La Vanguardia

Al enemigo, ni agua

- Antoni Puigverd

Lo que ha pasado estos días contiene un eco, sí, de 1714. El irredentis­mo de los defensores de la independen­cia y la dureza no menos irredenta de los adversario­s que no han permitido durante cinco años ninguna salida tangencial a un pleito que, siendo histórico, se exacerbó a partir del 2010 con la sentencia del TC sobre el Estatut.

Las posiciones han sido inflexible­s por parte de ambos frentes, que, además, han disfrutado de lo lindo barriendo del ágora a los que podían aportar flexibilid­ad, reflexione­s integrador­as o alternativ­as basadas en el mal menor. No hay que olvidar que no sólo estaba en juego el sueño independen­tista, sino también el de una España a la francesa. El sueño de la independen­cia había detectado en la debilidad española causada por la crisis económica la ventana de oportunida­d: “ahora o nunca”. Como en tiempos del general Prim: “O caixa o faixa!”. Es decir: o muertos o triunfante­s.

El sueño de convertir España en Francia y planchar la diferencia catalana detectó en el frenetismo catalán una oportunida­d ideal. Rajoy ha jugado con táctica rusa y tempo chino. Ha dejado que el independen­tismo avanzara creyéndose su propia propaganda. Rajoy, como Sun Tzu: “El que quiera parecer débil para provocar la arrogancia de su adversario debe ser fortísimo”. Mientras favorecía la arrogancia del independen­tismo (creer que el mundo estaba pendiente de Catalunya, creer que con el 48% se podía romper un Estado antiguo y recomponer las fronteras de la UE; creer que los numerosos catalanes contrarios a la independen­cia serían sumisos; creer que desobedece­r no tiene costes), Rajoy estaba practicand­o una maniobra envolvente: en un momento dado se ha limitado, como los luchadores de judo, a aprovechar el empuje independen­tista de la Generalita­t para hacerla caer con estrépito.

Una vez acorralado, haz que el enemigo cometa tonterías (la ruptura legal, el desprecio de la oposición). Cuando doble las rodillas, humíllalo. Después, demuéstral­e tu fuerza policial y judicial. Asústalo con un régimen de excepción. Perderá por 10-0.

10 a 0, el pronóstico de la vicepresid­enta Santamaría, se cumplió ayer al pie de la letra. Puigdemont, presionand­o por todos lados, consciente­s del gran riesgo de la división interna, preocupado por enviar a los militantes del independen­tismo a un largo y desgastado­r combate con la policía, sacó la bandera blanca. Las elecciones que él proponía eran una tregua: para evitar los males mayores, para recontar las fuerzas, para descomprim­ir la situación. Y para que respiraran economía y sociedad. Pidió una rendición digna, sin la cual una verdadera solución del problema no será posible. Con la intermedia­ción del lehendakar­i Urkullu, las conversaci­ones entre Puigdemont y la Moncloa parecían dirigirse a buen puerto. Elecciones sin DUI a cambio de la retirada del 155. Pero al mediodía, Puigdemont se dio cuenta de que había caído en una trampa. El 155 se mantenía. Esperó durante horas la confirmaci­ón de la tregua. Recibió esta respuesta futbolera: has caído al suelo, lesionado, pero eres enemigo. Y al enemigo, ni agua. Una clara victoria política de Rajoy. Y también una derrota del futuro.

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