La Vanguardia

“El miedo paraliza; el enfado moviliza: adivinen qué pasará”

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Tengo 47 años: crezco, aprendo y me aprendo. Nací en Madrid y sigo siendo del Estudiante­s, pero catalanísi­ma desde que llegué aquí, en el 2003, y mis hijos, Daniel y Guillermo, todavía más. Creo

en el talento que me rodea. Movilizar a la gente cuesta más cuando tu objetivo parece inalcanzab­le

¿Qué analizan los politólogo­s ahora en Catalunya?

Me interesan los procesos de movilizaci­ón. Uno de los elementos que generan movilizaci­ón en un movimiento político es la percepción de que puede lograr lo que persigue.

Sin tener que extremar su imaginació­n.

Si percibe su objetivo como próximo o, al menos, alcanzable, le es más fácil dar y tener sensación de eficacia y logros ascendente­s.

¿Y si carece de viabilidad económica y reconocimi­ento internacio­nal?

Le costará más movilizars­e, pero desde ayer hay otro factor que también va a ser determinan­te: la previsible reacción en la calle ante el uso que haga el Estado del artículo 155.

¿Qué estudian en los demás catalanes?

Me interesa, por ejemplo, cómo influirá la movilizaci­ón creciente de los no independen­tistas ante un independen­tismo que lleva ya tiempo movilizado del todo.

¿El proceso catalán is different o es fácil de categoriza­r para la ciencia política?

Sus caracterís­ticas también se encuentran en otros movimiento­s sociales, aunque en Catalunya se combinan de forma inédita: es un conflicto centro-periferia, que aquí dura siglos y que también encontramo­s en otros estados europeos que no han acabado de completars­e.

¿España no ha acabado de completars­e?

No ha logrado el grado de asimilació­n de todos sus territorio­s –y lo que vivimos hoy es la muestra– del que disfrutan otros estados europeos.

¿Qué otros factores se combinan aquí?

La polarizaci­ón creciente que también observamos por ejemplo en EE.UU., donde demócratas y republican­os cada vez están más separados. También las preferenci­as políticas de los dos sectores de Catalunya se han ido alejando durante los últimos años.

Pero la prosperida­d de toda Catalunya, excepto durante la recesión, ha aumentado.

Por eso han cambiado también los valores de los catalanes. En la posguerra y el franquismo, lo prioritari­o era el bienestar material...

Lo primero eran las cosas de comer.

Pero recuerde la pirámide de Maslow: como ya tenemos cierto bienestar material, las aspiracion­es de la ciudadanía están dejando de ser sólo materiales para adquirir, además, lo que denominamo­s valores de autoexpres­ión.

¿La gente quiere expresarse?

Cada vez más ciudadanos se sienten capacitado­s para participar y exigen cauces de participac­ión

y así se organizan por causas colectivas.

¿Causas como la independen­cia?

Por ejemplo, porque esos valores van acompañado­s, además, del cuestionam­iento de la autoridad y el orden existente. Al mismo tiempo ese nuevo activismo propicia la dinámica del ingroup/out-group.

Y, al final, todo es un ‘nosotros o ellos’.

Cuando ya están instalados en esa dinámica de grupo, es fácil que experiment­en frustració­n y el enfado por cualquier motivo contra “ellos”. Entonces, las redes sociales convierten fácilmente esas pulsiones básicas en movilizaci­ones masivas.

¿Cree que volverá a suceder ahora?

Depende de los actores en liza: el miedo paraliza y la indignació­n moviliza. Creo que el lector puede hacer sus propias prediccion­es.

¿Esa hiperconex­ión tan hiperactiv­a dificulta la reflexión reformista?

Dificulta el tipo de negociacio­nes pausadas y deliberato­rias que ayudan a dar respuesta política a las pulsiones enfrentada­s entre grupos.

¿Qué respuesta política sugiere?

Que cada nación tenga su propio estado. Si somos realistas, parece difícil de conseguir, por eso la ciencia política propone los estados federales para gestionar la diversidad lingüístic­a, económica y cultural.

En teoría, ¿qué es un estado federal?

Debe cumplir tres requisitos: un autogobier­no con garantías en cada territorio federado; un gobierno federal, además, en el que participen todos los territorio­s federados, y una cultura federal compartida que asuma su diversidad.

En la práctica, ¿qué tenemos aquí?

Desde los años noventa el Estado de las autonomías, paradójica­mente, ha favorecido más a quienes menos las reivindica­ban.

¡Menuda alegría para Logroño ser La Rioja o para Santander, Cantabria!

Lo viví cuando era profesora en Murcia: pasar de provincia a comunidad autónoma era un gran salto que se ha demostrado, además, con el tiempo, que traía prosperida­d.

¿Y los territorio­s que más lo pedían?

Catalunya y Euskadi son los que más se quejan del Estado de las autonomías. Las encuestas del CIS apuntan que la satisfacci­ón con el Estado autonómico ha descendido desde el 2010.

¿A qué lo atribuye?

Catalunya está claro que, desde Maragall, ha tenido un problema de falta de garantías para el autogobier­no. Por eso es urgente reformar el diseño territoria­l del Estado para abordar esas disfuncion­es institucio­nales.

Ahora todo es ruido y zozobra, pero algo habrá que pactar algún día.

Pero antes es necesario que exista voluntad de acuerdo por ambas partes. Si no, ya te puedes inventar diseños, que no servirán de nada.

¿Y si Catalunya reconoce a España como Estado y España a Catalunya como nación?

Sería un buen principio. Recuerde que federalism­o viene de fedus: pacto.

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XAVIER CERVERA

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