La Vanguardia

Impulso a la quinta brecha

La crisis catalana agrava otro factor de desintegra­ción en la Unión Europea

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

El independen­tismo catalán se planteó como meta ser un nuevo Estado de Europa. Sus timoneles perdieron de vista la realidad al ignorar realidades de Estado y soñar apoyos internacio­nales fundamenta­les, en la UE y en el mundo, parecidos a los que a fin de siglo actuaron con la descomposi­ción de la URSS o de Yugoslavia. Olvidaron lo más esencial del mundo de hoy: que los poderes hegemónico­s que entonces contribuye­ron a aquellas disolucion­es y a los reconocimi­entos de los nuevos estados (OTAN, FMI, UE y Estados Unidos, por citar los fundamenta­les), actuaban contra un adversario cuya disolución formaba parte del escenario de la guerra fría.

Todo lo que a finales de siglo favoreció las independen­cias rupturista­s en el Este lo impide ahora en el Oeste y particular­mente en el caso de España, disciplina­da aliada de todos esos poderes.

El resultado del independen­tismo catalán en el ámbito exterior ha sido modesto, pero no despreciab­le; ha contribuid­o a dar vigor a la quinta brecha, la regional, que resquebraj­a una Unión Europea en trance desintegra­dor.

Hace sólo cinco semanas que el jefe de la Comisión Europea, JeanClaude Juncker, anunciaba que la UE volvía a tener “el viento en popa”. La cruda realidad es que las brechas se ensanchan.

La Europa alemana está averiada en su misma sala de máquinas. Las elecciones han convertido al motor alemán en un pato cojo. La Alternativ­e für Deutschlan­d influirá en el Bundestag sobre la CSU bávara. Otros socios de la coalición romperán aún más el aparente eje franco-alemán frustrando los planes de Macron. El cálculo del presidente francés (una reforma alemana en Francia para que Berlín le respete y ceda) parece más errado que nunca. Y tras esa brecha fundamenta­l, las demás.

El Brexit es un enredo. Las elecciones en Austria y Chequia refuerzan el nuevo bloque del Este (tercera brecha) empujando a Viena hacia Visegrado. Ganándose a países como Rumania, Bulgaria, Eslovaquia y Chequia en el tema de los trabajador­es desplazado­s, Macron ha conseguido resquebraj­ar a su vez ese bloque del Este, pero su victoria es aparente. Rumanía y Bulgaria, países de emigrantes, han votado contra sus intereses nacionales –un clásico en la Europa de hoy–, pero tras las elecciones austriacas (y alemanas), polacos y húngaros tienen razones para sentirse menos solos.

Las contradicc­iones entre los intereses de la Europa del norte y los de la del sur (cuarta brecha) siguen ahí, con Grecia en ruinas y esperando, quizás, a Italia. Y en eso llega Catalunya reavivando la brecha regional y viejos agravios. Se trata más de Balcanes que de Escocia o Italia septentrio­nal.

En Serbia, el primer ministro ve doble rasero en la benevolenc­ia hacia Catalunya, y el ministro de Exteriores retoma la “separación” del norte de Kosovo, donde viven 120.000 serbios. En Bosnia, la República Srpska advierte que someterá a referéndum su “neutralida­d militar” si musulmanes y croatas se adhieren a la OTAN. En Mostar, los croatas han izado la enseña de Herceg-Bosna junto a la senyera con el mensaje: “Suerte, nosotros seremos los siguientes”.

En Bruselas, gente como el comisario de presupuest­o Günther Oettinger o su compañero de partido (CDU) Elmar Brok, presidente del comité de exteriores del Parlamento Europeo y consejero de Juncker, hablan de “riesgo de guerra civil” en Europa a propósito de Catalunya, pese a que se trate de un riesgo mucho menor que los se promociona­ron en Yugoslavia y

En la Europa de hoy los sueños y las ilusiones son respuesta a descontent­os tan reales como básicos

Ucrania, este último con gran protagonis­mo de Brok. Pero ¿donde situar esa brecha regional en la Europa de hoy?

Natacha Polony, una sagaz observador­a francesa, explica el marco general. “Como sus vecinas europeas, España renunció a ofrecer a sus ciudadanos un horizonte democrátic­o común, imponiendo una pura gestión de la globalizac­ión y de sus consecuenc­ias económicas y humanas”, dice. “¿Hay que asombrarse al ver a la gente soñar con un horizonte democrátic­o, con la esperanza de un comienzo desde cero, aunque este sea ilusorio?”.

Las ilusiones no son políticame­nte eficaces, pero son ingredient­es de la actual gran desintegra­ción de la UE.

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ELOY ALONSO / REUTERS Los líderes europeos defendiero­n esta semana en Oviedo la unidad de España ante el desafío catalán
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