Trump abona la conspiración Kennedy
La publicación incompleta de los informes secretos alimenta la intriga
Los conspirativos están que se frotan las manos por obra y gracia de Donald Trump, que, no se olvide, no es ajeno a esos suspicaces.
La publicación incompleta de los informes secretos sobre el asesinato del presidente Kennedy –los 300 documentos más importantes siguen sellados, al menos hasta abril– no hace más que alimentar la teoría de la gran conjura a partir de Lee Harvey Oswald, oficialmente el autor único del magnicidio de Dallas, y su presunta relación con la CIA.
Entre relatos de toda una época, de fiestas sexuales, mafiosos, espías, del precio puesto a cabezas de enemigos o de sospechas hacia la interferencia soviética o de Cuba, por ahí en medio hay un informe de 1975 al que ya sacan punta los especuladores.
En un comparecencia ante la llamada comisión Rockefeller, convocada por el presidente Gerald Ford para estudiar actividades no autorizadas de la CIA, un letrado preguntó a Richard Helms, antiguo director de la agencia, y que era uno de los cargos el 22 de noviembre de 1963:
–¿Existe alguna información vinculada al asesinato del presidente Kennedy en la que, en algún sentido, se muestre que Lee Oswald fue agente de la CIA?
El documento se corta ahí, sin la respuesta de Helms. Ese agujero abona el terreno de la intriga.
“No hay nada más salvo que Oswald está muerto”, frase de J. Edgar Hoover, director del FBI, recogida en un memorándum del 24 de noviembre de 1963. Jack Ruby ya había matado al magnicida, tras colarse en el cuartel de la policía de la ciudad texana.
Ante esto –el FBI había avisado a la policía local de ese posible ataque al detenido–, Hoover escribió: “Lo que me preocupa es tener problemas para convencer a los ciudadanos de que Oswald es el verdadero asesino”.
En 1964, en la comisión Warren que investigó el asesinato de Kennedy, Hoover aclaró que no tenía “ni un ápice de evidencia de que fuera un complot”.
Esto es lo que se dice una casualidad o una jugarreta del azar.
Hace 25 años que el presidente George H. W. Bush selló el secreto para una partida de papeles relacionados con la muerte de John Fitzgerald Kennedy. El Congreso concluyó que se debía cerrar el acceso después de que la película JFK, de Oliver Stone, había sugerido una gran conspiración de Estado para matar a Kennedy, con la CIA y el ejército como protagonistas estelares en el asunto.
Quién le iba a decir a Bush padre que, pasado un cuarto de siglo, la decisión de levantar ese secreto correspondería al presidente más conspirativo de la historia de Estados Unidos.
En su carrera electoral, Trump no sólo propagó la gran mentira de que su predecesor, Barack Obama, era un presidente ilegítimo por “ser africano”, sino que difundió (y difunde) cuantiosos bulos, falsos por naturaleza. De su ventilador de especulaciones no se salvó Kennedy, santo grial de los teóricos de los hechos alternativos. En campaña acusó al padre de su rival republicano, el senador Ted Cruz, de raíces cubanas, de haber estado implicado en el magnicidio de Dallas (Texas).
Así que el capricho del destino ofrece a Trump, el presidente que oculta sus finanzas o su entramado empresarial, la oportunidad de emerger como el adalid de la transparencia. Pero a la hora de levantar el velo, su estrategia rinde tributo a sus bases, las que creen en la existencia de “un Estado oscuro”, de las cloacas del poder.
A base de tuits, Trump creó la atmósfera para alentar las sospechas en el caso Kennedy. Hubo suspense hasta el jueves por la tarde, cuando se comunicó que, por consejo de los servicios de inteligencia, se guardaban los documentos más codiciados por los historiadores. Se han de revisar, por si acaso comprometen la seguridad. La portavoz Sarah Huckabee Sanders prometió que saldrán en seis meses. “Lo menos editados posible”, señaló.
Analistas legales como Jeffrey Toobin calificaron de “vergonzoso” este calendario. Dado que la administración dispuso de mucho tiempo, años, para prever esa revisión, el retraso se ve como una burda estrategia para cultivar esas teorías conspirativas.
De los 2.891 documentos liberados, los estudiosos consideran que sólo 53 nunca se habían desvelado. Son papeles en los que se cierne una sombra sobre el presidente Lyndon Johnson, que sustituyó a Kennedy. Los espías estadounidenses captaron que la URSS creía que Johnson estaba detrás del asesinato.
En otro texto se recoge que un informante declaró que el Ku Klux Klan tenía una prueba de que Johnson fue miembro del grupo racista al inicio de su carrera política. Esa prueba nunca apareció.
UN INFORME DE 1975 “¿Hay algo que pruebe que Oswald era agente de la CIA?”... y la grabación se corta
INFORMACIÓN DELICADA La CIA tiene seis meses para revisar los últimos 300 documentos antes de ser publicados
En otros informes se descarta el interés de Cuba en acabar con el presidente de Estados Unidos, porque eso podía suponer una invasión de la isla. Rusia temió que le cayeran misiles.
Uno de los aspectos reveladores es el precio a la cabeza del dirigente cubano Fidel Castro. Un documento de 1964 lo fija en 150.000 dólares, más 5.000 para gastos. Pareció caro y lo rebajaron a 100.000 dólares.
Y 20.000 tanto para su hermano Raúl como el Che Guevara.