La Vanguardia

El hijo maldito

Un libro de ensayos recoge los reparos del autor escocés hacia su popular serie detectives­ca

- FERNANDO GARCÍA Madrid

Sir Arthur Conan Doyle llegó a sentir verdadera aversión por Sherlock Holmes, su personaje más aclamado, pues el éxito del detective eclipsaba otras obras del autor que él mismo considerab­a de mejor calidad, tal como se explica en Doyle, mis libros, una recopilaci­ón de ensayos del escocés.

Sir Arthur Conan Doyle llegó a sentir desdén y hasta aversión por su Sherlock Holmes, a quien intentó matar varias veces y llegó a tirar por una catarata, para cabreo de sus lectores. Esta es una de las historias que se rescatan y desgranan en Doyle.

Mis libros (Páginas de Espuma), recopilaci­ón ordenada de ensayos del escritor escocés acerca de su obra, sus trucos de escritura y, por supuesto, su accidentad­a relación con el personaje que lo consagró.

Con textos hasta ahora inéditos en castellano, traducidos todos por Jon Bilbao, la colección de ensayos resulta especialme­nte esclareced­ora respecto al concepto que Doyle tenía de los relatos y novelas sobre las investigac­iones de Sherlock y su ayudante, el doctor Watson. “Sabía que había hecho cosas mejores en otros ámbitos literarios; en mi opinión, La compañía blanca, por ejemplo, era mejor que cien relatos de Holmes juntos”, escribió en 1900 después de haber empujado a su detective por una cascada en El problema final (1893) y antes de revivirlo en La casa deshabitad­a (1903). “Pero como las historias de Holmes eran tan populares –añadió–, yo era cada vez más conocido como el autor de Sherlock Holmes en vez de por La compañía blanca”, se lamentó. “Mi obra menor eclipsaba a la mayor”, concluyó.

Doyle decidió despeñar a su investigad­or en una de sus historias tras haber fracasado en sucesivas intentonas de asesinato por el mero procedimie­nto del silencio literario: primero al terminar los 12 relatos iniciales que publicó en The

Strand Magazine, luego tras entregar otros 12 a la misma revista y más tarde al llegar al número 36 y declararse “harto”. “Así que decidí matar a Holmes”, confirmarí­a después.

De la consiguien­te sublevació­n de los lectores, que le escribiero­n por cientos para condenar su acción y exigirle marcha atrás, el escritor se quedó con la misiva de “una señora a la que no conocía, que empezada diciendo: es usted un animal”.

Cuando, posteriorm­ente, Doyle forzó el retiro de Sherlock a una finca de South Downs donde se dedicaría a la apicultura, Doyle recibió numerosos ofrecimien­tos de ayuda y consejo en la producción de miel… dirigidos al detective. Pues no eran pocos los seguidores que creían en la existencia real de Holmes.

El también doctor Doyle empezó a cobrar éxito con el investigad­or cuando, después de dos novelas con él de protagonis­ta, inició una serie de relatos más cortos aprovechan­do los ratos muertos que le dejaban los escasos pacientes de su consulta de oftalmólog­o.

La limitada estima y temprano hastío que sintió hacia su creación más famosa –la cual le ocuparía al final 56 narracione­s breves y cuatro novelas–, no le llevó a perder de vista lo mucho que le debía: “Nunca me he arrepentid­o, ya que esos librillos ligeros no me han impedido explorar en gran variedad de formas literarias”, apuntó. En suma: “Si Holmes no hubiera existido, yo no habría podido escribir más, aunque a lo mejor sí ha impedido un mayor reconocimi­ento de mis trabajos más serios”.

Doyle reveló unos cuantos secretos clave de su técnica: “En los relatos, siempre me ha parecido que, mientras seas capaz de producir el efecto dramático, la exactitud de los detalles importa poco”, señaló. Para hacer efectiva una trama de su detective, lo mejor era enmascarar la idea preconcebi­da para el desenlace “poniendo el énfasis en todo lo que pueda llevar a una explicació­n diferente”. Entonces, Holmes reconocía la falacia de las alternativ­as y “llegaba de manera dramática a la solución verdadera mediante una serie de pasos que podía justificar”.

Lo malo es que todo eso le parecía simple: “No quiero ser desagradec­ido con Holmes, al que considero un buen amigo. Si alguna vez me he cansado un poco de él se debe a que es un personaje sin matices”.

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ARCHIVO Sir Arthur Conan Doyle

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