Renzo Piano
ARQUITECTO
Renzo Piano es el autor de la sede del Centro Botín en Santander, inaugurada recientemente. En su primer trabajo en España, el arquitecto italiano propone un edificio ligero y elevado, para conservar vistas sobre la bahía.
Algunos edificios nacen con un pecado original. El Centro Botín de Santander nació con dos. El primero, a ojos de determinados activistas, fue que lo impulsaba Emilio Botín, todopoderoso –y en la capital cántabra, más– presidente del Banco de Santander. El segundo, pero no menor, era que iba a volar sobre el mar, alineado en el eje urbano que forman el mercado del Este y los jardines de Pereda, en el tramo central del frente marítimo de Santander, obstaculizando por tanto las vistas de la ciudad sobre la bahía.
Botín encargó el edificio a Renzo Piano, premio Pritzker en 1998 y autor del Centro Pompidou de París, la Fondation Beyeler de Basilea o, más recientemente, el Museo Whitney de Nueva York.
Así se aseguró Botín de que iba a obtener un buen proyecto, primero del italiano en España. Y, para redondear el éxito de la operación, pagó de su bolsillo el soterramiento del tráfico rodado de un tramo del paseo de Pereda, y dobló la superficie de sus jardines arbolados, favoreciendo la relación del edificio con la ciudad.
La decisión inicial –acertada y, en cierta medida, obligada– de Piano fue elevar el edificio sobre esbeltos pilares de hasta siete metros de altura, minimizando su corporeidad en planta baja. De esta manera, liberaba las vistas de la bahía, a ojos del peatón, y relacionaba la volumetría de su obra con los árboles de los jardines. La siguiente decisión fue dividir el edificio en dos volúmenes de aristas redondeadas –para auditorio y aulas el situado al Este; con dos salas de exposiciones que suman 2.500 metros cuadrados el del Oeste–, unidos por escaleras y terrazas metálicas, que contribuyen a la transparencia de la obra. La tercera decisión fue revestir los dos cuerpos con cerámica nacarada que propicia un cromatismo cambiante: plateado cuando el sol se cuela entre las nubes; azulado cuando se refleja sobre el pavimento; casi blanco con la iluminación artificial nocturna…
En el Centro Botín resuena algún eco del Pompidou que un joven Piano firmó con Richard Rogers en 1977: el entramado metálico central de comunicaciones verticales y miradores tiene un regusto high tech. Este elemento es uno de los atractivos del centro. Nada más empezar a escalarlo, el visitante se siente atraído hacia su extremo, donde un trampolín cimbreante de 23 metros sobre la bahía da la expresión máxima del gran voladizo que es todo este edificio. Pero hay otros atractivos. Por ejemplo, la sala superior de exposiciones, con su iluminación cenital regulada por lamas (ya propuesta por Piano en la Beyeler), y con sus espléndidas cristaleras sobre el mar y la ciudad. O, en el volumen Este, un auditorio de 300 plazas con grandes vistas, de nuevo, sobre la bahía. O, en el conjunto de la obra, con su ejecución de calidad.
El Centro Botín de Santander es, dicho sea con todas las reservas, la respuesta de Santander al Guggenheim de Bilbao. Es el penúltimo edificio icónico abierto al público –a inicios del verano, tras años de crisis económica–, en una época en la que esta tipología ya escasea aquí. Es, en suma, un ícono de factura ligera. Y, por tanto, un progreso para Piano tras su muy robusto Whitney neoyorquino.