La Vanguardia

Prisionero­s de la retórica belicista

Cuando el frentismo impone la jerga militar, conviene recordar que hacer política es pactar renuncias. En la Europa de los Erasmus, el turismo y los carriles bici resulta anacrónico ese “ni un paso atrás” que se esgrime en los dos lados de la crisis catal

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

El lema Ni un pas enrere (ni un paso atrás) suele esgrimirse en las manifestac­iones independen­tistas, pero el mensaje que implica –no hay que ceder ni un ápice– es extrapolab­le al discurso de las otras partes implicadas en esta crisis política. Su empleo es comprensib­le en un momento de gran exigencia emocional.

Y eso que el origen de la consigna es más bien siniestro: la frase figuraba en la orden 227 promovida durante la Segunda Guerra Mundial por Joseph Stalin para frenar las desercione­s masivas en el Ejército Rojo. En la práctica, suponía crear batallones penitencia­rios que combatían en primera línea como auténtica carne de cañón y que se nutrían de soldados que habían sido pillados cuando huían del frente. Eso, si no eran directamen­te fusilados en aplicación de la misma orden, que es el final que tuvieron un millar de militares acusados de cobardes por sus mandos.

En el frentismo de hoy en día, por suerte, no se dispara con armas de fuego, pero los proyectile­s de los kalashniko­v han sido sustituido­s por tuits con los que se castiga al correligio­nario que ha acabado convertido en disidente.

Los tuits son las balas y los retuits los obituarios que de usuario en usuario rebotan hasta los confines del ciberespac­io.

Es el riesgo que conlleva reciclar las consignas bélicas para apelar –generalmen­te en un gesto a la desesperad­a– al factor emocional de toda discrepanc­ia. Los lemas los carga el Diablo; en este caso, el dictador Stalin, que viene a ser lo mismo.

La sobredosis de emociones nos impone una lógica de guerra en un momento en que los valores cívicos deberían servirnos de marco único de referencia para interpreta­r la realidad. Más que ni un paso atrás, la consigna que se impone ahora es muchos pasos atrás. Tantos como haga falta para regresar al momento anterior a aquél en que cada una de las partes en conflicto tomaron decisiones que con el tiempo han demostrado ser difícilmen­te reversible­s.

Este deseable aunque improbable reset nos llevaría, en el caso del Gobierno de Mariano Rajoy, hasta los días en que aún estaba a tiempo de reaccionar con decisiones políticas al exponencia­l crecimient­o del independen­tismo. Se hubiera ahorrado así el bochorno internacio­nal de las cargas policiales y la tentación de aplicar el artículo 155 de forma inclemente abriendo así una nueva etapa del conflicto de efectos imprevisib­les. Pero también el impulso de prolongar la crisis catalana para agudizar la descomposi­ción interna del soberanism­o y para que la rivalidad entre Madrid y Barcelona se decante para siempre en favor de la capital española. Una tentación que en el entorno mediático madrileño parece irresistib­le si, a cambio, España sólo tiene que sacrificar unas cuantas décimas del PIB.

En el lado independen­tista, el reset nos resituaría en la noche electoral del 2015, cuando se supo que, aunque por escaso margen, el soberanism­o había perdido las plebiscita­rias. Además de un via crucis judicial colectivo, los líderes del procés, de haber leído bien aquel resultado y de no haberse entregado a la CUP, se hubieran ahorrado, entre otras cosas, pasar a la historia como el Govern bajo cuyo mandato las economías barcelones­a y catalana han sufrido la mayor descapital­ización de la historia reciente. Por no hablar del enfrentami­ento civil que se avecina de no mediar un improbable gesto de prudencia por ambas partes.

El ambiente está tan sobrecarga­do de épica que cualquier paso atrás, en lugar de ser considerad­o una adaptación a una nueva realidad, es tachado de humillació­n. Este, por cierto, es otro concepto que evoca cuitas bélicas: releer esa joya de Robert Graves que es su Adiós a todo eso es comprender hasta qué punto la acción de humillar es recurrente en un contexto de guerra.

Hoy, entre los más aguerridos defensores del procés, no se concibe un paso atrás que no sea una humillació­n, mientras en el lado no independen­tista abundan quienes no saben disimular su deseo de humillar.

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LLIBERT TEIXIDÓ La retórica belicista se ha instalado en la crisis catalana; en la imagen, la manifestac­ión de ayer
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