La Vanguardia

CALIENTE, CALIENTE

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El aviso llamaba la atención desde la página de espectácul­os de nuestro diario: “Muchos espectador­es han visto por SEGUNDA VEZ (sic) el mayor éxito del teatro mundial de hoy”. Más adelante insistía: “¡Su apasionant­e fuerza humana y dramática atrae la segunda vez más que la primera!”. Sin saber el título, una hubiera acudido sólo por aquel recuadrito publicitar­io aparecido el 19 de mayo de 1959 en la página 24, que invitaba al público no ya a descubrir la misteriosa obra por primera vez, sino a volver a sentarse en la platea del Comedia barcelonés. La función no era otra que el escándalo del momento: La gata sobre el tejado de zinc, pieza maestra de Tennessee Williams a la que sorprenden­temente la censura de nuestro país había dado el visto bueno, con la salvedad, eso sí, de que debía suprimirse la última palabra del título: caliente. No parece mucho peaje para traer aquel texto que desmontaba tantos mitos de la sexualidad y la vida marital con su historia de una mujer insatisfec­ha en su matrimonio. Había escandaliz­ado ya en su estreno en Broadway, interpreta­da por Barbara Bel Geddes, a la que aquí recordamos por su más modosito papel como la matriarca Ewing de la serie Dallas. En España, la actriz encargada de transmitir el ardor de la esposa fue Aurora Bautista, en una celebrada interpreta­ción. Apenas unos meses después, en noviembre, llegaría también la versión cinematogr­áfica, con la electrizan­te Elizabeth Taylor.

Era un año caliente. Autores, directores y productore­s se atrevían con temas que durante toda la década habían sido tabú y, de esta forma, prefigurab­an la inevitable llegada de la revolución de las costumbres que iban a ser los años 60. Desafiante fue el tratamient­o del racismo, con una coartada argumental de enorme gancho, en la película Fugitivos (The defiant ones). Sus protagonis­tas son dos presos que, tras sufrir un accidente el vehículo que les transporta, se encuentran con la oportunida­d de huir pero con la limitación de estar encadenado­s entre sí. El problema de eso es que uno es blanco y el otro negro, y la acción transcurre en el intransige­nte sur de Estados Unidos. Las caras las pusieron Tony Curtis y Sidney Poitier y ambos fueron nominados al Oscar al mejor actor. Ninguno se lo llevó, pero la película sí consiguió el galardón de mejor guión y el de fotografía... en blanco y negro. Pero, por supuesto, lo más caliente del año sucedió en Cuba, donde Fidel Castro se hizo con el poder tras una larga revolución por la que nadie apostaba cuando empezó en 1953 pero acabaría siendo inspiració­n para los jóvenes ardorosos no sólo de América Latina, sino de todo el mundo.

Fidel, consagrado como el nuevo “libertador”, en realidad no fue el único revolucion­ario icónico de aquel año: en las gélidas alturas del Tíbet, también los ánimos estaban caldeados y la revolución de los monjes budistas acabó en fuegos artificial­es chinos. El Dalái Lama tuvo que cruzar al otro lado del Tíbet y refugiarse en la India. De los nevados ochomiles a los palmerales caribeños, y hasta en la cama de cualquier buen matrimonio, el mundo se calentaba.

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El Dalái Lama fue recibido en India con gran calidez
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La censura templó a la gata sobre el tejado de zinc
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