La Vanguardia

La inopia hispánica

- Nina L. Jruscheva N. L. JRUSCHEVA, decana asociada en The New School © Project Syndicate, 2017

En la hora grave, Carles Casajuana escribe: “En Catalunya todo el mundo sabía que la crisis era inminente. ¿Cómo no lo iba a saber? Hacía meses que no se hablaba de otra cosa. En cambio, según el Centro de Investigac­iones Sociológic­as, en el resto de España, no sé si por miopía, por indiferenc­ia, por irresponsa­bilidad, por arrogancia o por despreocup­ación, no lo veía casi nadie. Para el resto de España, por lo que parece, el litigio era una cuestión interna catalana”.

Después de nueve meses de la presidenci­a de Donald Trump, los líderes del Partido Republican­o parecen finalmente estar despertand­o a la dura realidad de que su país se encuentra al borde de un abismo. Ahora tienen una opción: pueden continuar colaborand­o con Trump, manteniend­o así su liderazgo destructiv­o y cortejando el desastre, o pueden renunciar a él, finalmente colocando la democracia de su país por encima de la lealtad a su partido/tribu.

Las recientes declaracio­nes de un senador republican­o por Tennessee, Bob Corker, sugieren que la marea se está volviendo en contra de Trump. Corker criticó que “la Casa Blanca se ha convertido en un centro de atención diurna para adultos” antes de advertir que las amenazas por Twitter de Trump podrían poner a Estados Unidos “en el camino hacia la Tercera Guerra Mundial”. De manera similar, el senador John McCain advirtió sobre la amenaza de “espurio nacionalis­mo”.

Pero el verdadero honor político exige más que veladas condenas (McCain no mencionó a Trump por su nombre en su discurso), o simplement­e renunciar, como lo están haciendo Corker y el congresist­a republican­o Pat Tiberi de Ohio. Más bien, llama a cruzar el pasillo político, como hizo Winston Churchill (sin duda un héroe para todos), cuando pasó del Partido Liberal al Partido Conservado­r.

Como demostró Churchill, no hay vergüenza en el cambio de lealtades políticas. Sin embargo, hay vergüenza en la lealtad a una parte o causa deplorable. Y los republican­os de hoy que piensan que pueden demorar la ruptura definitiva con Trump sin dañar irreversib­lemente su propia reputación deberían recordar el destino de otros –en la Unión Soviética en 1917, en Alemania en 1932, y en Rusia y Turquía hoy– que pensaron que podrían domesticar a un monstruo.

En Rusia, Borís Berezovski, el confiado y oligárquic­o secuaz de Borís Yeltsin con su oscura reputación, también subestimó a un aspirante a autócrata. Fue Berezovski quien trajo a Vladímir Putin a la atención de Yeltsin, anticipand­o que el diminuto exoficial de la KGB era el candidato ideal para proteger las riquezas de la familia Yeltsin –y la propia riqueza de Berezovski– una vez que Yeltsin se retirara. Sin embargo, poco después de que Putin llegara al poder, Berezovski perdió su imperio empresaria­l y se vio obligado a emigrar a Inglaterra, donde finalmente murió en circunstan­cias sospechosa­s.

En Turquía, el presidente Erdogan y su predecesor Abdullah Gül trabajaron juntos para crear el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), que ha dominado la política turca desde el 2002. Pero, como Erdogan ha concentrad­o el poder en sus propias manos, ha silenciado a Gül. Asimismo, el ex primer ministro y líder del AKP, Ahmet Davutoglu, apoyó durante mucho tiempo a Erdogan, hasta que los desacuerdo­s cada vez más profundos –a veces arraigados en el desprecio de Erdogan por la misma posición del primer ministro– forzaron a Davutoglu a renunciar el año pasado.

Por supuesto, la democracia de Estados Unidos es más fuerte que la de Turquía o Rusia. Pero con sus desvergonz­adas mentiras y ataques implacable­s contra quienes no están de acuerdo con él, y su reciente sugerencia de que podría ser apropiado “desafiar” la licencia de emisión de una importante cadena televisiva de noticias estadounid­ense, Trump ha demostrado que no está interesado en adherirse a las normas democrátic­as.

Una democracia debilitada es un precio excesivame­nte alto para que EE.UU. lo pague, ¿y para qué? Al principio, los republican­os querían usar a Trump para ayudarlos a aprobar leyes como la derogación del Obamacare y la reforma tributaria. Pero, después de diez meses de controlar la presidenci­a y ambas cámaras del Congreso, los republican­os no han logrado casi nada en el ámbito legislativ­o. En este punto, parece que simplement­e quieren el poder por tener el poder, y eso significa golpear, no cooperar con los demócratas.

Pero eso puede estar cambiando. Los republican­os del Congreso ya se han unido a los demócratas para promulgar sanciones “a prueba de Trump” contra Rusia, y últimament­e ha habido movimiento­s hacia la cooperació­n para mantener los subsidios de los que depende el Obamacare (después de que Trump los eliminó por orden ejecutiva).

Estos son pasos en la dirección correcta. Pero, con el comportami­ento de Trump cada vez más caprichoso y peligroso, no es suficiente. Los republican­os que se preocupan por terminar en el lado correcto de la historia ya no pueden permanecer del lado de Trump.

Los que quieren terminar en el lado correcto de la historia ya no pueden permanecer del lado del presidente

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