¡Vergonzoso!
Cuando se dice de alguien que es vergonzoso, lo que se quiere decir es que es tímido, que se sonroja con facilidad, que le cuesta empezar una conversación, que duda antes de interactuar. Se dice de los chiquillos, cuando un menor en brazos de un adulto se esconde si alguien le dice algo. Y hay quien no se quita la vergüenza de encima en toda su vida. Este es uno de los sentidos que tiene esta palabra derivada de vergüenza, del latín verecundia, que quería decir justamente eso: reserva, pudor, respeto. Por ello las partes íntimas del cuerpo, los órganos genitales, también se conocen como “las vergüenzas”.
Otro significado de la vergüenza, emparentado con este sonrojo pero con matices distintos, es el del azoramiento del ánimo por una falta cometida: “Desde que metió la pata con la vendedora, le da vergüenza entrar en la tienda”. Es cuando alguien mete la pata y ni se inmuta, y entonces le soltamos: “¡Debería darte vergüenza!”.
Y aún hay un tercer sentido, que se refiere a un deshonor humillante o a algo deshonroso: “¡Eso es una vergüenza!” o, si usamos el adjetivo: “¡Esto es vergonzoso!”. Y aquí quería llegar. Hace un tiempo, Oriol Pi de Cabanyes me sugería que hablara sobre la confusión, cada vez más extendida, entre vergonzoso y vergonzante. “¡Y no es lo mismo!”, se quejaba el escritor de Vilanova. Lleva toda la razón: no es lo mismo, pero es cierto que cada vez se oye más en todo tipo de tertulias, sobre todo en las que reúnen a los más raritos de la pequeña pantalla, este uso indebido. “¡Eso es vergonzante!”, retruena el friki de turno para descalificar la última idiotez de algún famosete de poca monta.
Es evidente que vergonzoso y vergonzante derivan de vergüenza, pero en el caso del segundo adjetivo el sentido es muy preciso y no muy extendido. Dice el DLE: “Que siente vergüenza, especialmente referido a quien pide limosna con cierto disimulo o encubriéndose”. ¿Por qué suceden estos despropósitos? La respuesta es sencilla: la ignorancia es atrevida.
Alguien un buen día oye o lee el adjetivo vergonzante y se lo guarda en la recámara del disparador de palabras sabihondas para soltarla a las primeras de cambio creyendo que se hace el interesante. El ignorante se convierte en corifeo y el resto de los tertulianos quedan boquiabiertos de su elocuencia, se apresuran a tomar nota de la palabra que desconocían y, como en un dominó, esperan su ocasión para calificar de vergonzante un hecho que, en principio, es vergonzoso, que ya es un adjetivo de peso.
Con el ego inflamado, se acostarán pensando que han ayudado a culturizar al país y lo único que habrán hecho habrá sido desculturalizarlo aún más y asestar unas cuantas patadas al diccionario. ¡Vergonzoso!
“¡Eso es vergonzante!”, retruena el friki de turno para descalificar la última idiotez de algún famosete