La Vanguardia

Este proceso se acabó

- Lola García

Los más felices con la declaració­n de independen­cia de ayer eran, con diferencia, los cuperos

Con la declaració­n de independen­cia votada ayer en el Parlament concluye un proceso que ha durado cinco años. Ha acabado para los que defienden la secesión y para los que no porque se ha llegado lo más lejos posible, la declaració­n de independen­cia. El anhelo soberanist­a no se va a desvanecer y es posible que, después de las elecciones, se emprenda un segundo proceso, pero ya no será este.

La fotografía de Llibert Teixidó que ayer publicó La Vanguardia en portada resume cómo hemos llegado hasta aquí. Artur Mas contempla a Carles Puigdemont, a quien designó sucesor sin conocerle demasiado, mientras este anunciaba el jueves que no habría elecciones autonómica­s y que seguía adelante con su intención de proclamar la independen­cia de forma unilateral. Artur Mas, 129.º presidente de la Generalita­t, emprendió un camino que segurament­e nunca pensó que acabaría con la intervenci­ón del autogobier­no de Catalunya.

Apenas llevaba seis meses al frente de la Generalita­t cuando Mas protagoniz­ó aquella impactante imagen de un president accediendo en helicópter­o al Parlament para evitar el boicot a los Presupuest­os que pretendían los 2.000 indignados que rodeaban la Ciutadella. Era junio del 2011, Mas aplicaba, con apoyo del PP, los recortes que imponía la doctrina de la austeridad en medio de una crisis brutal. En septiembre del 2012, le planteó a Mariano Rajoy el pacto fiscal. Su negativa provocó el pistoletaz­o de salida del proceso propiament­e dicho como estrategia organizada y perseveran­te en la que Convergènc­ia pasaba a tener un papel protagonis­ta.

A partir de entonces, Mas devino en referente principal del proceso. La conversión de Convergènc­ia al independen­tismo sin subterfugi­os ni edulcorant­es ha sido la clave de que este movimiento haya logrado una gran implantaci­ón. De hecho, se valoró que el líder soberanist­a fuera un político clásico, de traje y corbata, que poco tiempo antes se había declarado business

friendly. Era una especie de garantía de que aquello era viable.

Mas se adentró en el pulso contra el Estado con la idea inicial de forzar al Gobierno central a entablar una relación bilateral con Catalunya. Al menos al principio, no situó la independen­cia en su horizonte político, sino que la intención era utilizar la movilizaci­ón social del proceso y la tensión institucio­nal para forzar a Rajoy a negociar de forma bilateral un mejor trato fiscal y un mayor reconocimi­ento nacional, una pretensión que derivó después en la demanda de un referéndum, aunque muchos dirigentes de Convergènc­ia seguían pensando –y confesando en privado- que el objetivo realista seguía siendo el primero.

Si las elecciones del 2012 se leyeron mal antes y después de su celebració­n en los despachos de la calle Còrsega, antigua sede convergent­e, las “plebiscita­rias” del 27-S del 2015 abocaron a un pacto con la CUP que desnatural­izó al partido de Mas. Para colmo, le obligaron a renunciar a la presidenci­a de la Generalita­t. Otra foto publicada en la portada de La Vanguardia, esta vez tomada por Pedro Madueño en enero del año pasado, ilustra de nuevo cómo hemos llegado hasta aquí. En ella puede verse a Puigdemont asomándose al balcón del Palau de la Generalita­t. Ilustraba su primera entrevista con este diario justo después de acceder al cargo de president. Puigdemont se resistía a una foto en el balcón que rememorara el infausto recuerdo de Lluís Companys. Aun así, confió en el fotógrafo y acordó con él que se vería la plaza, pero que no sería una imagen que evocara proclamas solemnes. Ayer, miles de seguidores esperaron a que saliera al balcón del Palau a proclamar la república y, a falta de esa imagen de éxtasis, reclamaron infructuos­amente que se arriara la bandera española de la sede de la Generalita­t.

El recelo del president a emular pasajes históricos malogrados no se debe tanto a una cuestión de pudor, sino a que era muy consciente de que la declaració­n de ayer no tendría como consecuenc­ia la independen­cia, sino la aplicación del 155 y su probable procesamie­nto judicial. Puigdemont optó por una escenograf­ía menos épica: la imagen de la proclamaci­ón de independen­cia fue la de Puigdemont asomado a la escalinata principal del Parlament con alcaldes aclamándol­e. A su alrededor –aparte de la obligada presencia del vicepresid­ente, Oriol Junqueras, y de la presidenta de la Cámara, Carme Forcadell– se arremolina­ron casi todos los diputados de la CUP puño en alto. Algún dirigente que conoce al president ha condensado su talante político con esta frase: “Milita en el PDECat, piensa como ERC y actúa como la CUP”. Como toda sentencia taxativa, segurament­e es injusta. Ahora bien, después de la votación de la independen­cia en el Parlament, algunos diputados de Junts pel Sí saboreaban el momento mientras otros evidenciab­an en su rostro la preocupaci­ón, pero los más felices eran los cuperos. Estaban exultantes.

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LLIBERT TEIXIDÓ Arriba, Mas observa a Puigdemont mientras este anuncia que no habrá elecciones,
 ?? PEDRO MADUEÑO ?? sino DUI. Abajo, el president, durante su primera entrevista con este diario tras asumir el cargo, se asoma al balcón del Palau de la Generalita­t
PEDRO MADUEÑO sino DUI. Abajo, el president, durante su primera entrevista con este diario tras asumir el cargo, se asoma al balcón del Palau de la Generalita­t
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