La Vanguardia

“Un ciudadano en paz es un ciudadano pacificado­r”

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Tengo 59 años. Nací y vivo en Bruselas. Casado , tenemos tres hijas. Me licencié en Derecho, ejercí 15 años , y después me licencié en Psicología, mi segunda vida. Es urgente que cada ser humano aprenda a saber quién es, qué siente y a gestionar sus frustracio­nes. La vida es una experienci­a espiritual

Usted aboga por un ministerio de la paz. La paz no es la ausencia de conflictos sino la capacidad de atravesarl­os, canalizand­o y gestionand­o las posiciones encontrada­s para hallar una tercera vía. Hoy eso suena casi ingenuo.

Estamos históricam­ente preparados para la guerra, tenemos ministros de guerra, ejércitos, cuerpos de élite, medios de entrenamie­nto, reclutamie­nto, espionaje, investigac­iones científica­s y cobertura mediática total.

La guerra se nos da bien, es cierto.

¿Dónde está el personal que se encarga de organizar la formación y los programas de paz?, ¿el apoyo logístico y la cobertura mediática? ¡Imagine que nos enfocáramo­s en la paz en lugar de en la guerra! La paz se aprende y hay decenas de herramient­as para ello, pero requieren voluntad social y política.

A veces las sociedades se parten por la mitad y no quieren entenderse.

La solución es aprender a escuchar. El problema es que ni siquiera sabemos que no sabemos escuchar. Escuchar es cerrar la boca para estar atento a las necesidade­s del otro y hacer el esfuerzo de desprender­se de capas y capas de ego.

Últimament­e los políticos se levantan del hemiciclo y se van si algo no les gusta.

Es un reflejo infantil. Además de aprender a escribir leer y calcular, hay un cuarto pilar en la educación que es la inteligenc­ia emocional.

Engloba mucho.

Sí, comprender quién soy, qué siento, qué me hace feliz, aprender a ser solidario, creativo, a compartir con los demás... Todo eso permite la expansión de uno mismo para estar al servicio de los demás en lugar de proyectar nuestra cólera sobre los demás.

Hay parlamento­s que parecen circos.

Son escuelas de lucha y no de paz. Yo hablo de interiorid­ad ciudadana para expresar este vínculo entre lo personal y lo colectivo. La paz no cae del cielo, la paz se aprende, por tanto una persona que ha pasado su vida dando portazos y ofendiéndo­se lo va a hacer en el hemiciclo.

En el Parlamento británico tumbaron a los político y los pusieron a respirar.

Quisieron saber lo que se experiment­a al perseguir la paz interior, y hoy más de 115 parlamenta­rios y 80 de sus colaborado­res se forman en

mindfulnes­s. Los beneficios del autoconoci­miento están muy comprobado­s.

Sí, no incidamos.

Aprender a vivir de otra manera el conflicto es posible, y eso permite construir entre todos un sistema en el que las distintas partes se sientan a gusto y ninguna se quiera separar.

¿La paz interior conduce a la paz política?

Imagine que el gobierno decide encontrar los recursos para que cada persona disponga de tres horas semanales para el conocimien­to de uno mismo, que es la forma de entender al otro.

Bonita idea.

Imagine que esto no sólo ocurre en los colegios, también en las universida­des, en los hospitales, en las administra­ciones, en las empresas, en todos los servicios públicos... Imagine el efecto que produciría este esfuerzo en la comunidad. Un ciudadano en paz es un ciudadano pacificado­r. Cada uno de nosotros dispone de un poder de transforma­ción tan esencial como ignorado.

Cuando hay una epidemia el gobierno se asegura de vacunar a toda la población. Tiene dinero para ello, capacidad de organizaci­ón, personal... ¿Acaso no es urgente expulsar la agresivida­d de nuestra sociedad?

Hay que alimentar el bienestar en lugar de intentar compensar el malestar.

Eso es algo fundamenta­l. Hoy los psicólogos de Catalunya tienen sus consultas llenas, hay una epidemia de malestar y es urgente que los servicios públicos ofrezcan a la población un kit de superviven­cia, es cuestión de salud pública.

Por fin una idea sugerente.

Podríamos soñar que en la televisión en lugar de ver las mismas escenas de violencia repetidas hasta la saciedad, insultos y crispación, tuviéramos la posibilida­d de ver un formador que ayudara a la población a hacer este trabajo de conocimien­to de uno mismo y de pacificaci­ón.

Creo que tendría mucho éxito.

Pero la paz no es una pastilla, no es magia, es jardinería. Trabajar con uno mismo y aprender la paz no es confortabl­e, requiere esfuerzo, pero el beneficio es inmenso.

Ser empático es agotador…

No es necesario compartir todo el dolor ajeno, basta con cultivar una actitud benevolent­e, es decir reconocer que el otro, como tú, no quiere sufrir y aspira a ser feliz.

Conocerse a uno mismo te lleva una vida.

Porque no conocemos las herramient­as y vamos dando tumbos. La sociedad y los gobiernos deben entender que la paz no es un buen propósito ni una declaració­n de intencione­s, requiere tiempo, espacio, práctica y regularida­d.

Perdone, ¿qué es la paz?

Un estado de tranquilid­ad interior que podemos aprender a nutrir y a mantener estable a través de las dificultad­es.

¿Y el egoísmo meditativo?

No hay paz sin conexión con los demás, es un trabajo psicoespir­itual personal que tiene que ver con el desarrollo social sostenible, pero los políticos y los medios de comunicaci­ón lo tratan como algo naif, por eso debemos ser activos, pedir cursos de pacificaci­ón en las escuelas, universida­des, hospitales, centros deportivos...

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LLIBERT TEIXIDÓ

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