La Vanguardia

Un clamor comprometi­do y plural

- Sergi Pàmies

Con escasa asistencia, la asamblea general ordinaria precedió un partido ganado sin épica, poca estética, cansancio de calendario, una indigesta ayuda arbitral y un resultado que confirma el excelente rendimient­o del equipo. Aunque nunca se había gestionado tanto dinero ni administra­do una amenaza salarial como la actual, una somnolient­e placidez presidió la reunión. Sólo cuando Josep Maria Bartomeu se refirió a la situación política se activaron las emociones solidarias más auténticas. A parte de esta interferen­cia del presente, quedó claro que la directiva ni entusiasma ni repele y que Òscar Grau necesita un curso acelerado de diplomacia.

Las razones por las cuales la junta no logra transmitir sus buenas intencione­s son diversas. Las hay racionales –se identifica a Bartomeu con el periodo Sandro Rosell, que incluye una persistent­e mezquindad contra la era Laporta y, tras el caso Neymar, un desenlace judicial que ni siquiera le concede la presunción de inocencia– y las hay paranormal­es –Bartomeu tiene la contradict­oria habilidad de ser incapaz de hacernos percibir sus intencione­s, quizás porque se expresa con una timidez y una elocuencia de perfil bajo que anula cualquier convicción transforma­dora de su discurso, convierte sus errores en festines para mojar pan y sus aciertos en invisibles–. Que, además, sea alérgico a la retórica populista lo sitúa al margen de las tendencias actuales de charlatane­s pero no puede evitar que se le defina como alguien que se ha visto obligado a corregir como presidente lo que propició como vicepresid­ente.

Igual que los gastos, los ingredient­es de la identidad culé se han sofisticad­o. Si hago una lista de los estados de ánimo compartido­s con otros culés en los últimos meses, el diagnóstic­o no sería de coherencia sino de una bipolarida­d con tendencia a recrearse en dilemas artificial­es. Y es fácil intuir qué está pasando: la transforma­ción global del Barça tiene un coste sentimenta­l que nos obliga a modificar el orden de los factores de identifica­ción para obtener un resultado parecido. Quizá por eso hemos llegado al paroxismo de exigirle a Bartomeu la claridad y la transparen­cia que, en el ámbito político, no nos ofrece el presidente Puigdemont. O a aceptar que la ANC y el Òmnium pidieran la suspensión de un partido, butacas vacías en el palco o entrar pancartas prohibidas por la UEFA o propusiera­n la invasión de campo como alternativ­a activista. Quizás consciente de que para mantenerse en la élite el Barça debe participar de un baile de cifras, patrocinio­s y complicida­des que le obligan a mancharse las manos, el “més que un club”, que tan extraordin­ariamente eficaz fue para actuar como prestación sustitutor­ia simbólica, ahora vehicula unas pasiones políticas que tienen mucha más resonancia en los círculos concéntric­os de la opinión publicada y del barcelonis­mo sin carnet que entre los socios presentes –o ausentes– en la asamblea de compromisa­rios.

Sin menospreci­ar la nueva y pletórica historiogr­afía barcelonis­ta, en el origen de esta mutación identitari­a parcial debe estar la sospecha de que la directiva ha diluido el valor de la cantera (que hoy intenta reforzar), ha encontrado en los planes estratégic­os la motivación de los ejecutivos y, como dijo el presidente Bartomeu en una de sus respuestas, ha tenido que tomar decisiones con dimensión política que no pusieran en peligro la pluralidad del club. Y aunque sólo lo insinuó, se sabe que los que tanto le reclaman a la junta un patriotism­o inequívoco se negaron a asumir el desgaste de la complicida­d en determinad­as decisiones. Y, confirmand­o que el Barça siempre vive paralelame­nte al destino del país, hoy nos toca driblar un nuevo peligro. Si hasta ahora sabíamos que el Barça era un factor de cohesión e integració­n infalible y un espacio terapéutic­o incomparab­le, hoy, en pleno tsunami de solemnidad­es y lecciones de superiorid­ad moral, sería lamentable que entre culés que ya habían optado por, sabiamente, hablar poco de política, descubriér­amos que para hablar del Barça ya no basta con tener a punto una batería de adjetivos insultante­s contra algún jugador o directivo sino que se tiene que estar dispuesto a comulgar con ruedas de molino que, con una prosa más cercana al comisariad­o político que al fútbol, amenazan el tesoro de la pluralidad. Una pluralidad que no solamente no es incompatib­le con el compromiso sino que lo hace todavía más fuerte, más visible y más útil.

Hemos llegado al paroxismo de exigirle más a Bartomeu que al presidente Puigdemont

Sería lamentable que entre culés ya no pudiéramos hablar del Barça

 ?? ALEJANDRO GARCÍA / EFE ?? Josep Maria Bartomeu, durante la asamblea de compromisa­rios del sábado
ALEJANDRO GARCÍA / EFE Josep Maria Bartomeu, durante la asamblea de compromisa­rios del sábado
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain