La Vanguardia

Carta a ‘los Jordis’

- Pilar Rahola

Queridos Jordis, compañeros de un largo camino de lucha y fatiga, pero también de esperanza, ¡cómo os añoro! Sé que no os habéis quebrado, ni lo haréis, porque estáis hechos de una argamasa sólida de argumentos y conviccion­es, y sabéis que no será fácil. Sois gente tozudament­e alzada en la paz, defensora de la palabra, convencida de abrir todas las vías para encontrar una salida civilizada. El diálogo siempre fue vuestro talismán, como lo ha sido la defensa de la gente y las institucio­nes que nos amparen.

En estos días de fuego, con el corazón dividido entre la ilusión por un ideal y la tristeza por tener que conquistar­lo por caminos tortuosos, mientras la represión cae sobre nuestro pequeño país, hablar con vosotros respira algo de calma. Ni la distancia física evita que os sintamos tan próximos. Al contrario, aquí estáis, en el corazón de millones de personas, sentados en la mesa de casa, presentes en las oraciones de los creyentes y en los anhelos de los que rezan sin Dios.

La vieja Sepharad nunca leyó a Espriu, ni entendió el ‘Escolta Espanya’ del poeta Maragall

Sois piel de nuestra piel y la injusticia de vuestro encarcelam­iento nos desgarra.

No era este el camino labrado, porque en esta tierra, que tantas maldades ha sufrido, las cosas se quieren hacer bien, con el legado de urbanidad que hemos heredado de los que nos han precedido. Se podía haber hecho de una manera tan civilizada, democrátic­a, normal..., tratándono­s como una nación madura, encontrand­o las vías de acuerdo, respetando nuestro derecho a ser escuchados y después de todo, de tú a tú, decirnos que nos amaban. Tal vez nos habríamos abrazado o nos habríamos despedido con respeto. Pero la vieja Sepharad nunca ha leído a Espriu, ni entendió el Escolta Espanya del poeta Maragall, y aquí estamos felices y al mismo tiempo tristes, porque soñábamos días gloriosos, pero sabemos que vendrán días muy oscuros.

Pienso en vosotros y en vuestras familias, las parejas, los hijos, los padres..., y también en tantos catalanes que, en otros momentos de nuestra difícil historia, han estado como vosotros, detrás de las rejas de la incomprens­ión y la intoleranc­ia. ¡Y cuántos más serán presos si los malos augurios de los taumaturgo­s se cumplen! Deberemos fortalecer las conviccion­es, buscar diccionari­os con los que hablarnos, resistir el envite y, al tiempo, trabajar en la salida. Somos gente de paz y somos gente de palabra, y es con la paz que tendremos que volver a encontrar la palabra. Pero no será fácil, y mucho menos con vosotros lejos de casa, sufriendo la ferocidad de aquellos que creen que la razón de la fuerza tiene que dominar a la fuerza de la razón.

“¡Escucha, Sepharad, que los hombres no pueden ser, si no son libres”, pedía el poeta. Sin embargo, ¡ay, amigos!, Sepharad nunca escucha. Escribo estas palabras apremiadas, justo después de la proclamaci­ón de la República. He pensado en mi padre y en vosotros, y he llorado. Tal vez de emoción, tal vez de rabia.

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