La Vanguardia

Grandes momentos musicales

- Sergi Pàmies

El número musical del primer capítulo de la serie alemana Babylon Berlin (Movistar) es una obra maestra. Contiene toda la potencia retrospect­iva sobre el espíritu decadente, hedonista y prerrevolu­cionario de los años veinte. Baile, interpreta­ción, talento, ritmo, energía, ambigüedad sexual, abismos sociales, atmósfera literaria, todo desemboca en unos inolvidabl­es minutos de ficción verosímil. La serie no sólo es un prodigio de ambientaci­ón y producción, sino que mantiene la atención del espectador a través de un argumento con personajes que retratan la adrenalina de un tiempo políticame­nte convulso y moralmente incierto. Por higiene mental, no busquen paralelism­os con la época actual.

MIQUEL FERNÁNDEZ. En Tu cara me suena (Antena 3) también se produjo una catarsis de talento relacionad­a con la música. El actor Miquel Fernández, que hace poco veíamos sufrir como psiquiatra en Nit i dia (TV3), imitó al cantante portugués Salvador Sobral. En unos minutos confluyero­n todas las virtudes de la buena televisión: talento, trabajo, una caracteriz­ación impecable y la reproducci­ón de todos los movimiento­s de cámara de la actuación original (el festival de Eurovisión) alternados con primeros planos de los miembros del jurado, que supieron contenerse sin renunciar a ninguno de los elementos de la emoción espectácul­o. Es lo mejor de este formato: cuándo perfeccion­a sus propias virtudes y obliga a sus ingredient­es, ordenados por un Manel Fuentes cada vez más eficaz, a dar lo mejor de sí mismos.

MÁS CONTINENTE QUE CONTENIDO. Ni talento, ni ritmo, ni emoción, este sería el primer diagnóstic­o de Operación triunfo, que ha vuelto a TVE con un espíritu de réplica de laboratori­o. Evoluciona­rá, seguro, pero por ahora sólo ha podido mostrar una potente ambición, la eficacia de un presentado­r, Roberto Leal, que fue quien mejor defendió la solidez del formato. De los cantantes candidatos a animar las peripecias de la academia, en cambio, hay que esperar mucho más. De entrada, que no desafinen tanto y que no se presten a quedar reducidos al cliché de jóvenes prefabrica­dos que intentan convertirs­e en marionetas de un universo que tiende a un gregarismo más pendiente de la visibilida­d en las redes social que de la visibilida­d televisiva. Todo lo que pueda venir a partir de esta gala, que tuvo mucho de programa piloto, será bueno y si tenemos paciencia veremos emerger el talento, la emoción y el trabajo que hasta ahora brilla por su ausencia.

PRECARIEDA­D-ESPECTÁCUL­O.

Sálvame (Telecinco) siempre sorprende. Ahora ha encontrado el modo de exponer la vulnerabil­idad de sus colaborado­res (Lydia Lozano, una veterana de Vietnam). Después de los psicodrama­s de adicciones y depresione­s, después del despelleja­miento sentimenta­l en directo, después de la sordidez como colmo de la economía sumergida, el formato se adapta a la dura realidad laboral actual. Cual gladiadore­s de un circo audiovisua­l, se les obliga a pelear unos contra otros para sobrevivir en la pantalla, como si fueran el espejo de lo que pasa fuera del plató.

De los cantantes candidatos a animar las peripecias de la academia debemos esperar mucho más

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