¡Sobrevivan!
El jueves –26 de octubre–, me desperté temeroso, por no decir convencido, de que el muy honorable Carles Puigdemont iba a proclamar la república independiente de Catalunya. Al mediodía, las noticias daban por seguro que el muy honorable Puigdemont abandonaba la declaración unilateral de independencia para convocar unas elecciones a fin de evitar la aplicación del famoso artículo 155 de la Constitución española. Al parecer, se había llegado a un acuerdo entre los gobiernos de Madrid y Barcelona gracias a la mediación del señor Íñigo Urkullu, presidente del Gobierno vasco. Me fui a almorzar. Por la tarde, al regresar a casa, la situación había vuelto a cambiar: el muy honorable Puigdemont descartaba la convocatoria de elecciones y pasaba la pelota al Parlament, para que este discutiese la aplicación del artículo 155 y se pronunciase sobre la solemne proclamación, o no, de aquella república independiente que había surgido como resultado del referéndum del 1 de octubre.
¿Qué había ocurrido para que el muy honorable Puigdemont cambiase una vez más de opinión? Hay quien afirma –el muy honorable entre otros– que las elecciones que se pensaban convocar carecían de garantías, es decir, que esa convocatoria no era suficiente para parar la aplicación del artículo 155.
En La Vanguardia del viernes, 27 de octubre, Enric Juliana, comparando la reacción del president Tarradellas tras su desastrosa entrevista con Adolfo Suárez y la del muy honorable Carles Puigdemont tras intuir que las elecciones carecían de garantías, viene a insinuar que a Carles Puigdemont le faltó lo que le sobraba al president Tarradellas. “Hay que tener mucho cuajo –escribe Juliana refiriéndose al president Tarradellas– para dar esa respuesta a la prensa (“Ha sido una reunión muy cordial y muy agradable”) después de una tormentosa reunión con un falangista reconvertido que te ningunea”.
El muy honorable Carles Puigdemont, según el colega Juliana, podía haber imitado al president Tarradellas dando por supuesto lo que no tenía asegurado. Y concluye Juliana: “Puigdemont, desbordado, no soportó que le llamasen traidor (los suyos, por convocar elecciones, es decir por claudicar, en vez de proclamar la independencia). Tarradellas no tenía Twitter”.
Algún día sabremos lo que realmente ocurrió entre la tarde del miércoles y la del jueves para que el muy honorable Carles Puigdemont pasase de la declaración de independencia a la convocatoria de elecciones para acto seguido reafirmarse en la declaración de independencia, pero mientras esto no ocurra, me quedo con la versión de Juliana: el muy honorable Puigdemont carecía de aquel cuajo del que hacía gala el president Tarradellas.
Pero eso, hoy, viernes 27 de octubre, en que escribo estas líneas, ya es agua pasada. Hoy, cuando faltaban cuatro minutos para las tres y media de la tarde, por setenta votos a favor, diez en contra y uno o dos en blanco, el Parlament de Catalunya proclamaba la República Independiente de este país. Lo que nos aguarda ahora, con la inevitable e inminente aplicación del famoso artículo 155, no va a ser nada agradable.
La sociedad catalana está dividida, y esta división la vamos a sufrir todos (algunos ya hace tiempo que la sufren). ¿Cuánto tiempo durará, cómo terminará? Lo ignoro. “Son días asfixiantes –escribe Sergi Pàmies (antes de la proclamación y del inevitable artículo 155)– en los que, como terapia compensatoria, tienes que imponerte pequeños espacios de placer”. Cuánta razón tienes, querido y admirado colega. Mañana me voy a Sevilla con Agomar, mi nieta polaca. Me la llevaré a Casa Robles, donde nos zamparemos un rabo de toro y pediremos un postre conmemorativo de la boda de la infanta Elena (bavarois de chocolate blanco con azafrán, relleno de fresa con miel de azahar), o de la infanta Cristina (espuma cremosa de queso rellena de biscuit de higos). Agomar y un servidor somos republicanos, pero no despreciamos la monarquía cuando se muestra tan tentadora. Desde Varsovia, donde reside, mi nieta me escribe en francés o en inglés, pero cuando nos vemos hablamos en catalán. Ayer le regalé las Novel·les (I) de Francesc Trabal, entre ellas L’home que es va perdre. Agomar me preguntó si era una novela política (¿en quién demonios debía estar pensando la moza?).
Escuchen los viejos e inmortales discos de Fats Domino, vayan al teatro, jueguen al póquer...
Le dije que no y añadí: “En Trabal fa com els grans il·lusionistes: tria un noi, una noia, un llibre major, una caixa de cabals, un transatlàntic, una cigarrera, el somriure d’una feminista i la dentadura postissa d’un criminal dintre d’un barret de copa. Després, tot això, ho barreja a la vista del públic, i en surten unes tires de prosa elàstica, neta i colorida, aquelles tires de seda de tots colors que fan volar els grans il·lusionistes”. “És teu, t’ho acabes d’inventar?”, me preguntó Agomar. “Nol –le dije–, és del meu pare. Ho va escriure el teu besavi a la revista Mirador l’any 1929, l’any en què va sortir la novel·la del seu amic Trabal”.
Hay que imponerse “pequeños espacios de placer”, como dice Sergi Pàmies. Lean a Trabal, escuchen los viejos e inmortales discos de Fats Domino, vayan al teatro, jueguen al póquer, prepárense un manhattan… ¡Sobrevivan!