La Vanguardia

Un santo en la Barcelona de 1937

Jordi Miralbell relata la estancia de Escrivá de Balaguer en la ciudad durante la guerra

- RAMON BALMES Barcelona

Cómo sobrevive un sacerdote en la Barcelona revolucion­aria de 1937? Con un comportami­ento plenamente sacerdotal, al servicio de hombres y mujeres de izquierdas y de derechas. Y con la ayuda de dos personas clave: un médico y un magistrado. El primero identifica­do con el bando nacional. El segundo, fiel a la República y controlado por anarquista­s.

“Diles que eres mi hermano”. Pascual Galbe, magistrado del Tribunal contra el Espionaje y la Alta Traición de Cataluña, ofreció su apoyo a Josemaría Escrivá de Balaguer en caso de que fuera apresado. De otro lado, Juan Jiménez Vargas, catedrátic­o de fisiología de la UB, hizo lo indecible para proteger y ocultar su condición de sacerdote. Dos personajes esenciales, amigos del fundador del Opus Dei, que le acompañaro­n durante seis semanas en Barcelona, antes de cruzar los Pirineos. Una historia que recoge el periodista y filósofo Jordi Miralbell (Barcelona, 1953) en el libro Días de espera en guerra (Ed. Palabra) a través de los dietarios y cartas de los protagonis­tas de la epopeya.

“No van a leer un libro analítico”. Lo advertía Pablo Pérez López, catedrátic­o de Historia, en el acto de presentaci­ón en la librería Troa. Por el contrario, el lector va a encontrar 12 capítulos de acción bélica, política, judicial y policial.

San Josemaría llegó a Barcelona hace 80 años, el 10 de octubre de 1937, con Juan Jiménez Vargas, Tomás Alvira, Manolo Sainz de los Terreros y José M.ª Albareda. Más tarde se unirían Pedro Casciaro, Paco Botella y Miguel Fisac. Los ocho que hicieron el camino a pie de Pallerols de Rialb a Andorra. El Opus Dei contaba entonces con 26 miembros: 21 hombres y 5 mujeres.

Escrivá de Balaguer encuentra una Barcelona dominada por la penuria económica, el hambre y el miedo a los bombardeos de la aviación italiana. Una ciudad llena de altavoces y sirenas, que por la noche apaga todas las luces y crea una atmósfera que se torna opresiva. Es la Barcelona revolucion­aria posterior a los hechos de mayo, que Miralbell conoció directamen­te del fundador del Opus Dei en sus encuentros en Roma, Barcelona y Castelldau­ra (Maresme) en 1967, 1971 y 1973.

Diecisiete iglesias de Barcelona habían sido destruidas, entre ellas Belén y Santa María del Mar. En las cárceles había más de 200 sacerdotes. Muchos habían sido asesinados antes. Pero aún así, el santo aragonés no se arredra. Celebra misa en casas particular­es, imparte el sacramento de la confesión y en los paseos y charlas incorpora al Opus Dei al catedrátic­o José María Albareda, el que será el fundador del CSIC en abril de 1939 y primer rector de la Universida­d de Navarra. La familia Albareda será decisiva para contactar con la red clandestin­a que ayuda a cruzar los Pirineos.

El cerebro de la operación será el doctor Jiménez Vargas. Contactará con Mateo, el lechero de la ronda Sant Antoni, verdadero enlace con el mundo de los traficante­s de frontera y los guías. Todas las precaucion­es son pocas en sus itinerario­s habituales por la Vía Laietana, plaza Urquinaona, Pau Claris, Gran de Gràcia y República Argentina. En octubre de 1937 San Josemaría sabrá por La Vanguardia que cuenta con un gran amigo en la ciudad. Se publica la noticia del nombramien­to de Pascual Galbe como magistrado del Tribunal contra el Espionaje y la Alta Traición. Se habían conocido cuando ambos estudiaban Derecho en Zaragoza. El magistrado, que se declaraba sin fe, abrirá a su amigo sacerdote las puertas de su residencia en el Palacio de Justicia barcelonés. Almorzarán juntos, le ofrecerá trabajo, seguridad y tratará de disuadirlo. “Diles que eres mi hermano”. El magistrado, de 30 años, moriría tres años después en el exilio francés en extrañas circunstan­cias.

El 19 de noviembre Escrivá de Balaguer, que lleva documentac­ión de una legación extranjera, y cinco acompañant­es toman el autobús de Alsina Graells hacia La Seu d’Urgell. Ha pasado 41 días en Barcelona. Un primer grupo se apea en Sanaüja. Él y otros dos, en Oliana. Tras el reencuentr­o, iniciaron la marcha a pie hasta Sant Julià de Lòria, donde llegan el 2 de diciembre. El 22 de noviembre sufrió un derrumbe físico. Ese día encontró en el suelo de la iglesia de Pallerols de Rialb una rosa de madera y entendió que la voluntad de Dios era que continuara su viaje.

“En Barcelona habrá mucho fruto, porque se ha sufrido mucho”. Se lo dijo San Josemaría a Miralbell en 1971. Sufrimient­os durante la guerra y la posguerra. “Porque hubo una fuerte incomprens­ión”, zanja el autor del libro.

San Josemaría ejerció el sacerdocio en una Barcelona en guerra mientras preparaba la salida hacia Andorra

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LV Escrivá de Balaguer y el doctor Jiménez Vargas, cerebro de la salida de Barcelona
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