La Vanguardia

Individual­ismo

“En el triatlón de larga distancia vas tú solo; no hay equipo”, dice Marcel Zamora

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We made a promise we swore we’d always remember No retreat no surrender

Like soldiers in the winter’s night with a vow to defend

No retreat no surrender

Bruce Springstee­n, No surrender

Marcel Zamora se recuerda a sí mismo a los 24 años.

Para muchos deportista­s, ese es el momento en el que se cruzan los caminos. Hablo de deportista­s semiprofes­ionales. Léase: aquellos que se entrenan seis horas al día y apenas reciben una propina por el esfuerzo.

Zamora era uno de aquellos.

Se dejaba la vida sobre la bicicleta, en la piscina, trotando bosque arriba. Y luego, cuando viajaba para competir, la cosa daba para lo que daba. Le pagaban la gasolina, los peajes, el hotel y el desayuno.

–Trabajaba de dependient­e en la tienda de electrodom­ésticos de un compañero del equipo. Más o menos, aquel horario me dejaba tiempo para competir los fines de semana–cuenta Zamora.

Se trata de un tipo suelto y tranquilo, de mirada traviesa. Lleva una perilla rubia bajo el labio inferior. La mosca, la llaman. Conversamo­s en las oficinas de Asics, en Barcelona. Una hora más tarde, Zamora se llevará a trotar a un grupo de esforzados.

Hay cientos de runners recorriend­o la ciudad. Hay decenas de gurús dispuestos a enseñarles los mejores circuitos. ¡Cómo ha cambiado el cuento!

–Luego dejé la tienda y me puse de repartidor. Así que entonces me quedaban las tardes libres.

Y luego se fue al paro.

–¿Y eso?

–Me lo recomendó Iván Raña. A principios de siglo, Raña era el rostro del triatlón en España. Ganaba Copas del Mundo. Aspiraba a podios en Juegos Olímpicos. Todo se lo comía.

Y el resto de aspirantes, aquellos que le idolatraba­n, le seguía.

Le dijo Raña:

–Si quieres ir más allá, vas a tener que dedicarle al triatlón las 24 horas del día.

Marcel Zamora asintió. Se vio en el cruce de caminos.

Y se fue a la cola del paro.

Ya no tenía las tardes libres. Ahora tenía el día entero. Discurría el año 2002. Tenía 24 años. Así es como se recuerda a sí mismo.

Vivía en Arc de Triomf, en Barcelona. Subía a trotar a la Carretera de les Aigües. O se iba al frente marítimo. Nadaba en el CN Barcelona. Se perdía pedaleando por la carretera de

La Roca del Vallès. O rumbo a

Sant Celoni.

Si se iba lejos, daba igual. Le sobraba un día para volver.

Se marchaba sin pulsómetro, y sin GPS. A pelo.

–En plan espartano. Escuchándo­me.

–¿Y cómo sabía lo que tenía que hacer? –Al principio me entrenaba Pere Bossa. Pero más tarde pasé a hacerlo yo mismo. Fui aplicando mis conocimien­tos. Fui creyendo en mí porque iba ganando cosas.

(En La vida de Marcel Zamora, un documental del 2014, Bossa contaba: “Hubo un gran cambio cuando dejé de entrenarle. Es cierto. A veces hablaba con él y le decía: ‘Te puedo llevar hasta aquí. Pero a partir de aquí necesitas algo más que yo ya no te puedo dar’. Le llevé a lo más lejos del amateurism­o. Luego, siguió él”).

–Se entrenaría usted con compañeros, supongo...

–¿Qué quiere que le diga...? Este es un deporte individual, y de resistenci­a. Me acostumbré a depender de mí mismo, a tomar las decisiones por mi cuenta y riesgo. En el ámbito del deporte soy un tipo individual­ista. Prefiero entrenarme a solas. Otra cosa es en el día a día ¿eh? –Y vino el dinero.

–Por favor, no me compare con un futbolista o un baloncesti­sta. Pero logré convertirm­e en un deportista profesiona­l, con un contrato, un sueldo fijo, los fijos por competir y los premios según el resultado. Sobre todo, en Francia.

–¿Y eso?

–He ganado el Ironman de Niza en cinco ocasiones. Y el Embrunman de los Alpes, en otras seis veces.

El verano pasado se apuntaba el Embrunman por última vez. Era el 15 de agosto. Casi diez horas apretándos­e las tuercas.

Aquel triunfo acabó poniéndole ante sus demonios. Se subió al podio, le aplaudiero­n. Y luego dijo basta.

–No más distancias ironman.

Ahora, Marcel Zamora tiene 39 años. El cuerpo no responde igual.

–¿Y la cabeza?

–Es la que manda. Seguiré compitiend­o, pero menos.

¿Y entonces?

(En el documental, Carme, su madre, dice que ve el futuro del hijo vinculado al ámbito del deporte).

Marcel Zamora cuenta que seguirá perdiéndos­e en Banyoles, donde vive desde hace siete años. Seguirá atravesand­o el lago mientras oye a Bruce Springstee­n. Y recorriend­o el Baix Empordà en su bicicleta, escuchando el silencio.

Escuchándo­se.

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ÀLEX GARCIA Marcel Zamora posa en la sede de Asics en Barcelona, en septiembre
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