El riesgo de la grandeza
La asamblea general ordinaria empezó con 347 compromisarios en la sala y, en los días previos, de las tres reuniones habilitadas por el club para facilitar la documentación a sus socios, dos fueron suspendidas por falta de demanda. Hipótesis: la actualidad interfiere en la realidad, a veces con la incomodidad de una sonda. Y pese a los esfuerzos por asimilar las turbulencias como servidumbre democrática y asumir que hoy la militancia está más en la calle que en los estadios, la onda expansiva te acaba arrastrando, sobre todo si eres una de las instituciones más importantes del país. El orden del día tenía que leerse entre líneas, igual que la lánguida versión del Voulez-vous coucher avec moi, ce soir que dio la bienvenida a los primeros asistentes. El informe del presidente Bartomeu empezó de cara. “Nadie puede apropiarse de nuestro escudo y nuestra bandera”, dijo para que lo escucharan los que se otorgan la presunción de practicar un tipo sofisticado de bullying patriótico y expropian una simbología que no les pertenece. Si todo no fuera tan triste, sería divertido analizar por qué una de las paradojas de este presente convulso consiste en que aunque el Barça actúe con coherencia con su historia de compromiso, más lo acusen de tibio o, peor aún, de equidistante. Por eso el presidente Bartomeu quiso zanjar el tema sin prever que, cinco horas más tarde, le tocaría volver a comparecer para dejar claro que, ante el hachazo del artículo 155, el club apoya a las instituciones catalanas. Durante la intervención de Robert Fernández, que coincidió con la dramática alocución del presidente Rajoy, la mayoría de compromisarios seguía la evolución monstruosa de la historia a través de sus móviles.
Bartomeu también dejó claro que el Barça jugará la LFP y, por
cómo lo dijo, pareció más la expresión de una voluntad que de un vaticinio cien por cien fiable. En la forma, la asamblea repitió su habitual catálogo de monotonías y en el contenido, subrayó el hiperbólico aumento de gastos e ingresos y una alarmante descompensación de la partida de salarios que nadie parece querer afrontar con realismo. A los riesgos de la fagocitación salarial y de una élite del fútbol que tiende al neofeudalismo y la piratería financiera, el Barça debe añadirle la singularidad de una conexión con la identidad simbólica del país. Una conexión que, como quedó claro en las intervenciones de los compromisarios y las consignas que circulan para convertir el Camp Nou en escenario de heroicidades que pagará el club, hace que el Barça reafirme su grandeza pero, al mismo tiempo, subraye su vulnerabilidad.