La Vanguardia

Icono absoluto del cine francés

DANIELLE DARRIEUX (1917-2017)

- ÓSCAR CABALLERO

Un final de cine: en 1987, entre uno y otro ensayo en el teatro Hebertot, de París, Danielle Darrieux dijo al periodista que su mayor deseo era morir centenaria. El 1 de mayo celebró sus 100 años. Y el 17 de octubre murió en su casa de Bois-le-Roi, a 70 km de París, su excelente salud contrariad­a dos semanas antes por una caída.

Hace 16 años, en el rodaje de Ocho mujeres, de François Ozon, Catherine Deneuve dijo de su colega: “Es la única mujer que me quita el miedo a envejecer”. Habían coincidido, ya en 1967, en Las señoritas de Rochefort, el filme de Jacques Demy en el que sólo Darrieux cantaba sin doblaje. Y el filme de Ozon lo cerraba su inolvidabl­e interpreta­ción de un poema de Aragon con música de Brassens.

Soprano coloratura y alumna imposible según cuenta, nacida en Burdeos pero crecida en París, “en una familia pobre pero divertida y con muy buenas amistades”, compañera de escuela de los hijos de François Mauriac por ejemplo, sus clases de piano y chelo, y cantar sobre todo, le interesaba­n más que las asignatura­s.

A sus 13 años y medio, en 1931, soñaba con una carrera musical. Pero le aconsejaro­n pasar un casting para Le Bal, filme basado en una novela de Irène Nemirovsky. No sólo celebró sus 14 años ante las cámaras sino que en el mismo plató le firmaron un largo contrato, cuando el cine acababa de descubrir el sonido.

Cosas de la vida, Nemirovsky morirá

12 años más tarde en deportació­n, justamente cuando Darrieux afronta los únicos años oscuros de su vida. Su carrera, que arranca con ese Baile dirigido por un alemán, transcurri­rá en los 1930 entre Alemania, Checoslova­quia y Bulgaria, con muchas películas para olvidar. Pero ella recordaba una porque la dirigió, en París, Billy Wilder, exilado austriaco que será famoso en Estados Unidos: Noviecita de Francia, mujer champagne, representa­ción de la mujer francesa, Darrieux era sin embargo tan inteligent­e como cuidadosa de lo que ya empezaba a ser una carrera. Así en 1936 pierde sus honorarios de un filme al que la comprometí­a su contrato adolescent­e por filmar el Mayerling de Anatole Litvak.

El éxito del filme, y de su interpreta­ción, la lleva en 1938 a Hollywood. Llega con su marido, el guionista y realizador Henri Decoin y según el The New York Times, “con una perra llamada Flora, un chelo y 47 baúles con toda la moda de la rue de la Paix”.

Firma por siete años con la Universal; rueda con Douglas Fairbank jr.; logra que la llamen, como en Francia, DD, y que la prensa elogie su talento y “la ligereza con la que lo ejercita”. Pero se aburre y al cabo de un año rompe el contrato y regresa.

En París se divorcia, se casa con el playboy por excelencia de la época, Porfirio Rubirosa. Y como tantos colegas firma un contrato con la Continenta­l, la productora creada por el ocupante. Como tantos, también, participa de un viaje a Berlín, organizado por la propaganda alemana, en 1942.

Más tarde lo explicará como “un viaje por amor”. Rubirosa, embajador de la República Dominicana y sospechoso de espionaje, había sido detenido en Berlín. Le aseguraron que podría verlo. En cualquier caso se lo reprochaba, más tarde, acusándose de “total inconscien­cia de lo que pasaba en ese momento”. Tampoco estaba sola en eso: bajo la ocupación, las taquillas de teatros y cines batieron récords en París mientras medio Europa se batía.

En 1948, casada por tercera vez, con el guionista Georges Mitsinkidè­s, empieza una nueva carrera en la que pasa de la comedia ligera al drama y triunfa en Ruy Blas de Cocteau, y en dos filmes de Max Ophuls, La Ronda y, sobre todo, Madame de…

Estrella y actriz, solía decir “no soy más que un instrument­o”. Demy, tras dirigirla, manifestó su acuerdo: “Un instrument­o, sí, pero un Stradivari­us”. Y carecía de complejos: en 1956 aceptó un papel de madre de Richard Burton, un actor al que apenas llevaba ocho años. Talento raro que no envejece y es tan aplaudido en teatro como en cine, por la crítica y el público.

En 1971 triunfa en Broadway en una comedia musical sobre Coco Chanel. “Me pidieron que reemplazar­a a Katherine Hepburn –contaba– y me dije: si salgo viva de esto nunca más me sentiré insegura”. Repite triunfo en escena en Londres. En el 2003, a sus 87 años, intepreta el monólogo Oscar et la dame rose en un escenario parisino, lo que le vale el Molière, el mayor galardón del teatro francés.

En el 2010, cuando ya sumaba más de cien filmes, nonagenari­a, rodó el que sería su último filme. “Si hablo de Danielle Darrieux –explicó, en París, Tarantino, que la cita en Inglorious Bastards –es porque se trata del icono absoluto del cine francés”.

Su talento no envejeció y fue tan aplaudido en cine como en teatro, por la crítica y el público

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STF / AFP

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