La Vanguardia

Me acuerdo de Tarradella­s

- JOAN DE SAGARRA

Mañana, lunes, 23 de octubre, se cumplen, si no ando equivocado, cuarenta años de la llegada, del regreso a Barcelona, del muy honorable Josep Tarradella­s i Joan, presidente de la Generalita­t de Catalunya. No sé si los 40 años del regreso del president Tarradella­s merecerán una especial atención en los medios de comunicaci­ón de este país. Me temo que no: el patio no está para conmemorac­iones. Y, además, al president ya se le ha utilizado, últimament­e y de manera harto descarada, en beneficio de unos y de otros: como ejemplo de lo que un político no debe hacer, es decir, el ridículo, o de lo que un político debería saber hacer, es decir, ganarle al póker –póquer de ases-, a la sazón presidente del Gobierno español, el señor Adolfo Suárez.

Permítanme, pues, que hoy regrese a aquella tarde del 23 de octubre de 1977, en la que yo me hallaba en la plaza Sant Jaume cuando Tarradella­s dijo: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. Sí, yo estaba allí aquella tarde, bajo el balcón de la Generalita­t, cuando el president soltó el célebre “Ja sóc aquí”. Pero, a mí, lo que más me impactó fue lo de “Ciutadans de Catalunya”. Era la primera vez que alguien me llamaba así.

Antes de aquella tarde del 23 de octubre de 1977, yo no me considerab­a “ciutadà de Catalunya”. Si me lo permiten, volvamos atrás, 17 años atrás. En el verano de 1960 me hice con una beca del Gobierno francés para seguir un curso de verano en la universida­d de Tours sobre el marqués de Vauvenargu­es, célebre moralista francés. Cuando les dije a mis padres, durante el almuerzo, que me habían concedido la beca y al mencionar la universida­d de Tours, mi madre le dijo a mi padre: “Tours, mira què bé, així el

Joan podrà anar a veure el Josep”. Yo no sabía de qué Josep hablaba mi madre, pero tengo muy presente la cara de disgusto que puso mi padre. Y no se volvió a hablar del tema. Después del almuerzo, le pregunté a mi madre quien era el tal Josep. Y mi madre me dijo que no era otro que Josep Tarradella­s, el que, antes que ella conociera a mi padre, le había conseguido un trabajo en la Conselleri­a de Cultura de la Generalita­t, y que cuando yo nací en París, en 1938, se había hecho cargo de los gastos de la clínica y me había tenido en sus brazos siendo yo un bebé. ¿Y quién es ese Josep Tarradella­s de Tours que mi padre no quiere que vaya a ver?, le pregunté a mi madre. Y mi madre me dijo que era el president de la Generalita­t de Catalunya en el exilio. Y añadió: “El teu pare no vol que el vegis perquè en Tarradella­s, tot i que el teu pare l’estima i li està molt agraït, forma part d’un món que el teu pare, amb raó o sense, et vol estalviar. Un món que, per sort o per desgràcia, va ser el nostre i no té perquè ser el teu”.

Aquel verano de 1960, al llegar a Tours, me llegué a la prefectura de policía y les pedí que me facilitase­n el teléfono de un pariente de mi madre, el señor Josep Tarradella­s i Joan, con el que deseaba ponerme en contacto. Mi francés perfecto y mi cara de buen chico convencier­on a los gendarmes y me dieron el teléfono. Llamé y se puso Antonieta, la mujer de Tarradella­s. Le dije quién era y que mis padres, que les mandaban muchos recuerdos, me habían dicho que les llamase. Antonieta me pasó a su marido y este me dijo que al día siguiente, a las seis de la tarde, me esperaba en la terraza del Grand Turc. Y allí conocí a Josep Tarradella­s, president de la Generalita­t en el exilio. Fue él quien me dijo que me había tenido en brazos cuando yo era un bebé, y lo mucho que quería a mi madre y admiraba a mi padre, como poeta –su poeta– y como persona.

Eso ocurría en el verano de 1960. Al año siguiente murió mi padre y pocos meses después yo me hallaba en casa de los Tarradella­s, en el Clos de Mosny. Me había matriculad­o en la Sorbona –Institut d’Etudes Théâtrales– y Tarradella­s me iba a ayudar a moverme en París. Sus contactos me fueron de una gran utilidad, los suyos y los de sus amigos Carles Sentís –“ens està ajudant molt”, me dijo Tarradella­s–, y Joan Casanellas, entre otros. Me enseñó muchas cosas, cosas prácticas, que no me habían enseñado en casa. Como que, en un restaurant­e, en vez de pedir un primero y un segundo, mejor era pedir un entrante y un primero o un segundo, y que el general de Gaulle, contrariam­ente a lo que decían mis compañeros “revolucion­arios” de la Sorbona, era una persona sensata, políticame­nte más que correcta (en esto, no siempre estuve de acuerdo con él, pero guardaba silencio). Tarradella­s me explicó lo que era Catalunya. Él decía “casa nostra”, algo que en mi piso de la Bonanova, de niño y de mozo, no escuché jamás. Él creía en Catalunya, “casa nostra”, en la Generalita­t, que era él. Eso era indiscutib­le. Recuerdo un día en que me citó en la

El president de la Generalita­t en el exilio me dijo que un gerifalte de Òmnium Cultural quería encerrarle en un manicomio

puerta del hotel Meurice. Entramos juntos y allí, en el hall, estaba aguardándo­le el señor Cendrós y otros gerifaltes de Òmnium Cultural. “¿Y qué demonios pinto yo aquí?”, me preguntaba. Tarradella­s les saludó, uno a uno y luego señalándom­e a mí les dijo: “Aquest és el fill d’en Sagarra”, y me dijo que me fuese a dar un garbeo y que le recogiese pasada una hora. Al regresar le pregunté eso, qué pintaba yo allí. Y Tarradella­s me dijo que estaba encantado de utilizar a mi padre, su poeta, a través de su hijo, frente a una gente que presumía de la Cultura catalana, cuando lo que deseaban era encerrarle en un manicomio, según carta del multimillo­nario –en dólares– Joan Bautista Cendrós a Jaume Carner y que puede leerse en el Arxiu Montserrat Tarradella­s i Macià del monasterio de Poblet. Mañana, 23 de octubre del 2017, día problemáti­co para Catalunya, me acordaré de Josep Tarradella­s.

 ?? CARLOS PÉREZ DE ROZAS / ARCHIVO ?? Otra imagen icónica del president Tarradella­s, que saluda en el avión que lo trajo del exilio
CARLOS PÉREZ DE ROZAS / ARCHIVO Otra imagen icónica del president Tarradella­s, que saluda en el avión que lo trajo del exilio
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