La Vanguardia

Más allá del interés personal

- Xavier Mas de Xaxàs

John McCain pronunció el pasado lunes un discurso importante, cargado de principios y emoción. Fue en Filadelfia con motivo de un premio a su carrera, para agradece el honor recibido, pero sobre todo para criticar el “nacionalis­mo espurio” que busca culpables a quienes colgar los errores propios. El senador republican­o, de 81 años, y con 60 de servicio a Estados Unidos, es de los pocos que aún busca el pacto con los demócratas, convencido de que hay algo muy valioso más allá del rencor que emana de la política. McCain cree en la sinceridad del que piensa diferente y en la fortaleza de las institucio­nes a las que ha tenido el honor de servir. El senador de Arizona no es un hombre romántico, un héroe que defiende el individual­ismo como la única realidad, sino un funcionari­o al servicio de una causa más allá de su interés personal.

En estos tiempos de cinismo, vulgaridad y subjetivis­mo, cuando a los políticos no se les juzga por su sinceridad sino por su astucia electoral, decir que sirves a una causa mayor a tus intereses puede parecer una estupidez. Es lo mismo que apelar a la libertad, la democracia o a cualquier otro tópico que se les ocurra. ¿Qué significan palabras como honor, deber y sacrificio? McCain es de los pocos políticos profesiona­les que conocen su significad­o. Y no me refiero a un conocimien­to teórico sino práctico, de experienci­a vital.

Hijo y nieto de almirantes, su avión de combate fue derribado sobre Hanoi en 1967. Al saltar se rompió los dos brazos y una pierna. El paracaídas se abrió tarde y cayó sobre un estanque en el centro de la ciudad. La turba que lo rodeó intentó lincharlo. Un soldado le clavó la bayoneta en la ingle. Tenía una pierna doblada en 90 grados, con el hueso salido. Lo golpearon y zarandearo­n, y finalmente lo tiraron en una celda de la prisión Hoa Lao. Un médico le recompuso la pierna rota sin anestesia pero dejó sin tratar las frac- turas de los brazos y la herida en la ingle. Adelgazó hasta pesar 45 kilos. Un año después, cuando lo más normal es que hubiera muerto, le ofrecieron la libertad. Su padre era el nuevo jefe de la flota del Pacífico. Vietnam buscaba un gesto propagandí­stico. McCain, sin embargo, se negó. Había presos más antiguos que él y ellos debían salir primero, según determinab­a el código militar. En la misma oficina del director de la prisión que le ofrecía la libertad le rompieron las costillas y los dientes. McCain pasó otros cuatro años encerrado, la mayor parte del tiempo incomunica­do en una celda minúscula.

Cuando lo conocí en el año 2000, durante las primarias de New Hampshire, a bordo de un autobús al que había bautizado como Hablando claro, McCain seguía sin poder levantar los brazos para peinarse y la prensa lo admiraba. Aquel entusiasmo era difícil de explicar más allá del tirón de un relato vital reservado para las hazañas bélicas en cinemascop­e. Arizona era un estado muy conservado­r y McCain se oponía al aborto y defendía la pena de muerte. Se negaba a controlar las armas y le parecía bien el rezo en las escuelas. Proponía gastar más en defensa y dejar de financiar los medios de comunicaci­ón públicos. A pesar de este ideario conservado­r, cautivó a muchos electores jóvenes con la promesa de acabar con la corrupción, el dinero opaco que entra en las campañas electorale­s directamen­te desde los grupos de presión que dominan la escena política en Washington DC.

McCain, que perdió las primarias del 2000 frente a Bush y las elecciones del 2008 contra Obama –tras cometer el error de aliarse con la excéntrica Sarah Palin–, ha moderado alguna de sus posturas y hoy critica sin contemplac­iones a Trump. La fuerza de la humildad con la que expone sus argumentos contrasta con el orgullo autodestru­ctivo del presidente.

McCain es un idealista que ha trabajado para que muchas personas en todo el mundo tengan una vida más fácil. Ha tenido la oportunida­d de servir y la ha aprovechad­o.

Muy lejos de Washington y Filadelfia, en Wellington, capital de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern asumió el jueves el cargo de primera ministra. Es socialdemó­crata, republican­a y feminista. Se propone luchar contra los excesos del capitalism­o, un sistema que considera culpable de la creciente desigualda­d que experiment­a la sociedad neozelande­sa. Cuando en agosto consiguió el liderazgo de los laboristas, los conservado­res lo tenían todo a favor para ganar y así lo hicieron en las elecciones de septiembre. Pero Ardern quedó suficiente­mente cerca como para construir una alianza con otros dos partidos.

Hoy tiene 37 años y es primera ministra. Tiene pareja pero sigue soltera y se muestra implacable con los que le preguntan por qué no se casa y tiene hijos. Además de ser jefa de gobierno, se ha guardado tres ministerio­s: seguridad nacional, cultural y uno creado ex profeso para proteger a los niños más vulnerable­s. No puedo pensar en una mejor declaració­n de principios.

A McCain y Ardern les separa casi una vida y es poco probable que lleguen a conocerse. Les une, sin embargo, una ejemplarid­ad pública difícil de conseguir. McCain la ha mantenido durante décadas y es pronto para ver qué hará Ardern, pero su arranque es esperanzad­or. Ambos nos enseñan que no hay democracia sin personas educadas en la ciudadanía, en la idea de servir a algo más que a nosotros mismos. Muchos de ustedes pueden pensar que este ideal superior está en un territorio y unos valores ancestrale­s. Yo prefiero pensar que están en un ministerio para los niños que sufren.

El senador John McCain y la primera ministra neozelande­sa Jacinda Ardern muestran el camino

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MARK BAKER / AP Jacinda Ardern, nueva premier de Nueza Zelanda, también dirige un ministerio a favor de los niños vulnerable­s
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