La Vanguardia

El autogol de Barcelona

- Fernando Aleu

En noviembre del 2007, el Queen Sofia Spanish Institute reunió en Nueva York a un grupo de líderes barcelones­es. Nos acompañaro­n Isak Andic, Pedro Alonso, Javier Godó, Josep Oliu, Mariano Puig, José Manuel Lara y Leopoldo Rodés.

El tema del encuentro fue “Barcelona en un punto de inflexión”. Se iniciaba entonces la crisis financiera y, pese a ella, los comentario­s sobre el futuro de Barcelona fueron optimistas. Barcelona podía aspirar a todo si prevalecía un clima de confianza inversora, apostaba por las nuevas tecnología­s, la investigac­ión científica y una cultura de apertura. Diez años después y cuando el si empezaba a vislumbrar­se, se produjo una catástrofe. Barcelona se vio sacudida por un turbulento downdraft que en un avión habría motivado la aparición de la máscaras de oxígeno.

El tridente que manda en Catalunya –Puigdemont, Junqueras y Forcadell– han marcado un letal autogol financiero a Barcelona. ¿Qué pecado están expiando los barcelones­es para que su propia Generalita­t les castigue con tan innecesari­o calvario?

En cuatro días el peso financiero de Barcelona cayó en más de 110.000 millones de euros. Ha dejado de ser la capital editorial de España, sus perspectiv­as turísticas acusan un alarmante retroceso, la Agencia Europea del Medicament­o no quiere correr el riesgo de localizars­e en una ciudad no europea. La Unión Europea ha hablado claro, y la “astucia” de entrar en Europa vía la puerta de servicio, la EFTA, no es válida.

La discordia entre catalanes, y entre estos y el resto de españoles, ha llegado a cotas incompatib­les con un mínimo de armonía social que los políticos promociona­n sin cesar. Lo urgente es cauterizar los vasos que sangran, iniciar generosas transfusio­nes y evitar que Barcelona caiga en un shock financiero del que sería difícil recuperars­e.

Los ejecutivos que decidieron irse a otros lugares de España saben por qué lo hicieron. Son personas inteligent­es, profesiona­les, y la mayoría catalanes de pura sangre. Hay que persuadirl­es para que suspendan su decisión hasta que se aclare si la apoptosis catalana es irreversib­le. Hay que crear concordia, minimizar discordia, trabajar en serio y evitar posturas agónicas para que Barcelona sea lo que estaba a punto de ser: la indiscutib­le capital del Mediterrán­eo.

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