La Vanguardia

De la soledad

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

En una entrevista que este diario hizo a Paul Auster, él explicó que un día entró en una cafetería y vio a una familia en sus tres generacion­es, abuelo, padre y nieto sentados a una mesa y que no se hablaban entre sí, cada cual miraba su móvil y eso le deprimió considerab­lemente.

Pensé en esta anécdota un día que fui al médico, al centro de asistencia primaria, y en la sala de espera de varias consultas había unas diez personas, todas mirando su móvil.

Era una imagen de soledad y también de huida hacia una especie de cordón umbilical tecnológic­o que, de alguna manera, los conectase con alguien o alguna cosa; nadie hablaba por teléfono porque allí no se permite y, sin embargo, estaban inmersos en las pequeñas pantallas de sus móviles. Sé que una sala de espera del médico no es lugar para conversaci­ones, pero aquel ensimismam­iento con los móviles producía impresión, como si quisieran estar en otro lugar o con alguien aunque fuese por WhatsApp.

En los lugares en que hay que esperar, yo descanso y espero sin hacer nada más, tan sólo esperar sin prisas. Pero esas nuevas tecnología­s –tan útiles por otro lado– han creado una clase de adicción a estar conectado todo el tiempo posible, incluso caminando por la calle. Tengo entendido que en alguna ciudad de Italia, la Administra­ción ha puesto semáforos en el suelo para la gente que, inmersa en sus móviles, ni tan sólo levanta la cabeza para mirarlos.

La soledad y la sensación de desamparo de la condición humana deben de ser el motivo más poderoso para esta dinámica de conexión inmediata mediante las nuevas tecnología­s.

Y aunque eso funcione de manera puntual, el peligro de este recurso fácil es el de perder la conversaci­ón real y próxima entre las personas, tal como si se creara otra realidad paralela y virtual, y ello asusta porque facilita las conexiones sin tener que poner nada corporal, sin aportar ningún gesto, ni mirada, ni proximidad. Es decir, un mundo ficticio para escapar del mundo real. Y con más soledad añadida.

Una cosa es usar las nuevas tecnología­s para facilitar la vida de cada día y otra bien distinta es priorizar la conexión tecnológic­a por encima de la persona.

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