Al enemigo, ni agua
Lo que ha pasado estos días contiene un eco, sí, de 1714. El irredentismo de los defensores de la independencia y la dureza no menos irredenta de los adversarios que no han permitido durante cinco años ninguna salida tangencial a un pleito que, siendo histórico, se exacerbó a partir del 2010 con la sentencia del TC sobre el Estatut.
Las posiciones han sido inflexibles por parte de ambos frentes, que, además, han disfrutado de lo lindo barriendo del ágora a los que podían aportar flexibilidad, reflexiones integradoras o alternativas basadas en el mal menor. No hay que olvidar que no sólo estaba en juego el sueño independentista, sino también el de una España a la francesa. El sueño de la independencia había detectado en la debilidad española causada por la crisis económica la ventana de oportunidad: “ahora o nunca”. Como en tiempos del general Prim: “O caixa o faixa!”. Es decir: o muertos o triunfantes.
El sueño de convertir España en Francia y planchar la diferencia catalana detectó en el frenetismo catalán una oportunidad ideal. Rajoy ha jugado con táctica rusa y tempo chino. Ha dejado que el independentismo avanzara creyéndose su propia propaganda. Rajoy, como Sun Tzu: “El que quiera parecer débil para provocar la arrogancia de su adversario debe ser fortísimo”. Mientras favorecía la arrogancia del independentismo (creer que el mundo estaba pendiente de Catalunya, creer que con el 48% se podía romper un Estado antiguo y recomponer las fronteras de la UE; creer que los numerosos catalanes contrarios a la independencia serían sumisos; creer que desobedecer no tiene costes), Rajoy estaba practicando una maniobra envolvente: en un momento dado se ha limitado, como los luchadores de judo, a aprovechar el empuje independentista de la Generalitat para hacerla caer con estrépito.
Una vez acorralado, haz que el enemigo cometa tonterías (la ruptura legal, el desprecio de la oposición). Cuando doble las rodillas, humíllalo. Después, demuéstrale tu fuerza policial y judicial. Asústalo con un régimen de excepción. Perderá por 10-0.
10 a 0, el pronóstico de la vicepresidenta Santamaría, se cumplió ayer al pie de la letra. Puigdemont, presionando por todos lados, conscientes del gran riesgo de la división interna, preocupado por enviar a los militantes del independentismo a un largo y desgastador combate con la policía, sacó la bandera blanca. Las elecciones que él proponía eran una tregua: para evitar los males mayores, para recontar las fuerzas, para descomprimir la situación. Y para que respiraran economía y sociedad. Pidió una rendición digna, sin la cual una verdadera solución del problema no será posible. Con la intermediación del lehendakari Urkullu, las conversaciones entre Puigdemont y la Moncloa parecían dirigirse a buen puerto. Elecciones sin DUI a cambio de la retirada del 155. Pero al mediodía, Puigdemont se dio cuenta de que había caído en una trampa. El 155 se mantenía. Esperó durante horas la confirmación de la tregua. Recibió esta respuesta futbolera: has caído al suelo, lesionado, pero eres enemigo. Y al enemigo, ni agua. Una clara victoria política de Rajoy. Y también una derrota del futuro.