Grandes momentos musicales
El número musical del primer capítulo de la serie alemana Babylon Berlin (Movistar) es una obra maestra. Contiene toda la potencia retrospectiva sobre el espíritu decadente, hedonista y prerrevolucionario de los años veinte. Baile, interpretación, talento, ritmo, energía, ambigüedad sexual, abismos sociales, atmósfera literaria, todo desemboca en unos inolvidables minutos de ficción verosímil. La serie no sólo es un prodigio de ambientación y producción, sino que mantiene la atención del espectador a través de un argumento con personajes que retratan la adrenalina de un tiempo políticamente convulso y moralmente incierto. Por higiene mental, no busquen paralelismos con la época actual.
MIQUEL FERNÁNDEZ. En Tu cara me suena (Antena 3) también se produjo una catarsis de talento relacionada con la música. El actor Miquel Fernández, que hace poco veíamos sufrir como psiquiatra en Nit i dia (TV3), imitó al cantante portugués Salvador Sobral. En unos minutos confluyeron todas las virtudes de la buena televisión: talento, trabajo, una caracterización impecable y la reproducción de todos los movimientos de cámara de la actuación original (el festival de Eurovisión) alternados con primeros planos de los miembros del jurado, que supieron contenerse sin renunciar a ninguno de los elementos de la emoción espectáculo. Es lo mejor de este formato: cuándo perfecciona sus propias virtudes y obliga a sus ingredientes, ordenados por un Manel Fuentes cada vez más eficaz, a dar lo mejor de sí mismos.
MÁS CONTINENTE QUE CONTENIDO. Ni talento, ni ritmo, ni emoción, este sería el primer diagnóstico de Operación triunfo, que ha vuelto a TVE con un espíritu de réplica de laboratorio. Evolucionará, seguro, pero por ahora sólo ha podido mostrar una potente ambición, la eficacia de un presentador, Roberto Leal, que fue quien mejor defendió la solidez del formato. De los cantantes candidatos a animar las peripecias de la academia, en cambio, hay que esperar mucho más. De entrada, que no desafinen tanto y que no se presten a quedar reducidos al cliché de jóvenes prefabricados que intentan convertirse en marionetas de un universo que tiende a un gregarismo más pendiente de la visibilidad en las redes social que de la visibilidad televisiva. Todo lo que pueda venir a partir de esta gala, que tuvo mucho de programa piloto, será bueno y si tenemos paciencia veremos emerger el talento, la emoción y el trabajo que hasta ahora brilla por su ausencia.
PRECARIEDAD-ESPECTÁCULO.
Sálvame (Telecinco) siempre sorprende. Ahora ha encontrado el modo de exponer la vulnerabilidad de sus colaboradores (Lydia Lozano, una veterana de Vietnam). Después de los psicodramas de adicciones y depresiones, después del despellejamiento sentimental en directo, después de la sordidez como colmo de la economía sumergida, el formato se adapta a la dura realidad laboral actual. Cual gladiadores de un circo audiovisual, se les obliga a pelear unos contra otros para sobrevivir en la pantalla, como si fueran el espejo de lo que pasa fuera del plató.
De los cantantes candidatos a animar las peripecias de la academia debemos esperar mucho más