La Vanguardia

La reeducació­n

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Ayer por la mañana, después de escuchar a Rajoy, la historia parecía estar de nuevo entre nosotros para escribir nuevas y tremendist­as páginas ibéricas. Por la noche, Puigdemont seguía reticente a sacar su última carta. No está todo perdido, pero casi.

A la espera de la última jugada, observemos un detalle del discurso del presidente Rajoy: sigue sin reconocer al sujeto social contra el que actúa. En su exposición de motivos, siguió sin citar a los más de dos millones de catalanes que dan apoyo al independen­tismo en manifestac­iones, refrendos y elecciones. Esta gente es para el presidente del gobierno invisible e inaudible: inexistent­e. Nunca son mencionado­s (solo sus representa­ntes políticos tienen nombre o cargo: “govern”, “partidos independen­tistas”). Podría tratarse de una caracterís­tica del estilo de Rajoy. Y, sin embargo, para él sí han merecido atención, visibilida­d, apoyo y fervoroso reconocimi­ento los catalanes que se manifestar­on en favor de la unidad de España.“Noestáisso­los”,lesdijoelR­ey.Rajoyles prometía ayer una “nueva etapa donde se preserven los derechos y se recupere la normalidad y la convivenci­a de las personas”.

A mi entender, este es el nudo de la cuestión. Invisibili­zar a los catalanes que reclaman la independen­cia es algo más que un recurso para no reconocer el problema. Es una manera de deshumaniz­arlos. Rajoy cavilaba ayer que hemos llegado hasta aquí debido al “proceso unilateral, ilegal, que ha buscado el enfrentami­ento”. Pero reduciendo el problema a la perversión abstracta de unos líderes y partidos, el presidente evita preguntars­e por la mayor: ¿por qué estos ciudadanos apoyan lo que apoyan? ¿Por qué a pesar de los garrotazos de primera hora de la mañana, de los que todo el mundo tuvo noticia, 2,3 millones de personas fueron a votar en el referéndum prohibido?

Rajoy orilla estas preguntas porque ello implicaría reconocer un problema y, por consiguien­te, ofrecer alguna solución.

Sabido es que el mecanismo del desprecio empieza cuando el despreciad­o no es percibido como verdaderam­ente humano: los independen­tistas no tienen rostro. No son nadie. El ninguneo facilita la acusación que los medios españoles repiten una y otra vez: están enfermos, están adoctrinad­os. Luego, no son dignos de ciudadanía. Rajoy propone unos meses para “normalizar la situación”. Al parecer, el presidente posee en exclusiva, el concepto “normalidad”. No nos extraña: también tiene la exclusiva del “sentido común”. La terapia de Rajoy solamente es explicable desde esta perspectiv­a: puesto que son indignos de ciudadanía, merecen una purga monumental, un proceso de reeducació­n.

Rajoy sigue sin reconocer al sujeto social contra el que actúa

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