Tarradellas y el 155
La historia nunca se repite aunque lo parezca. El president Tarradellas regresó a Catalunya –hoy hace cuarenta años– porque el gobierno Suárez optó por lo que veía como el mal menor y porque encontró una figura que encajaba perfectamente en una gran operación de Estado. Hoy, el Gobierno Rajoy impulsa la suspensión de la autonomía -digamos las cosas por su nombreporque también considera que la medida es un mal menor, pero ahí acaban las coincidencias.
A diferencia de lo que Madrid consideró e hizo en 1977, ahora se quiere esconder que hay un problema político de dimensión histórica. El Estado postfranquista aceptó restaurar la Generalitat para lograr un win-win, que le daba credibilidad autonomista, mientras el Estado democrático decide liquidar el autogobierno y exhibir un rostro autoritario para no tener que admitir que la única solución razonable –no digo salida sino solución– sería un referéndum pactado, al estilo del celebrado en Escocia en 2014.
Las primeras elecciones del 15 de junio de 1977 descubrieron una Catalunya decantada a la izquierda, con un PSUC muy fuerte, mientras el conjunto de España había votado la UCD de Suárez. Salvador Sánchez Terán, uno de los hombres clave en el retorno de Tarradellas, explicó cómo aquello marcó la estrategia del Estado, en una entrevista en La Vanguardia en 2002: “En aquel momento preocupó hondamente que Cataluña fuera regida por un gobierno de mayoría socialista-comunista”. La guerra fría inspiraba el relato, Tarradellas era el antídoto adecuado a ojos de los militares (que vigilaban la mutación) y, además, ofrecía una gran ventaja para Madrid: era un símbolo y jugaba al margen de los partidos: “La opción estaba entre una mayoría social-comunista para gobernar Cataluña, o el presidente Tarradellas con un gobierno de coalición, o de concentración, que es la palabra que a él le gustaba”. Esta es la realidad, imprescindible para entender la complejidad del pasado reciente. Utilizar el icono de Tarradellas para justificar hoy ciertas cosas es demasiado cínico.
Puigdemont y su Govern no pueden aceptar el 155 y agachar la cabeza, per deberán elegir el mal menor. Urkullu –que no es tenido por radical– ha descrito muy bien la decisión de Rajoy: “La medida es extrema y desproporcionada. Dinamita los puentes”. Desde el punto de vista estratégico, Puigdemont y Junqueras deben valorar qué salida –no qué solución– permitirá al independentismo conservar el terreno ganado, ampliar el perímetro, acumular fuerzas y reforzar su legitimidad Catalunya endins y también en el exterior. Cualquier plan tiene que superar la mirada a corto plazo, basada sólo en la indignación. Y aquí aparecen las elecciones como posible instrumento.
Con todo, no hay que ser ingenuos: ¿permitirá el Estado que el independentismo aproveche unos nuevos comicios para crecer y ganar más apoyo social después de la represión?
Utilizar el icono del expresident para justificar hoy ciertas cosas es cínico