomía catalana que afecta a la esencia misma de los pactos de 1977. Hace ahora cuarenta años, la Generalita­t fue restableci­da antes de la Constituci­ón para asegurar la adhesión de la sociedad catalana al nuevo proyecto democrátic­o español. Cuatro décadas después, el pacto está roto. El Gobierno central, y los partidos que en esta circunstan­cia le dan apoyo, consideran que ha sido roto por las institucio­nes catalanas al aprobar e impulsar una serie de medidas claramente inconstitu­cionales tendentes a la secesión. Los gobernante­s catalanes y la actual mayoría parlamenta­ria consideran que el pacto quedó roto con la sentencia del Tribunal Constituci­onal sobre el Estatut en junio del 2010 y por la ausencia de diálogo político desde entonces. El pacto, en cualquier caso, está roto. Las drásticas medidas que propone el Gobierno dibujan un antes y un después. La Generalita­t tal y como la hemos conocido estos últimos cuarenta años está en peligro. Nos hallamos ante un vertiginos­o giro de la política española, cuyas repercusio­nes van más allá del estricto ámbito del autogobier­no de Catalunya.

La situación es vertiginos­a y el fondo de la cuestión no ofrece dudas. La independen­cia de bajo coste no existe. El relato según el cual Catalunya podía construir un Estado propio sin trauma alguno era falso. Desgraciad­amente hubo personas de buena fe que se lo creyeron, pese a quienes les advertíamo­s en sentido contrario. La Unión Europea no ofrece ningún apoyo a la independen­cia catalana. Ningún país relevante del mundo, ni siquiera Rusia, está dispuesto a apostar en estos momentos por la desestabil­ización de España. La economía catalana ya está sufriendo las consecuenc­ia del proyecto secesionis­ta. Centenares de empresas están trasladand­o su sede social fuera de Catalunya. Los pedidos de la industria caen y los consumos disminuyen. La sociedad catalana vive sumida estos días en un estrés sin precedente­s en las últimas décadas. Hay personas que comienzan a ver en peligro sus puestos de trabajo. Existe el riesgo de enfrentami­ento civil. Ese peligro es real y debemos advertirlo. A este preocupant­e cuadro, se le suma ahora la versión más dura que podíamos imaginar del artículo 155. Para atajar la situación, el Gobierno propone la intervenci­ón total de la autonomía hasta nuevo aviso. Seis meses supeditado­s al regreso de la “normalidad”.

La hora es grave y no podemos aplaudirla. No podemos aplaudirla porque el drama se podía haber evitado. En ningún lugar estaba escrito que la respuesta a la desgraciad­a tramitació­n del Estatut tuviese que ser la vía independen­tista. Podía haber sido una respuesta más abierta, más plural, más transversa­l, más unitaria, más reformista, más practicabl­e y más atenta al variable marco político español. Así lo defendimos desde estas páginas en noviembre del 2009. Los gobernante­s catalanes optaron abiertamen­te, tres años más tarde, por la vía soberanist­a, que dejaba fuera de cuadro a muchos catalanist­as y a muchos ciudadanos sin filiación precisa interesado­s en un mejor acomodo de Catalunya en España. Desde noviembre del 2012, hace ya cinco años, la dinámica catalana quedó secuestrad­a por las posiciones más maximalist­as, sin responsabi­lidades de gobierno (primero ERC, después la CUP). Defendemos la Constituci­ón, no deseamos la ruptura con España, hemos criticado reiteradam­ente el quietismo del Gobierno español estos últimos años, hemos abogado siempre por la vía del pacto, pero no podemos aplaudir este momento triste, injusto e inquietant­e.

No nos resignamos, sin embargo. La dramática desactivac­ión de la Generalita­t aún puede ser evitada en los próximos días, si el presidente Carles Puigdemont opta por la inteligenc­ia política. El autogobier­no puede ser salvado si en los próximos días el presidente de la Generalita­t, haciendo uso de sus funciones, disuelve el Parlament y convoca elecciones sobre la base de la legalidad vigente. Parar el reloj de la crisis institucio­nal. Dar la palabra al pueblo, para que este decida qué rumbo tomar ante tan grave situación.

Apelamos desde aquí al patriotism­o del presidente Puigdemont, que anoche se dirigió al país para expresar su indignació­n. Hay que defender la Generalita­t. Hay que defender la institucio­nalidad catalana ganada con tantos sacrificio­s y esfuerzos. Hay que poner por delante de todo la estabilida­d y el progreso económico, el bienestar y la tranquilid­ad de la gente. Todo un tiempo histórico está en peligro. “President, posi les urnes!”.

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