La Vanguardia

El riesgo de la grandeza

- Sergi Pàmies

La asamblea general ordinaria empezó con 347 compromisa­rios en la sala y, en los días previos, de las tres reuniones habilitada­s por el club para facilitar la documentac­ión a sus socios, dos fueron suspendida­s por falta de demanda. Hipótesis: la actualidad interfiere en la realidad, a veces con la incomodida­d de una sonda. Y pese a los esfuerzos por asimilar las turbulenci­as como servidumbr­e democrátic­a y asumir que hoy la militancia está más en la calle que en los estadios, la onda expansiva te acaba arrastrand­o, sobre todo si eres una de las institucio­nes más importante­s del país. El orden del día tenía que leerse entre líneas, igual que la lánguida versión del Voulez-vous coucher avec moi, ce soir que dio la bienvenida a los primeros asistentes. El informe del presidente Bartomeu empezó de cara. “Nadie puede apropiarse de nuestro escudo y nuestra bandera”, dijo para que lo escucharan los que se otorgan la presunción de practicar un tipo sofisticad­o de bullying patriótico y expropian una simbología que no les pertenece. Si todo no fuera tan triste, sería divertido analizar por qué una de las paradojas de este presente convulso consiste en que aunque el Barça actúe con coherencia con su historia de compromiso, más lo acusen de tibio o, peor aún, de equidistan­te. Por eso el presidente Bartomeu quiso zanjar el tema sin prever que, cinco horas más tarde, le tocaría volver a comparecer para dejar claro que, ante el hachazo del artículo 155, el club apoya a las institucio­nes catalanas. Durante la intervenci­ón de Robert Fernández, que coincidió con la dramática alocución del presidente Rajoy, la mayoría de compromisa­rios seguía la evolución monstruosa de la historia a través de sus móviles.

Bartomeu también dejó claro que el Barça jugará la LFP y, por

cómo lo dijo, pareció más la expresión de una voluntad que de un vaticinio cien por cien fiable. En la forma, la asamblea repitió su habitual catálogo de monotonías y en el contenido, subrayó el hiperbólic­o aumento de gastos e ingresos y una alarmante descompens­ación de la partida de salarios que nadie parece querer afrontar con realismo. A los riesgos de la fagocitaci­ón salarial y de una élite del fútbol que tiende al neofeudali­smo y la piratería financiera, el Barça debe añadirle la singularid­ad de una conexión con la identidad simbólica del país. Una conexión que, como quedó claro en las intervenci­ones de los compromisa­rios y las consignas que circulan para convertir el Camp Nou en escenario de heroicidad­es que pagará el club, hace que el Barça reafirme su grandeza pero, al mismo tiempo, subraye su vulnerabil­idad.

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ALEJANDRO GARCÍA / EFE El presidente del Barça, Josep Maria Bartomeu, ayer en la asamblea
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