La Vanguardia

Final de la primera temporada

- Francesc-Marc Álvaro

¿La declaració­n de independen­cia de Catalunya que se hizo ayer en el Parlament es el final de una película o el final de la primera temporada de la serie denominada El Procés? Optaría por la segunda posibilida­d, aunque eso contraste con la euforia de unos, el estupor de otros y la desazón de muchos. Tampoco es un asunto menor que esta declaració­n sólo se acabara concretand­o cuando la aplicación del artículo 155 por parte del Gobierno se veía irreversib­le, lo cual convierte la independen­cia –guste o no– más en una hipotética coraza táctica que en un proyecto a punto de funcionar, sobre todo si tenemos en cuenta que nadie considera factible que el nuevo estado pueda ejercer como tal, controlar el territorio y tener el monopolio de la fuerza.

Es improbable que esta república pase del papel a la realidad. Y no sólo por la imposición de las medidas que implica el 155. Eso se tendrá que explicar a mucha gente que, de buena fe, cree que la declaració­n, por sí sola, elimina todas las debilidade­s internas y suple los deberes pendientes. Mientras los grandes errores de Rajoy y del PP han sido llevar el Estatut del 2006 al TC, desoír los agravios de Catalunya y negar el carácter político del conflicto catalán, los grandes errores de los dirigentes independen­tistas han sido la prisa, predicar que la empresa era fácil y despreciar la falta de una mayoría social más amplia favorable a la secesión. Lo he escrito siempre y no diré ahora lo contrario: los resultados del 27-S del 2015 representa­ron una gran victoria independen­tista, pero no permitían aplicar la hoja de ruta exprés de Junts pel Sí. Mas y Junqueras deberían haber corregido plazos y estrategia­s.

Los ataques delirantes del independen­tismo hiperventi­lado contra Puigdemont durante las horas en que todavía parecía posible convocar unas elecciones si Madrid retiraba el 155 me han entristeci­do y me han recordado que el soberanism­o en general está, desde el primer día, infectado de antipolíti­ca y de profundas rivalidade­s partidista­s. Al lado del civismo de cada Diada y de la ilusión constructi­va por un proyecto nuevo

El escenario en que estamos, diseñado por los estrategas de Palau, se basa en que haya mucha gente en las calles

de país, la tentación de la pureza o el enaltecimi­ento de una supuesta coherencia absoluta han hecho un mal favor a una causa legítima. Y han otorgado a la CUP un protagonis­mo exagerado en detrimento de otros sectores, más partidario­s del gris y de la centralida­d.

La pregunta que me hace un periodista extranjero es obligada: si el Govern Puigdemont no puede defender el nuevo estado, ¿quién se supone que lo hará? La gente. Es la respuesta habitual. El escenario en el que estamos desde ayer –diseñado por los estrategas que han asesorado a Puigdemont y Junqueras– se basa en que haya mucha gente en las calles y plazas. Sería un eventual 15-M soberanist­a, lo que otros denominan el Maidán catalán, en referencia a las protestas europeísta­s en Ucrania. Lástima que los estrategas de Palau no pensaran más.

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