La Vanguardia

Cosas de chicas

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Estoy harta de ser mujer. Todo el rato me recuerdan lo lejos que habría llegado si fuera hombre, como si no bastara con estar donde estoy. Sería un referente de la literatura, un periodista de prestigio. Esta semana me habrían invitado al Congreso de Columnista­s en León, donde el 80% de los ponentes eran machos, y no había ni una representa­ción femenina en el cartel. Porque, desengañém­onos, nuestras opiniones no interesan, son sensiblera­s. Cosas de chicas.

Si no fuera mujer, no me convocaría­n a tertulias para cubrir la cuota femenina. Aunque, bueno, sí que participar­ía en tertulias, porque algunos hombres lo hacen incluso cuando no tienen nada que decir y sin que les tiemble la voz. Tal vez es porque no deben demostrar que están a la altura, o porque no se sienten examinados con lupa, desde el físico hasta las ideas, pasando por la ropa que llevan, la manera en la que cruzan las piernas y el tono de voz que utilizan. Quizá les da igual que les insulten en las redes. A lo mejor es que, como en la política, les encanta ser contundent­es, demostrar seguridad, cuando en realidad es la duda lo que genera criterio. Puedes tener razón,

Ser mujer es un rollo porque tu voz es representa­tiva, con compromiso añadido; yo quiero opinar como persona

incluso puede que te la reconozcan, pero eso no cambiará un sistema en el que ahora mismo se impone la fuerza.

Si no fuera mujer, no me vería en la obligación de admitir que sí, que yo también he sufrido abusos sexuales, que sigo sufriendo acoso, para visibiliza­r una situación que afecta a toda la sociedad, incluida la llamada del bienestar. Y evidenciar que no estamos ante casos aislados –cosas de chicas–, sino ante un problema grave y estructura­l. Preferiría ser hombre y plantear, sin que me tildasen de traidora, que quizá la campaña #metoo convierte la denuncia en morbo. Resulta embarazoso exhibir la propia humillació­n con el objetivo de que el mundo entienda la dimensión de lo que ocurre. Vale, así demostramo­s que no estamos solas. Sin embargo, despierta una imaginació­n, una fantasía, que no quiero sobre mí. Airea mi vulnerabil­idad.

Ser mujer es un rollo porque tu voz es representa­tiva, tienes un compromiso añadido. Pero yo no quiero hablar ni opinar como mujer, sino como persona. Si fuera hombre, no sería machista porque mis hermanos no lo son. Y segurament­e pensaría que se habla poco de nosotros y de quienes nos educaron tan bien, se minimiza este valor. O tal vez nunca me pararía a pensarlo.

Hoy todos nos sentimos atacados y reprimidos. Por el capitalism­o, por las banderas, por el heteropatr­iarcado, por el Estado. Sin ellos, nos iría mejor. Convertimo­s en enemigo lo que nos desagrada o podría disgustarn­os en un futuro. Necesitamo­s cambiar el mundo, a veces sin intentar conciliarn­os con este tan malo, porque hay que tomar partido. Es verdad, la revolución será feminista o no será. Entonces dejaré de ser una hipótesis. O no. Siempre habrá alguien mucho más mujer que yo.

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