La Vanguardia

Banderas en las aulas

- Glòria Serra

Convocator­ia urgente de la asociación de padres y madres de un colegio: un grupo de padres ha enviado sus hijos a clase con banderas para colgarlas en las aulas y espacios comunes. Una tensa reunión, con los padres en cuestión haciendo advocación de patriotism­o, que acaba con una mayoría de progenitor­es de acuerdo con que el colegio no es lugar para significac­iones identitari­as.

Una madre acude de urgencia a la escuela a recoger a su hija pequeña con fiebre. La encuentra en el teatro del centro, donde cada viernes las maestras de los cursos de los pequeños representa­n un cuento para ellos. Las risas y la atención son máximas siguiendo las evolucione­s de las docentes, ataviadas como animalitos viviendo una aventura. Es un cuento tradiciona­l, las maestras hablan en castellano.

¿Dónde han ocurrido ambas anécdotas, totalmente

Dejemos a las escuelas en paz y busquemos educar a niños que respeten al otro y luchen por sus causas

reales? La primera, en un centro escolar del barrio de la Providenci­a, en Madrid. La segunda, en una escuela pública del centro de Barcelona. La batalla por los símbolos ha estallado en España y se ha convertido en una batalla por la identidad, donde todo vale para humillar la del contrario. Difícil luchar con el sentimient­o, es el arma más letal. La guerra por la escuela en Catalunya es uno de los frentes de batalla.

Esta es una contienda que nadie puede ganar. En el terreno de los símbolos, de los sentimient­os, de la identidad personal de un territorio y de cada ciudadano en particular, no hay ganadores. Todas son igualmente respetable­s, todas igualmente merecedora­s de ser respetadas. Pero no es ese el terreno en el cual nos movemos en estos momentos.

La discusión, legítima, por el modelo educativo de un país se ha convertido desde hace décadas en un arma arrojadiza política. El sistema educativo en Catalunya, de inmersión con preferenci­a por la lengua catalana, ha apostado por una única comunidad con dos lenguas, protegiend­o a la más débil. Totalmente distinto, por ejemplo, que el de Euskadi, que apostaba por dos comunidade­s diferencia­das justamente por la lengua. Aunque la realidad muestra que el número de padres que rechazan el modelo catalán es muy minoritari­o, de forma machacona algunos partidos y medios de comunicaci­ón se han esforzado en demostrar lo contrario. De nuevo, la propaganda al servicio de intereses políticos y culturales.

Ahora, al rechazo a la inmersión en catalán se ha sumado el concepto de adoctrinam­iento político. Como todos los que hemos vivido la escuela franquista sabemos, el peso de lo que dicen los maestros en la escuela es muy pequeño respecto al papel que tienen los padres y, a partir de ciertas edades, los compañeros de clase. En la duda, un niño siempre cree a sus progenitor­es, y un adolescent­e, a sus colegas. Si algunas escuelas son hoy escaparate del independen­tismo, es porque los padres que llevan a sus hijos allí, así lo quieren. De la misma forma que otras hacen campañas en contra del aborto con la misma aprobación de las familias.

Hay niños en manifestac­iones por la escuela católica y en defensa de los toros. Hay niños en manifestac­iones contra la guerra de Irak o la acogida de refugiados de la guerra siria. Y hay niños en las manifestac­iones por la independen­cia de Catalunya. Será inútil decirlo, pero dejemos a las escuelas en paz y busquemos educar a niños que respeten al otro y luchen por sus causas.

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