Mayor Trapero, ¿qué les das?
Llegan de almorzar dos compañeras de redacción y nos dan la buena noticia. No son ni las cuatro de la tarde del jueves y estoy rodeado de mujeres (once horas después en el Feroz, ¡el antiguo Reno!, la novedad otoño-invierno de la noche barcelonesa, sucede más bien lo contrario).
–Hemos visto a Piqué, en el mexicano de la Diagonal en el que estábamos, que tiene un menú a 12 euros.
Han visto a Piqué y por el tono deduzco que les parece un hombre guapo pero sin exagerar. Esto último lo digo yo porque, como todos los feos, creo en la belleza interior del ser humano. La prueba –de su educación y de mi tesis– es que no se han hecho ninguna foto “por no molestarle”.
Si Piqué les parece un hombre guapo sin exagerar, el mayor Trapero les resulta guapo hasta la exageración. Mayor, ¿qué les das? Últimamente, muchas mujeres se me declaran entusiastas de Josep Lluís Trapero y uno sólo puede que felicitarle y desearle lo mejor.
–Eso sí, en uniforme.
El comentario de la “Reina mora”
Me desconcierta que el gran éxito del mayor Trapero entre las mujeres disminuya cuando viste traje y corbata
–título honorífico de una compañera– abrió un rayo de esperanza en mi interior. Se desprende del comentario –asentido por las presentes– que Trapero pierde con traje y corbata lo que me hace pensar que si usted y yo llevásemos uniforme de piloto de Iberia, de cobrador del frac o de coronel del ejército de Macedonia tendríamos más éxito entre las mujeres.
-No es el uniforme, es llevar pistola. Esa es la tesis de un amigo culto al abordar el asunto. Me resisto a darle la razón en público –naturalmente se la he dado en privado– porque de ser así, ¿en qué lugar dejamos a las mujeres del siglo XXI?
Yo quiero creer que el mayor Trapero gusta por muchas virtudes que le adornan pero no por el uniforme porque de ser así llevaría el caso al Tribunal de La Haya. Resulta que los hombres vamos con carro al mercado –yo no–, nos depilamos –yo tampoco–, y cultivamos una masculinidad de género que removería de su tumba a el Fary para después escuchar que, como en el siglo XIX, el hombre viril y uniformado tiene más éxito que el hombre civil y de paisano, con su traje y corbata. ¿En qué quedamos?
Todo esto, claro, son tonterías de la vida cotidiana –lo que queda de ella– porque lo que importa es odiarnos los unos con los otros y disfrutar con ver quién sale peor parado.
Y en estas apareció una compañera hiperactiva –tengo mi asiento en el camino a una fotocopiadora– que apuntilló mi masculinidad desconcertada con otro comentario.
–Vengo de depilarme y me he reído mucho. Me suelta la chica: ¿a quién se le ocurre echar agua caliente a la cera de la Diagonal? ¡Sólo a los hombres, que no tienen ni idea de depilación!
Yo no entiendo a las mujeres pero hay que reconocer que, en momentos así, me parecen adorables.