La Vanguardia

Las cloacas de la era Kennedy

Los nuevos documentos muestran las tramas para cambiar la historia

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Lee Harvey Oswald se llevó a la tumba el secreto del magnicidio del presidente John F. Kennedy.

¿Y si el pistolero, el autor del asesinato, no hubiese muerto a balazos escasas 48 horas después, estando esposado y en los cuarteles de la policía de Dallas?

No es una pregunta retórica. Hace casi cuatro años, cuando el 22 de noviembre del 2013, en la ciudad de Texas, se conmemoró el 50.º aniversari­o del tiroteo que acabó con la vida de Kennedy, periodista­s que cubrieron ese acontecimi­ento se reunieron para rememorar esas jornadas inolvidabl­es.

Uno de los que despertaro­n más entusiasmo fue Mike Cochran, reportero que en aquella época trabajaba para Associated Press (AP) y al que le tocó asistir al entierro de Oswald. Como ese 25 de noviembre de 1963 no había dolientes en el cementerio de Rose Hill, en Fort Worth, los policías pidieron a los informador­es que arrimaran el hombro para cargar el féretro. Cochran recordó que, de entrada, dijo no: “Ni en el infierno”. Al ver que su competidor directo, Preston McGraw, de la United Press Internatio­nal (UPI), aceptaba, “comprendí que ese era el artículo”, confesó.

Tuvieron que esperar un buen rato. Empezó a correr el rumor de que Oswald no era el de la caja. “Los oficiales tuvieron que confirmar que sí era él”, evocó.

Ahí no había retórica, sino la certificac­ión de que la gran teoría conspirati­va de Estados Unidos ya estaba en marcha.

A los 54 años del suceso de Dealey Plaza, Donald Trump, el presidente estadounid­ense más conspirati­vo, se ha encontrado con un regalo, y una distracció­n para los constantes avatares de su errático mandato, al caducar el secreto impuesto en miles de páginas de esta tragedia. Si entonces se entrometía­n los soviéticos como enemigos, hoy se sospecha que lo hacen sus herederos, los rusos, aunque como presuntos colaborado­res del actual inquilino de la Casa Blanca.

Los documentos desvelados esta semana vinculados a la desaparici­ón de Kennedy, sin aportar un cambio narrativo, supone un regreso al corazón de la guerra fría. Una vuelta a ese mundo dividido en dos bandos, de espías contra espías, intrigas, asesinatos y complots clandestin­os que trasciende a los relatos novelescos y descri-

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ESTATE OF STANLEY TRETICK / GETTY John F. Kennedy, en el despacho oval de la Casa Blanca, con su hijo John por el suelo, un mes antes de ser asesinado en Dallas

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