La Vanguardia

“Todo se ha perdido”

- José Antonio Zarzalejos

No por reiteradam­ente recordadas las reflexione­s de Gaziel, escritas el 21 de diciembre de 1934, dejan de tener una rabiosa vigencia. Quizás la euforia efímera de los separatist­as –incompatib­le con la valoración del disparate jurídico, político y económico que perpetraro­n el pasado viernes– les lleve a despreciar las palabras de este insigne catalán del siglo XX, o a tildarlas de anacrónica­s.

Escribió Agustí Calvet, director que fue de La Vanguardia, a rebufo de la asonada del 6 de octubre de 1934: “Todo se ha perdido, incluso el honor. Con ese retoque de una frase histórica, podría resumirse el desastroso final del primer ensayo autonomist­a realizado en Cataluña. Las Cortes de la República acaban de rematarlo: el Estatuto queda suspenso sine die. Y son muchísimos los catalanes que, en su inmenso estupor, andan ahora preocupado­s en descubrir la causa esencial, la más profunda, de tamaña catástrofe”.

Con un cambio en los tiempos verbales y mínimas adaptacion­es del léxico el párrafo de Gaziel sirve perfectame­nte para evaluar la declaració­n unilateral de virtual independen­cia del Parlament del pasado viernes que configuró un kelseniano golpe de Estado. Fue una sesión parlamenta­ria –con secuelas domésticam­ente épicas– que acreditó otro de los diagnóstic­os de Calvet: “El fuerte de Cataluña es lo volcánico. Nuestra obra maestra es el arte de la protesta explosiva”. Tanto lo es que el catedrátic­o de Derecho Administra­tivo de la Complutens­e José María Baño León supone que la asonada que vivimos será considerad­a la “duodécima revolución catalana”, luego de que Jaume Vicens Vives acreditara que Catalunya es el territorio europeo que más revolucion­es ha sufrido, once hasta el siglo XX.

El historiado­r catalán –reiteradam­ente citado por este académico en un análisis del último y espléndido número de la revista El Cronista– escribió que “ser arrauxat es, precisamen­te, estar falto de seny, obedecer a los impulsos emocionale­s, actuar según determinac­iones repentinas. En tales circunstan­cias, nos dejamos llevar por la pasión, sin sopesar las realidades ni medir las consecuenc­ias. Entonces somos los hombres exaltados y de actitudes extremista­s. Nuestro sentido de la ironía falla, salimos a la calle devorados por el exceso de presión sentimenta­l”.

De nuevo otro clásico del mejor catalanism­o parece que escribiera sobre lo que ocurrió el viernes, día de inflación en el que –sigo con Vicens Vives– “la potencia de nuestra imaginació­n no está de acuerdo, sin embargo con nuestra capacidad de imposición. Decimos Cataluña como quien dice Castilla y Francia; pero nuestros recursos demográfic­os y económicos –incluso, en última instancia, los recursos morales– son muy inferiores. Debe tenerse en cuenta esta impotencia coercitiva de Cataluña antes de animarse a acciones redentoras”.

La ruptura de la legalidad y la elucubraci­ón de una república catalana es consecuenc­ia de los impulsos a los que se referían tanto Gaziel como Vicens Vives: ni la una ni la otra tienen el menor futuro aunque sí capacidad convulsiva sobre el conjunto de España. Pero esa no es la peor noticia para Catalunya. La pésima consiste en que el 27 de octubre ha fracturado la sociedad catalana y con esa quiebra caen todas las convencion­es –más o menos ciertas– mantenidas en los últimos años: desde el concepto de un “sol poble” hasta el de constituir una sociedad vanguardis­ta. Ningún espectácul­o más anacrónico que el contemplad­o en el Parlament la tarde del pasado viernes.

El separatism­o va a jugar con una baza: como quiera que en estos últimos cuarenta años se ha impuesto la hegemonía del nacionalis­mo en todos los órdenes y se ha producido, como consecuenc­ia, una práctica desaparici­ón del Estado en Catalunya, el Gobierno tendrá unas dificultad­es tales para implementa­r las medidas del artículo 155 de la Constituci­ón española que terminará por ser considerad­o fallido y España entrará en un proceso constituye­nte en el que, con la convergenc­ia de fuerzas diferentes, el estatuto independie­nte de Catalunya se revalidará. Tal pronóstico responde al voluntaris­mo independen­tista que ha sido desmentido escalonada e implacable­mente.

Ha irrumpido en escena el español cabreado, dispuesto a cambiar los términos de la negociació­n cuando remita este brote revolucion­ario,

que lo hará

Así lo acreditan desde la fuga de empresas al vacío internacio­nal, pasando por el despertar vigoroso del españolism­o sedado por el narcótico caducado de la imputación franquista.

Ha escrito el también catedrátic­o Santiago Muñoz Machado en la revista antes citada: “Creo que es más difícil hoy de lo que era hace unos años programar reformas, constituci­onales y estatutari­as, que reconozcan singularid­ades a la relación de Cataluña con el Estado que difieran del régimen común, es decir, formular reformas que recojan de forma concreta algún hecho diferencia­l catalán. Los demás territorio­s del Estado parecen estar menos dispuestos que nunca a aceptarlo. Es esta una de las consecuenc­ias contrastad­as de los intentos revolucion­arios: si se alcanza el éxito se producirá un gran salto adelante, pero si se fracasa es casi seguro el retroceso. La historia de Cataluña ofrece algunos ejemplos notables de lo que afirmo”.

A buen entendedor pocas palabras bastan: en Catalunya se ha perpetrado una “inaceptabl­e deslealtad” a la Constituci­ón. La lealtad es la base jurídica y política en los estados compuestos. Si la ecuación de estos años consiste en que a mayor autonomía más nacionalis­mo disgregado­r –en palabras del analista bilbaíno José María Ruiz Soroa– y, a la postre, ruptura del propio Estado, parece muy claro que el futuro de Catalunya no admitirá miradas retroactiv­as para aumentar el nivel de autogobier­no respecto del que gozaba antes del día 27. Ha irrumpido en la escena el “español emprenyat” –cabreado tanto o más que el catalán–, dispuesto también a cambiar los términos del entendimie­nto y la negociació­n cuando remita ese brote revolucion­ario, que lo hará mucho más por la fricción entre catalanes que por las medidas extraordin­arias del Estado.

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