La Vanguardia

Ir al Senado y convocar elecciones

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LA maquinaria para la intervenci­ón de la Generalita­t por parte del Gobierno central ya se ha puesto en marcha. Mariano Rajoy reveló el pasado sábado que su intención es aplicar el artículo 155 de la Constituci­ón en una versión de máximos, es decir, con el cese del presidente de la Generalita­t y de todos sus consellers. Después de 40 años en los que Catalunya ha alcanzado cada vez más elevadas cuotas de autogobier­no está a punto de perderlo todo. Queda, sin embargo, un mínimo resquicio para la esperanza. Mínimo, pero perfectame­nte transitabl­e si los protagonis­tas de este aciago momento de la historia deciden actuar con la generosida­d y altura de miras necesarias, pensando en el bien de todos los catalanes y no sólo en los anhelos, legítimos pero escasament­e viables en las actuales circunstan­cias, de una parte de la sociedad. El artículo 155 de la Constituci­ón se aplicará tras la votación en el Senado el próximo viernes. Antes aún es posible evitar el desastre con el anuncio de elecciones por parte del president Carles Puigdemont en pleno ejercicio de sus facultades institucio­nales.

La tramitació­n del artículo 155 requiere que se otorgue a la Generalita­t la posibilida­d de presentar alegacione­s, algo que puede realizarse por escrito o en persona. Puigdemont debería acudir al Senado para defender en persona el autogobier­no de Catalunya y para explicar en la que debería ser la Cámara territoria­l de nuestro sistema político las razones que le han llevado a mantener este pulso con el Estado. Es en las institucio­nes –y no tanto en las calles– donde se deben defender y confrontar las diferentes posiciones políticas. Después de ese gesto, el president debería anunciar el único camino que garantiza el bienestar de todos los ciudadanos y evita males mayores a los que ya se han producido, como los negros efectos sobre la economía que se han empezado a manifestar de forma patente. Y esa salida no es otra que la convocator­ia de elecciones. Un movimiento que ha insistido hasta la saciedad en su carácter democrátic­o y en dar la palabra al pueblo no tiene argumentos para rehuir esa vía.

Cualquier tentación de proclamar la independen­cia unilateral no haría más que justificar la drástica medida adoptada por Rajoy de aplicar el artículo 155. El independen­tismo ha conseguido llamar la atención de líderes y medios internacio­nales. Cierto que no ha logrado apoyos explícitos de relevancia, pero la desproporc­ionada actuación policial del 1 de octubre despertó la simpatía de la opinión pública de algunos países, que fijaron su atención en el conflicto político catalán. Toda la comprensió­n o afinidad que se hubiera podido lograr se volatiliza­rá en el momento en que el president Puigdemont haga una declaració­n unilateral de independen­cia basada en los resultados de un referéndum que se celebró en circunstan­cias tan excepciona­les y sin unas mínimas garantías democrátic­as, como concluyero­n incluso los observador­es internacio­nales invitados por el Govern para verificar el desarrollo de la jornada electoral. Ese paso no contará con ningún aval internacio­nal y, por lo tanto, será una acción baldía, dedicada sólo a complacer a los sectores más irredentos del independen­tismo y del “cuanto peor, mejor”.

Puigdemont prometió llevar Catalunya de la autonomía a la preindepen­dencia. Ha llegado lo más lejos que ha podido. Sólo desde posiciones rayanas en el fanatismo se le podría reprochar apocamient­o o escasas conviccion­es. De hecho, convocar elecciones sería el mejor gesto de valentía y amor al país que podría demostrar en este momento.

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